El Magazín Cultural
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De zafari con Amalia Low

Seis libros, una comparsa de animales y mucha dedicación se esconden detrás de la colección de cuentos infantiles que la ilustradora Amalia Low lanzó el viernes.

Dominique Lemoine Ulloa, especial para El Espectador
13 de mayo de 2011 - 10:00 p. m.

La primera vez que vi  a Amalia Low fue en su taller. En medio de pinceles grandes y pequeños, lienzos y caballetes, Amalia Low me contaba con emoción y sencillez, y con los pies descalzos, cómo había llegado a la ilustración infantil y cómo dentro de poco habría de publicar su primer cuento para niños en Francia.

Ahora, un par de años después, me recibe en la sala de su casa con tres libros coloridos puestos sobre la mesa. Con orgullo penoso como de niña chiquita y con la tranquilidad que le proporciona el ver sus álbumes ilustrados impresos, Amalia me muestra El rinoceronte peludo, El flamenco calvo y El león y los escarabajos estercoleros.

“Cuando nos conocimos yo estaba muy contenta porque me iban a publicar. Al final no salieron con nada. Yo seguí trabajando en mis proyectos, pero al ver que había llegado 2010, que no pasaba nada y que casi se me dañan los ojos de tanto pintar, la decepción para mí fue muy grande”, cuenta. Así, convencida de que no volvería a tocar un cuento y de que —de todos modos— ya había demasiados libros en el mundo, decidió quemar su “fiebre de publicar” e hizo con las uñas un pequeño libro de postales, una retrospectiva de sus pinturas. Con ese primer bebé entre las manos, Amalia dejó de correr detrás de editores y fue de librería en librería hasta que logró vender los primeros 300 ejemplares. “Hasta pensé en poner mi propia casa de edición y todo”, admite entre risas.

En agosto del mismo año, Low fue a la Feria del Libro y se encontró con Claudia Rueda, reconocida autora de literatura infantil y, además, madre de una compañera de su hija Jessica. La puso  en contacto con Ediciones B y, casi sin darse cuenta, unos cuantos meses después estaba sacando los primeros tres cuentos de lo que habría de convertirse en una serie de seis libros, Zafari.

“Así es la vida”, dice, “cuando uno está con esas ambiciones enfermizas —como si el hecho de que alguien me publicara y aprobara me fuera a valorizar—, las cosas se le escapan a uno. Hasta que no lo solté, no se dio. Ahora la publicación me da una felicidad enorme, claro, pero eso no le quita a uno del todo la inseguridad”.

Y es precisamente esa ambigüedad lo que hace de Amalia Low  (y sus creaciones) un mundo interesante por explorar. No todo es color de rosa ni está lleno de moralejas superficiales o personajes insulsos de cara redonda y feliz. Si bien es una mujer que se siente afín a la infancia en todos los sentidos y cuya creatividad la conecta de manera entrañable con ese mundo, es imposible hablar con ella, leer sus cuentos, y no darse cuenta de que esa sensibilidad está lejos de ser fácil y gratuita. Siempre ha mantenido una vida como pintora, primero a través de cuadros expresionistas llenos de violencia en los que plasmaba árboles que lloran y paren, o espíritus que salen de la materia. “Al principio fue muy importante para mí expresar las tripas”, cuenta. “Mi papá fue asesinado, tuve hijos muy temprano… En cierta medida siempre ha sido doloroso para mí existir, pero a través de esa necesidad de pintar y pintar se fueron aligerando las cosas y empezaron a salir estos animales risueños y llenos de color que bien podrían estar en la pared del cuarto de cualquier niño”.

Zafari está llena de esos animales. Leones orgullosos y odiosos, escarabajos estercoleros desterrados, rinocerontes inseguros y peludos, y flamencos calvos que tejen ropa o se pasean por la sabana africana viviendo aventuras, aprendiendo lecciones y experimentando el mundo en todas sus dimensiones. Amante del álbum ilustrado infantil, Low dejó que el sueño de hacerlos y no sólo leerlos se fuera tejiendo en su vida. Con el tiempo sus historias (y las imágenes que van naciendo en su cabeza a medida que escribe cada línea) fueron tomando vida propia. Todavía guarda algunos de los cómics y libros ilustrados caseros que les hizo a sus hijos y hoy es su hija Jessica, de 11 años de edad, quien tiene el placer de leer todo primero.

Por Dominique Lemoine Ulloa, especial para El Espectador

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