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De espaldas a Bin Laden

Aunque su nombre ha sido vinculado con supuestos amigos de Al Qaeda, Maicao sigue siendo un pueblo tranquilo de La Guajira colombiana.

Jaime de la Hoz Simanca, especial para El Espectador
18 de mayo de 2011 - 11:18 p. m.

Lu colonia musulmana en Maicao es cada vez más pequeña, menos poderosa económicamente y nada quiere saber sobre terrorismo internacional.

El cementerio árabe del municipio de Maicao, en La Guajira, está ubicado en un recodo, aislado del centro comercial, pero visible en el primer cruce de caminos. La reja abre sin resistencia, halada desde abajo, según lo indicó el encargado de las llaves, que ya no cumple las funciones de guardián del camposanto. Adentro están los sepulcros, una repetición sucesiva de féretros de cemento, en cuyas lápidas inclinadas aparecen mensajes en árabe que parecieran atraer a los pajarillos negros que caminan sobre las inscripciones de filigranas antiguas.

Los árabes musulmanes fueron sepultados en este cementerio según el ritual del Islam: lavado del cuerpo y envoltura en sábanas blancas. El frente de sus calaveras apunta hacia La Meca, el lugar sagrado que otros árabes del mundo oriental reclaman aún para la posición final del cuerpo de Osama bin Laden.

Los árabes de Maicao que aún quedan —después de un éxodo paulatino y triste hacia Caracas, Maracaibo, Punto Fijo, Isla Margarita, Puerto Ordaz y, también, hacia sus lugares de origen en el Oriente Medio— prefieren no hablar de Osama y sólo las voces más autorizadas, al igual que los árabes no ortodoxos, se refieren al extinto líder de Al Qaeda. Los directivos de la Asociación Benéfica Islámica lo expresan tímidamente en el gran salón de reuniones de la mezquita Omar Ibn Al-Khattab; otros árabes lo dicen desde sus apartamentos que pronto abandonarán, junto a sus hijos, para encontrar un mejor destino, sin saber dónde.

Shadia Rebage, periodista de ascendencia árabe, hija de padre católico ortodoxo y de madre protestante, dice que en una madrugada, durante los días en que removían los escombros de las Torres Gemelas destrozadas por dos aviones pilotados por extremistas islámicos, soñó que Bin Laden y George Bush se mataban a golpes en el desierto del Sahara en medio de recriminaciones mutuas por los negocios del petróleo que, según ella, ambos tuvieron.

“Fue una lucha a muerte, pero no sé quién mató a quién, porque desperté. Fue casi una pesadilla”, agrega.

Shadia recuerda que el sueño estuvo ligado al espanto colectivo que produjo la catástrofe del 11 de septiembre de 2001. Entonces evoca el instante, prolongado en el tiempo, en el que todos los almacenes de árabes, en las distintas calles, carreras y avenidas de Maicao, tenían sintonizados los canales televisivos que informaban paso a paso sobre el derrumbe del World Trade Center de Manhattan. Y rememora el rechazo de sus compatriotas a un acto terrorista que, según el vaticinio de los más sensatos, tendría consecuencias contra el mundo musulmán. “Ahora sí nos acabaron”, alcanzó a escuchar en lengua árabe, cerca de sus oídos, mientras el terror avanzaba a través de imágenes propias de una película de Hollywood.

Del esplendor árabe de tiempos lejanos sólo quedan la mezquita, un majestuoso templo que se yergue mediante una cúpula de 31 metros que apunta hacia el cielo. Por dentro y por fuera, aquella especie de catedral, construida en 1997 por un prestigioso arquitecto iraní, constituye el punto de encuentro de los centenares de árabes que se debaten entre la pobreza y las ganas de partir.

Las calles de Maicao constituyen hoy la réplica decadente de aquellos años en los que la mercadería de electrodomésticos de última moda, las telas sedosas, multicolores, y los perfumes al por mayor enriquecieron a los árabes de la segunda generación que legaron a sus hijos las tradiciones religiosas y una herencia material que se diluye sin misericordia en medio de la desolación, el éxodo y los cánticos de alabanza a Muhammad, el mensajero de Dios. Además, con el injusto estigma de una complicidad con el terrorismo fundamentalista de organizaciones como Hezbolá, Hamas y Al Qaeda.

Por eso, Amer Dabage, Maruan Ibrahim y Hassan Jomaa, directivos del Centro Islámico, me esperan en el gran salón de la mezquita, mientras Ali Ibrahim Fakih, gerente y propietario de un almacén de porcelanas finas y de cristalería europea, dice que ningún árabe de acá tiene el más mínimo interés de apoyar el extremismo mundial, porque son desplazados de una guerra desatada por los opresores turcos que mataron a gran parte de sus antepasados y que obligó a los sobrevivientes a buscar la tranquilidad en estas tierras del norte de Colombia.

“Hay mucha pérdida de la colonia. Hace diez años existían alrededor de diez mil árabes o descendientes de árabes, libaneses, palestinos o sirios. El comercio de Maicao se extendía desde la calle 10 hasta la 14. Hoy en día quedan pocos almacenes inscritos en la Cámara de Comercio. Tenemos que culpar a las administraciones municipales de turno que no apoyaron el comercio, sino que se dedicaron a la politiquería”, dice Ali.

