COVID-19: Carta de una sobreviviente a los colombianos

Quisiera que este relato sirviera para prevenir errores que yo cometí y ayudarlos a afrontar la enfermedad en caso de adquirirla. Con las medidas correctas y una actitud solidaria podemos evitar que esto se convierta en la mayor tragedia de nuestra historia.

Tamara Ospina Posse / especial para El Espectador
31 de marzo de 2020 - 12:42 a. m.
Támara Ospina Posse adquirió el COVID-19 en Italia, se recuperó y comparte sus recomendaciones con los colombianos. / Archivo particular
Támara Ospina Posse adquirió el COVID-19 en Italia, se recuperó y comparte sus recomendaciones con los colombianos. / Archivo particular

Día 9 con coronavirus. 4:02 a.m. No puedo dormir. Pienso en mi país. Esta carta es para ustedes. Escuchen.

Pasé dos semanas en Italia justo en el momento en que todo esto estaba estallando. Confieso que me costó bastante asimilar la dimensión de lo que estaba pasando en términos de la pandemia. Cuando empezaron a tomar medidas extremas yo no podía entender la razón, pues comparaba con otras epidemias más mortíferas que ha habido y hay aún en el mundo regadas, y que no generan tal seguimiento de los medios ni reacción de los gobiernos a semejante escala. Pensaba que una "gripa" con una tasa de mortalidad supuestamente inferior al 1% no ameritaba el escándalo. No sé, pensaba que era todo muy raro y muy exagerado y simplemente no vi. Tal vez estaba tan metida en mí misma y ocupada tomando una cantidad de decisiones super fuertes sobre aspectos importantes de mi vida, que no presté atención suficiente a lo que pasaba a mi alrededor.

Creo que los italianos tampoco eran muy conscientes aún de la cosa. Recuerdo que el segundo día, cuando estaba en la ventanilla de la Comuna de Fabriano haciendo mis trámites, los funcionarios estaban viendo el noticiero y en un momento dado tuvieron un ataque de risa colectivo, de los que son incontrolables y te sacan lágrimas. No entendía nada pero la escena me dio risa; entonces la funcionaria que me atendía me explicó: "el coronavirus". En ese momento ya Milán estaba a pocos días de ser confinada. Pero Milán es en el norte y yo estaba en el centro del país.

Cuando llegué a Florencia todo estaba funcionando normal, excepto que los museos estaban muy vacíos. Pero en las calles había turismo y los florentinos desarrollaban su vida de lo más normal. En Florencia me quedé una semana y el día que cerraron todos los centros educativos decidí irme para Roma. A Roma la encontré ya un poco más solitaria. Pero aún así, todo abierto y funcionando. Pasé el fin de semana, el lunes fui a recoger mis papeles a Fabriano y ese mismo día declararon a toda Italia en cuarentena.

Mi vuelo a París era el martes y salía desde Bologna. Sin saber si me iban a dejar salir del país emprendí el viaje de tres horas por carretera. Las autopistas vacías. Por primera vez sentí inquietud. En Bologna me encontré con una ciudad fantasma. Eso sí me dio miedo. Solo encontré un restaurante abierto en la zona donde estacioné y era la única comensal. El dueño estaba estupefacto y se puso a hablar conmigo, él tampoco entendía nada.

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La experiencia en el aeropuerto fue más impresionante. Era 10 de marzo ese día. No había gente, el 90% de los vuelos anunciados en las pantallas aparecían cancelados. Para que me dejaran viajar tuve que mostrar que vivía en París; si no me habrían impedido abordar (ya no vivo en París pero afortunadamente sigo registrada en ese consulado). Pasé por tres filtros de control de temperatura e interrogatorios y me hicieron firmar una declaración.

Llegué a París y me encerré dos noches y no vi a nadie. El miércoles Macron habló y por primera vez declaró medidas en Francia y cerró las escuelas. Se expresó como si preparara al pueblo para ir a la guerra. El viernes tenía mi vuelo para Barcelona. No pasé ningún control ni a la salida ni a la llegada. Pero el día anterior, España también había cerrado sus escuelas y pedido a la gente guardarse. Llegué el viernes 13 en la noche a mi casa y me encerré. El sábado por la noche empezaron los síntomas.

Aunque se ha dicho que es como una gripa, lo cierto es que no se parece mucho a ninguna que yo haya tenido. Hay tos seca pero no hay ningún tipo de congestión, no hay fluidos, tampoco tuve nunca la nariz tapada. En mi caso el virus empezó a manifestarse con la tos y una molestia en la garganta que no era dolor ni ardor sino una sensación difícil de describir. Al hablar, la voz me salía medio rara.

