Y Tite hizo creer a todo Brasil

La selección verdeamarilla se coronó campeona de la Copa América tras superar 3-1 a Perú en la final que se disputó este domingo en el estadio Maracaná. Conquistó su noveno título continental, el quinto en casa. Su técnico calló a todos.

Luis Guillermo Montenegro / Enviado Especial a Río de Janeiro
08 de julio de 2019 - 01:49 p. m.
Con un 77,7 % de rendimiento, el técnico Tite ganó su primer título con la “seleção”. / EFE
Con un 77,7 % de rendimiento, el técnico Tite ganó su primer título con la “seleção”. / EFE

El fervor del hincha brasileño se volvió a sentir. Ese amor con el que cantan su himno, esa pasión por su país, por sus costumbres, por el fútbol. La pentacampeona del mundo logró que por un momento la gente de acá pudiera dejar de lado los problemas sociales y políticos que están viviendo. Incluso no hubo silbidos para el presidente Jair Bolsonaro, quien estuvo en el estadio, en los himnos. Todos fueron Brasil y en varias oportunidades entonaron el acostumbrado “Soy brasileño, con mucho orgullo, con mucho amor”. Una vez más, en casa, la potencia suramericana conquistó el título de la Copa América, como ya lo había hecho en las cuatro ediciones anteriores en las que fue anfitrión (1919, 1922, 1949 y 1989), un trofeo que no levantaba desde 2007, cuando lo hizo en la edición 52 que se disputó en Venezuela, y llegó a nueve.

La verdad es que Perú en la final fue la gran sorpresa de la Copa. El equipo de Ricardo Gareca dejó en el camino a grandes selecciones como Uruguay y Chile, en cuartos y semifinales, respectivamente, pero en la fase de grupos no había convencido y pasó gracias a un triunfo 3-1 ante una débil Bolivia. En la final, una vez más, no se encontró con su mejor versión y fue superado por un Brasil que salió a meterlo en su propio arco desde el comienzo y que a pesar de jugar los últimos 18 minutos con un hombre de más, por la expulsión de Gabriel Jesús, no aprovechó esa superioridad numérica. Everton abrió el marcador para los locales, luego empató Paolo Guerrero de penalti, pero antes del final del primer tiempo Gabriel Jesús puso el 2-1. El segundo tiempo fue luchado, con un Brasil dominador que supo manejar bien los momentos del partido, y el estar con 10. Al minuto 87, de penalti, Richarlison marcó el 3-1 final.

Quizá fue el miedo a vivir una nueva desilusión en casa la que llevó a los fanáticos brasileños a ser apáticos con la Copa América, a no creer en Tite ni en sus jugadores. La falta de cracks como los de antaño eran el principal argumento de la gente del común para pensar que el fútbol brasileño estaba acabado y que la paridad con las demás selecciones suramericanas era tal, que no alcanzaría con ser locales para conquistar el título.

Pero Brasil fue de menos a más. Tite supo blindar a los jugadores y con el pasar de los partidos este estilo de juego basado más en ideas colectivas que en obras de magia de las individualidades se fue consolidando. En la fase de grupos el equipo local comenzó venciendo 3-0 a Bolivia, pero a pesar de la victoria quedó un sabor amargo en la gente, porque lo cierto es que se sufrió más de la cuenta para superar a un rival mucho menor.

El momento más duro para el equipo fue en el segundo compromiso de la primera fase, cuando se empató 0-0 con Venezuela en el estadio Arena Fonte Nova de Salvador de Bahía. No se podía creer entre la gente cómo los de Tite no habían podido ante uno de los más débiles del continente. “Somos Brasil, no podemos permitirnos eso”, decía un taxista de la ciudad bahiana, con rabia, tras ese resultado. Y ese era un pensamiento general. Llovieron críticas al DT por la convocatoria errónea para muchos, pero él siguió confiado en su idea y en los suyos.

Y fue Perú, el mismo rival al que venció en la gran final, el que sirvió para recuperar la confianza. El 22 de junio, en el estadio Arena Corinthians de São Paulo, Brasil ganó 5-0, una goleada que de alguna manera sirvió para callar a los críticos y para que se comenzaran a sumar seguidores.

La imagen de Neymar en las tribunas, quien no pudo disputar la Copa por una supuesta lesión, y su apoyo al grupo, fue importante. Es sin duda el gran ídolo de esta generación y su impulso motivó a muchos. En cuartos de final, en el estadio Arena do Gremio, en Porto Alegre, Brasil no pudo en el tiempo reglamentario ante Paraguay, el peor de la fase de grupos, lo que generó que una vez más se aumentaran las críticas y se bajaran muchos del bus de la victoria. Los de Tite ganaron por penaltis y en semifinales se cruzarían ante Argentina.

El clásico suramericano, que se jugó en el Mineirao de Belo Horizonte, mismo escenario en el que se dio el duro golpe del 7-1 ante Alemania en el Mundial de Brasil 2014, fue otro punto de inflexión. Los locales salieron ese día con una actitud diferente y vencieron 2-0 a una Argentina aguerrida, que se vio perjudicada por el arbitraje, pero que en el juego como tal también fue superada. Esa noche la figura fue el capitán Dani Alves, quien, a pesar de jugar como lateral derecho, siempre terminó en posiciones de generar fútbol y se convirtió en el socio de todos.

El equipo de Tite llegó a la final sin haber recibido un gol en contra, ganándole al equipo de Messi, uno de los jugadores más admirados en el mundo y respetado por la misma fanaticada brasileña. Y ese respaldo de la afición se vio ayer en la final ante Perú, en el estadio Maracaná. Por primera vez en toda la Copa se agotaron las entradas. El ambiente volvió a ser festivo, la gente aprendió a disfrutar de esta selección. Incluso cambió la manera de ver el fútbol del hincha brasileño, que ya no solo se emociona con una jugada que recuerde el jogo bonito, sino también cuando un jugador se barre por un balón o revienta la pelota a la tribuna cuando no tiene cómo más actuar, algo que antes era mal visto. El Maracaná una vez más vio la gloria, como cuando Brasil ganó acá la Copa América de 1989, la Copa Confederaciones de 2013 y los Juegos Olímpicos en 2016. El Maracanazo es un fantasma olvidado.

Por Luis Guillermo Montenegro / Enviado Especial a Río de Janeiro

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