Su cuestionamiento es apenas el comienzo de un conjunto de referencias a las que no escapan las distintas guerras, Estados Unidos, Bin Laden y otros personajes y situaciones de la geopolítica mundial. Lo primero que aclara es que en Maicao el ochenta por ciento de la colonia son árabes musulmanes divididos en suníes y chiíes, pero que los primeros representan la mayoría.

 Después advierte que si tuviera el sentimiento de terrorista no estuviese ahí, detrás del mostrador de su almacén, diciendo “a la orden”, sino empuñando un fusil, pues le parecería más rentable. Enseguida le formulo cinco preguntas que recibe con expresión serena, apenas con los ojos agrandados, un extraño movimiento de sus grandes cejas y una ligera sonrisa.

—¿Lo de Bin Laden fue un asesinato?

—Fue un crimen de guerra —responde—. Según los mismos medios de comunicación, lo capturaron vivo, después lo mataron y enseguida su cuerpo fue lanzado al mar. No tenemos prueba de ello, pero el presidente Obama lo ha dicho.

—¿Hubo un seguimiento especial de ustedes a esa información?

—Para nosotros, Osama bin Laden fue el Raúl Reyes de Colombia. Hubo gran expectativa en el momento de su muerte con el propósito de saber cómo murió, pero en el caso nuestro no porque haya fanatismo hacia Bin Laden. Sus actos nunca satisficieron nuestras necesidades como musulmanes.

—¿Por qué ligaron lo del 11 de septiembre con los árabes de Maicao?

—Injusticias de la vida.

—¿Los israelíes tuvieron que ver con eso?

—¡Claro! Y, además, yo le pregunto: en las Torres Gemelas trabajaban alrededor de dos mil quinientas personas de ascendencia judía. Pero aquel día no murió ninguna. ¿Alguna vez un periodista realizó una investigación sobre eso?

—¿Hay algún grupo árabe aquí que apoye a Hezbolá?

—No puedo decir eso, ni siquiera que haya un grupo aquí que simpatice con ellos. Pero sí podemos simpatizar, al igual que con cualquier grupo que defienda la patria.

Al final afirma que ingresó al M-19 en los tiempos del proceso de paz de Corinto, Cauca; que desde entonces comenzó a admirar a un grupo que abandonaba las armas para defender derechos inalienables; y que a los israelíes hay que sembrarles la paz, la equidad y la justicia, pues nunca las han profesado. “Por algo mataron a Cristo. Y no lo digo yo, lo dice la Biblia, lo dice la historia”, remata.

Luego de su agudo apunte, se asoma a la puerta de su almacén y mira hacia la mezquita, cuya inmensa cúpula tapa el sol. Adentro, más acá de los hermosos vitrales y de las paredes construidas en mármol, el imam Ashour Abdul, guía espiritual de los musulmanes de Maicao, espera sentado a decenas de mujeres que llegan, una a una: algunas vestidas con el tradicional chador, pero todas cubriendo su cabello con el inconfundible hijab.

Mañana: Encuentro con Mohamed y Nura. Se oyen las voces oficiales de los musulmanes de Maicao: “No apoyamos el terrorismo”. Sólo quedan 420 estudiantes en el Instituto Dar El Arkam.

¿Qué trajo a los árabes a Colombia?

Con la migración árabe hacia América Latina entre 1824 y 1924, Argentina, Brasil y Uruguay recibieron la mayoría de esta población. Muchos de estos contingentes llegaron a estas tierras forzados por la crítica situación política que se presentaba en sus países de origen, debido a la dominación y opresión de que estaban siendo víctimas por parte del imperio Otomano.

Colombia fue uno de los países que atrajo menos inmigrantes, quienes ingresaron al país por Puerto Colombia y, en menor medida, por Cartagena, Santa Marta y Buenaventura. La comunidad palestina se concentró en Barranquilla, Santa Marta, La Guajira y San Andrés; los sirios prefirieron Cartagena y Bogotá, y los libaneses se esparcieron por todas las regiones del país, menos en Antioquia, único departamento donde no se asentaron.

Los historiadores han determinado que los árabes prefirieron establecerse en las costas, porque en un principio esperaban regresar a Oriente Medio.

Una  mezquita en Maicao

El 17 de septiembre de 1997  abrió las puertas la mezquita Omar Ibn al-khattab, construida por la  Asociación Benéfica Islámica con el propósito de velar por el fortalecimiento y difusión del Islam en esta zona del país.

El arquitecto de origen iraní Ali Namazi diseñó la  monumental estructura que incluye un miranete de treinta y siete metros de altura y el mármol italiano como material predominante. La obra  fue levantada con el trabajo de  artesanos y obreros de la región durante veinte años.

La estructura recibió su nombre en  honor al segundo califa de los musulmanes y el director de la conquista árabe.

  Este lugar convertido en un sitio obligado de turistas y habitantes, tiene capacidad de albergar a un millar de fieles, siendo el tercero más grande de América Latina en su género,  después de las de Caracas (Venezuela )y Buenos Aires (Argentina).

Por Jaime de la Hoz Simanca, especial para El Espectador

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