Esa noche me acosté y desperté en la madrugada sudando mares y con fiebre. A la mañana siguiente ya estaba mal, a los primeros síntomas se sumó el que para mí fue el peor de todos: un dolor muscular muy fuerte en todo el cuerpo. Con otras gripas en el pasado he tenido dolor muscular, pero nada parecido a éste; en mi caso fue muy intenso y distinto a otros dolores que haya experimentado antes. Otra característica fue la velocidad con la que se desarrollaron los síntomas. El tercer día fue el peor, la fiebre iba y venía, pero el dolor se localizó en la espalda alta y se volvió insoportable al punto que el medicamento que estaba tomando no lograba calmarlo.

Ese día comencé a rayarme porque sentí dudas sobre cuándo saber si debía pedir ayuda. No me paraba de la cama sino con mucha dificultad para ir al baño. En ese punto ya había hecho un test de preguntas y respuestas del gobierno y había reportado mi caso en el número de emergencia, donde me dijeron que se pondrían en contacto los de sanidad de mi zona. Eso nunca pasó, ya estaban colapsados, no hay suficiente personal, ni suficientes test, ni suficiente nada. Acá la consigna era clara. Si tienes los síntomas y no eres una persona de alto riesgo, te quedas en tu casa aislada, pasas la enfermedad como lo harías con una gripa, sobre todo no salgas por ninguna razón y no recibas visitas. Así lo hice.

No estaba preocupada porque estaba segura de que me recuperaría sin complicaciones. Pero lo cierto es que tampoco me esperaba que me golpeara así de duro. Y mientras fui descendiendo círculos en el espiral del averno sintomático, fui poco a poco cayendo en cuenta de que el mundo se estaba yendo a la mierda, y que las dimensiones de esto eran insospechables.

Una de mis amigas más cercanas en Barcelona me estaba haciendo seguimiento a diario por Whatsapp y cuando me escuchó la voz el martes me empezó a presionar para ir al hospital. Le dije que no lo haría porque ese no era el protocolo. Me pidió volver a llamar al número de emergencia. Lo hice pero lo encontré saturado. Entonces me pasó un link de Telegram de una red de grupos de apoyo por barrios.

Allí me ayudaron enormemente, me indicaron dónde podía pedir medicamentos a domicilio, me ofrecieron apoyo en caso de emergencia. Esa noche pude hablar con un enfermero que estaba en ese grupo que me dijo que dejara el medicamento que había estado tomando (Dexketoprofeno, una droga fuerte para el dolor que tenía, de una vez que me accidenté en la bicicleta), porque toda la familia del ibuprofeno podía empeorar los síntomas del coronavirus. Me indicó tomar únicamente paracetamol (en Colombia, acetaminofén).

Ese día pude hablar con un médico que me enseñó a monitorear las señales de una afección pulmonar midiendo la frecuencia respiratoria, la frecuencia cardíaca y la temperatura; si las dos primeras están altas es mal signo y si, además, hay fiebre, hay que ir al hospital.

Aunque parezca obvio, si alguien no sabe cómo hacerlo y se sorprende de ignorar algo tan básico y vital, pues bienvenido a mi club porque yo tampoco lo sabía. Es muy sencillo, miren: para la frecuencia respiratoria, se acuestan boca arriba y se ponen una mano en el abdomen y cuentan cuántas veces se infla durante un minuto. Lo normal es alrededor de 20 por minuto. Para la frecuencia cardíaca, ponen dos dedos sobre la yugular o en las venas de la muñeca y aprietan hasta que sientan el pulso; cuando lo tengan, sostienen durante un minuto contando las pulsaciones y midiendo el tiempo con ayuda de un cronómetro. Lo normal es alrededor de 74 por minuto. Es mejor que otra persona haga las mediciones, si es posible. Conocer esa información redujo bastante mi estrés porque ya podía asegurarme que no estaba empeorando.

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Creo que desde el jueves empecé lentamente el camino de la recuperación y desde el viernes ya no volví a tener fiebre y el dolor empezó a ser cada vez más esporádico. Hoy me queda la tos, una nariz sin olfato y un cuerpo bastante debilitado al que aún le cuesta trabajo comer y que ha perdido tres kilos en una semana. Pero ya estoy mucho más animada y paso gran parte del día fuera de la cama. La misión ahora es comer y ganar fuerza. Anoche una doctora me dijo que la tos puede durar algunos días más y que lo más probable es que no experimente recaídas. Entre dos y tres semanas a partir de hoy, el virus debería haber dejado mi cuerpo.

