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El fruto mágico del Valle del Patía

Totumo, sachamate o puro, son los tres nombres que recibe el tradicional producto que inspira a cantaoras y artesanos.

Edinson Arley Bolaños
27 de abril de 2011 - 05:26 p. m.

También lo llaman el árbol rey del Valle del Patía. Su fruto es verde como esmeralda y redondo como sandía. Siempre se mantiene firme, colgando sobre ramas que dan a luz varias docenas de sachamates. Nace en un valle fértil, extenso y de llanuras. Crece en una comunidad descendiente de cultura africana y mestiza. Vive en medio de la música que redunda en la libertad que los negros buscan. Suena a ritmo de bambuco patiano, ese ritmo que contagia cuando el sol se junta con el violín, la tambora y la marimba.

Totumo, sachamate o puro, son los tres nombres que recibe este producto tradicional del Valle del Patía en el sur del Cauca. Es trabajado por mujeres de piel morena como Ernestina González, quien carga con frecuencia un costalado de puros en su cabeza para vendérselos a quienes producen el manjar blanco o dulce cortado.

Como ella, la mayoría de las mujeres patianas desfilan por las orillas de los ríos Guachicono y San Jorge, los que se juntan precisamente en esta zona para entregarle su caudal al río Patía y bañar con sus aguas esta tierra de sangre y clima caliente.

En busca del totumo, Ernestina sale de su casa a las 5 de la mañana. Costal al hombro, pantalón, camisa y botas pantaneras, como los hombres. Caminando o a caballo se dirige a las grandes haciendas o a las orillas de la carretera Panamericana donde se encuentran los cultivos que muchas veces ella misma ha sembrado.

Llega al corte, y ahí están esperándola. Pomposos y radiantes los árboles abren sus ramas retorcidas y dejan ver el fruto que calma la sed de la morena. “Es costumbre de nosotras llegar y saludar los árboles”, dice Ernestina. “Yo les digo: buenos días matas, cómo amanecieron. Les pido permiso para cosechar su fruto, luego prosigo a cortar los puros”.

Con un garabato, que elabora del mismo árbol, Ernestina tira a coger un puro, hala con fuerza, suelta su herramienta y recibe en el aire el fruto prodigioso. Así, baja de varios árboles más de cuatro docenas que empaca en un costal. Debajo del mismo árbol, pero sentada y protegida del fuerte sol, parte los totumos en la mitad y luego les saca la semilla, la tira a la tierra para que las vacas la consuman o para que la selva del totumo siga abundando en estas tierras.

El último proceso por el que pasa el totumo para convertirse en el mate que estas comunidades venden es la cocción que se les hace en el fogón de leña. “Luego, cuando ya parecen mates, les emparejamos el borde y finalmente los secamos en el sol, quedando listos para ser comercializados”, relata Ernestina. Lo máximo que le pagan a ella por una docena de mates son $3.000 y debe llevarlos hasta Puerto Tejada, en el norte del Cauca. En su propia tierra tan sólo pagan $1.500, dice la mujer.

A ritmo de totumo
Y es que el sabor del totumo no sólo se siente en el gusto particular que tiene el dulce de mate, sino también en las canciones de las Cantaoras del Patía, un grupo de morenas de la tercera edad que con tono agudo dejan fluir sus voces que enarbolan la importancia de este fruto: “Ya vienen las cortamate, cargaditas con sus puros, se ven todas muy cansadas, pues ese trabajo es duro”.

Gerardina Angulo es la cantaora más antigua del grupo. Tiene 82 años, de los cuales 25 ha dedicado a corearle a la memoria y a las costumbres del pueblo. Es una abuela sabia. Desparpaja con su forma de hablar y vestir, pues luce orgullosa aretes y collares de totumo, y al igual que muchas mujeres de esta región sabe de las propiedades de este producto: “La pulpa y el biche del totumo los utilizan en jarabes para los que sufren de asma”.

En tiempos difíciles, ni siquiera la bonanza de la coca ha logrado tentar a las cortamate para dejar a un lado su producto tradicional. Pues aún creen que el totumo les dará para vivir durante toda su vida porque están convencidas de que este fruto mágico, “productor de un material biodegradable, nos ayudará a conservar la tierra”.

La fruta hecha aretes, guaracha y champú

Hasta hace algunos años el totumo seguía siendo de la estirpe afrodescendiente, pero en 2002, a raíz de la violencia paramilitar y guerrillera, surgió la Fundación para el Desarrollo del Bajo Patía (Fundebac), a la cual se asociaron 19 grupos  del sur del Cauca. En varios talleres empezaron a practicar música, danzas, agricultura, ganadería y fue cuando se inició el proceso de fabricar artesanías con el totumo. Fabio Velasco, uno de los artesanos de Mercaderes (Valle del Patía), no sólo realiza aretes, lámparas, joyeros, maracas y guacharacas de totumo, sino que también ha reemplazado la piel del armadillo por el puro como caja de resonancia para hacer el charango, un instrumento musical que se utiliza en toda la zona Andina. Aunque también las guitarras y los violines, arraigados a esta cultura, son parte de su inspiración. Además,  el totumo ha cobrado forma de champú, talco para pies, desodorantes y remedios para enfermedades pulmonares.

Por Edinson Arley Bolaños

 

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