Si les da el virus y no se encuentran en la población de riesgo, lo primero es informarse bien. La clave de esto es no asustarse, encerrarse en la casa, apoyarse unos a otros al máximo sin exponerse al contagio, tomar acetaminofén (NO IBUPROFENO) y remedios naturales, monitorearse ustedes mismos el estado de sus pulmones como indiqué arriba, y solo acudir al hospital si esa prueba les indica que algo anda mal o si tienen dificultades para respirar.

Normalmente se recuperarán, aunque en este punto creo que es importante que sepan que aunque los mayores de 60 y las personas con enfermedades previas son más vulnerables, nadie está exento de riesgo. Conozco casos de personas en sus treintas, en sus cuarentas y que gozaban de buena salud, que tuvieron complicaciones y están actualmente hospitalizadas. Y aunque estadísticamente se prevé que el virus pasará por al menos el 60 % de la población y la mayoría solo experimentará síntomas leves, todos tenemos en nuestro núcleo familiar o círculo cercano a personas con alto riesgo de experimentar complicaciones graves.

Entiendan que el problema es que esta enfermedad se contagia muy fácilmente y cuando se presentan complicaciones es muy violenta; se requiere asistencia médica para salvar la vida y si la red hospitalaria se satura y no da abasto por el número elevado de casos, miles de personas acabarán muriendo.

Para que se ubiquen un poco, quiero contarles que el 13 de marzo, cuando llegué a España, se contaban alrededor de 400 casos y a 26 de marzo ya van 42.058 casos. Es así. Sé que allá aún hay mucha gente escéptica o que no se lo toma en serio. Y entiendo la razón de la desconfianza. Pero aunque no sepamos muchas cosas respecto a lo que está pasando, algo sí es seguro: el virus es real y mortal. Yo misma lo experimenté en mi cuerpo con síntomas leves.

Mi amigo y compañero de activismo fue ingresado hace tres días a cuidados intensivos en París por coronavirus y hoy lo pusieron en coma inducido; y en mi círculo social conozco otros casos tanto de síntomas leves como con complicaciones.

Por eso quisiera que este relato sirviera para prevenir algunos errores que yo cometí y los ayudar a afrontar la enfermedad en caso de adquirirla.

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Es urgente que esto sea asumido con la seriedad que requiere pues en el caso de Colombia están todas las condiciones para una tormenta perfecta.

Como país somos extremadamente vulnerables a esta pandemia por dos razones: la primera es que, como resultado de 30 años de políticas neoliberales, materializadas en la ley 100 en el caso de la salud, nuestro sistema de salud pública ha sido despojado de toda capacidad para afrontar esta crisis. La segunda es que más del 60 % de nuestra población vive en la pobreza y, por lo tanto, el confinamiento prolongado en sus casas nos enfrentará a una situación de física hambre. Si la gente tiene hambre saldrá naturalmente a buscar el sustento, y esto no solo imposibilitará frenar la curva de contagio, sino que podría causar situaciones desesperadas de desorden público y represión violenta por parte de un Estado acostumbrado a responder con la fuerza a las demandas sociales.

No podemos permitir que esto suceda. Nuestra supervivencia como sociedad depende de que entendamos estos asuntos y nos dispongamos a asumir la responsabilidad colectiva de nuestro destino, entendiendo que dependemos unos de otros y que necesitamos estar unidos para exigir al gobierno las medidas necesarias para evitar una tragedia mayor.

La estrategia que nos permitirá sobrevivir se compone de una acción estatal contundente que priorice la vida de la gente por encima del capital, y de la organización de las comunidades y la cohesión social.

El gobierno debe concentrar todos sus esfuerzos en ampliar la capacidad hospitalaria, comprando y fabricando unidades de cuidados intensivos y respiradores, habilitando hospitales abandonados en todo el país, comprando millones de kits para realizar la prueba a los enfermos; comprando todos los implementos para proteger a los trabajadores de la salud (mascarillas, guantes, trajes de protección, gel antibacterial); contratando a todos los médicos y enfermeros que se encuentran desempleados y estudiantes de último año de medicina, para ampliar la capacidad de atención, como lo han hecho en Francia, por ejemplo; y nacionalizando, así sea temporalmente, la red clínica para equilibrar el déficit de la capacidad hospitalaria.

Así mismo es fundamental atender a la población en situación de calle, proporcionando techo y comida para que sea posible su confinamiento. En Francia el gobierno ha utilizado hoteles y albergues con este fin. Debe haber también una política correcta para la población carcelaria, proporcionando los elementos de aseo y garantizando la sanidad dentro de los centros carcelarios. Esto pasa por reducir el hacinamiento en las cárceles que alcanza el 50 %. Los presos que enfrentan condenas por delitos menores, los que enfrentan condenas por delitos políticos, las mujeres embarazadas, quienes se encuentran a punto de cumplir su tiempo de condena y los mayores de 70 años podrían tener libertad condicional o prisión domiciliaria, por ejemplo.

Frente al tema de la financiación estatal, el Fondo Monetario Internacional ha ordenado al Banco Mundial congelar el pago de la deuda externa a los países que lo soliciten. ¿Qué está esperando el presidente Iván Duque para echar mano de este recurso? Será fundamental el control social y la veeduría ciudadana para garantizar que los dineros públicos sean canalizados hacia donde debe ser: la gente, los hospitales. Este no es el momento de rescatar bancos ni grandes corporaciones. Está en juego tu vida y la de tu familia; está en riesgo la capacidad de nuestra sociedad de sobrevivir a esta pandemia.

Por otro lado, la organización comunitaria es esencial y urgente. En toda España, por ejemplo,  las asociaciones y organizaciones barriales y comunitarias se han puesto en la tarea de crear redes de apoyo locales que funcionan en varios sentidos: llevar mercado y medicamentos a las personas que se encuentran enfermas en sus casas o a las personas vulnerables que no pueden salir a abastecerse como mayores de 60 o personas con enfermedades previas. Los vecinos cuidan unos de otros en este sentido. A través de aplicaciones como Telegram o WhatsApp se crean grupos de vecinos para que la gente que necesita ayuda pueda encontrarla. El apoyo psicológico y emocional es importante. Aunque no podamos tocarnos hay que mantener el tejido social, las cadenas de afecto, nuestra humanidad muy activa.

Otra dimensión en la que la sociedad puede y debe colaborar es a través del apoyo económico a individuos y familias que se encuentren en dificultad. Apoyar masivamente iniciativas de asociaciones que están entregando mercados es importante. Hay varias; busquen y donen algo, especialmente si tienen la suerte de contar con estabilidad económica y recursos. O apoyen directamente a las personas que conocen y que saben que lo necesitan.

En España hay otra estrategia que se ha puesto en marcha con mucho éxito y que pienso que en Colombia deberíamos copiar. Hacer vacas electrónicas para transferir dinero a los hospitales. Esto debe ser organizado y promovido por médicos o directivos de los mismos hospitales; así ellos pueden contar con recursos extra para comprar lo que les hace falta. En España solo en dos días ya habían recolectado más de 150 mil euros.

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Compartir lo que tenemos no solo nos rescatará de la degradación humana sino que es nuestro mayor interés en este momento, porque nunca ha sido más evidente que el bienestar y futuro de cada uno de nosotros depende en gran medida del bienestar y la seguridad de los demás, de la de todos como conjunto. Aumentando la capacidad de supervivencia de todos estamos aumentando la nuestra propia.

Colombia está a pocos días de recibir sobre sus hombros todo el rigor de esta prueba. Solo con medidas correctas y oportunas de parte del Estado y una actitud solidaria y disciplinada de la sociedad podemos evitar que esto se convierta en la mayor tragedia de la historia de nuestro país. Que los que tienen de sobra ayuden, que las iglesias ayuden, que el gobierno haga lo necesario sin escatimar costos, que entre vecinos se cuiden. Y sobre todo, ámense mucho, cuiden su psiquis y no se dejen caer en el pánico por ningún motivo. El pánico puede ser incluso más letal que el mismo virus. Saquemos lo mejor de nosotros y dispongamos nuestros cuerpos, mentes y espíritus para atravesar este umbral con la fortaleza y la humanidad que requiere. Si salimos de esta, tal vez estaremos listos para producir los cambios profundos que nuestra sociedad requiere, porque habremos batallado juntos y habremos vencido la muerte.

* Estamos cubriendo de manera responsable esta pandemia, parte de eso es dejar sin restricción todos los contenidos sobre el tema que puedes consultar en el especial sobre Coronavirus

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Por Tamara Ospina Posse / especial para El Espectador

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