La genialidad de Isaac Newton y la pandemia

Cuando la peste negra devastó gran parte de Europa, Isaac Newton tuvo que refugiarse en en la casa donde había nacido. Allí, en medio de la cuarentena, empezó a hacer los cálculos que lo convertirían en un gran científico. Esta es la historia de un genio obsesivo.

Héctor Rago*/ @hectorrago
18 de mayo de 2020 - 07:48 p. m.
Ilustración de Isaac Newton. / Wikimedia - Creative commons
Ilustración de Isaac Newton. / Wikimedia - Creative commons

“Grandes temores de que la enfermedad se apodere de la ciudad…cuán vacías y melancólicas están las calles…la enfermedad está muy cerca de mí”. Estamos finalizando la primavera de 1665 y la peste negra que años antes había devastado Sevilla, Milán y otras ciudades de Europa, asomaba su horrible rostro en la dársena de Londres. (Lea Esta es la situación del coronavirus en Colombia en tiempo real)

A los pocos meses el calor del verano, las horribles condiciones sanitarias, la incomprensión de qué causaba la enfermedad, habría de cobrar decenas de miles de víctimas. Los cadáveres amontonados en las calles, las fosas comunes, las puertas marcadas con una cruz y el pánico de los habitantes, se hicieron parte del paisaje. Era la peste bubónica. La bacteria Yersinia Pestis -eso se supo dos siglos después- era inoculada por las pulgas de las ratas y causaba altas fiebres, temblores, vómitos, intensos dolores, manchas negras, bubas o inflamación de los ganglios, sangramientos y rápidamente la muerte. Eran los coletazos de una peste originada en China que en el siglo XIV desoló a Europa.

La gente huyó despavorida hacia los campos. En el éxodo, los más humildes murieron de hambre y sed por las difíciles circunstancias de la diáspora. Las autoridades de la ciudad prohibieron las reuniones, las asambleas públicas, los funerales y cerraron los teatros. A pesar de no conocer los detalles del contagio, lucía razonable obligar a un distanciamiento social, la cuarentena se impuso de manera intuitiva y el país entero se preparó para el aislamiento. 

Un tal Isaac Newton se refugió en la casa familiar donde había nacido 23 años antes, en Woolsthorpe, a un centenar de kilómetros de Londres. El Trinity College, en Cambridge, donde estudiaba desde los 18 años, había cerrado sus puertas por la epidemia.

Libre de la presión de los horarios y obligaciones universitarias, Newton reflexiona, hace experimentos, calcula, estudia, y adelanta. Se mueve entre la óptica y la naturaleza de los colores y entre las leyes del movimiento y la gravedad. Su intuición le susurra que la fuerza que hace que una manzana caiga es la misma que actúa sobre la luna y la mantiene atada a nuestro planeta, y la misma que gobierna al sistema solar y tal vez al universo. Pero carece de la herramienta matemática necesaria para corroborar su intuición. Hay que elaborarla y supone hallar pendientes de curvas y el lenguaje de lo que hoy conocemos como cálculo diferencial, y su alter ego, el cálculo integral. Desarrolla la fórmula del binomio y da con un método para aproximar funciones como una serie de potencias. 

Cambridge abrió de nuevo sus puertas en 1667. De regreso, en tres meses obtuvo su grado y a los 26 años era profesor y a los treinta era el miembro más joven de la Royal Society. Era el comienzo de una carrera fulgurante. 

¿Fue Newton el gran científico que fue gracias a la peste negra? ¿Le debemos los monumentales descubrimientos que realizó a la cuarentena? ¿Pudo la pandemia ser el detonante de una serie de aportes fundamentales? 

Nuestra respuesta definitiva es un rotundo no. El aislamiento tal vez salvó a Newton de contarse como uno más de los más de cien mil muertos por la peste. Pero el aislamiento no produce genialidad ni dedicación. Newton siempre fue un obsesivo, pero un obsesivo extremadamente talentoso y tuvo la habilidad de transformar la cuarentena en su annus mirabilis, su año milagroso en el que delineó el programa que habría de desarrollar y pulir en los años siguientes. Eran temas en los que había comenzado a pensar en 1664, el año anterior a la peste. No fue el aislamiento sino al contrario, la profunda conexión con la tradición intelectual y científica de Occidente la que permitió que emergieran sus contribuciones.

Desde sus comienzos universitarios, Newton estudió a los grandes. Conoció geometría a partir de Euclides y estaba familiarizado con los trabajos de René Descartes que ligaban a la geometría con el álgebra. Estudió la Óptica de Kepler y obviamente conocía sus leyes sobre el movimiento planetario. Recibió clases de su tocayo Isaac Barrow, en la cátedra Lucasiana, que pronto impartiría el propio Newton, y luego y entre otros, Paul Dirac y Stephen Hawkins. Estudió a profundidad el libro de John Wallis, Aritmética de los infinitesimales, que fue crucial para el desarrollo del cálculo, otra de sus monumentales contribuciones. Pero la invención (¿o el descubrimiento?) del cálculo estaba en el ambiente; de hecho, fue descubierto (¿o inventado?) también en la misma época por Leibnitz, lo que disparó una agria disputa por la autoría. Pero esas disputas eran rutina tratándose de Newton. 

La idea de una fuerza gravitacional que se debilitara con el inverso del cuadrado de la distancia también estaba en el ambiente y no era invención de Newton. Al fin y al cabo, la intensidad del sonido o el brillo de una fuente luminosa también disminuyen con el cuadrado de la distancia. Una dependencia así había sido propuesta por el matemático francés Ismael Bullialdus 20 años antes de la peste, y de nuevo por Robert Hooke en los años de la peste ante la Royal Society, y el propio Hooke, junto con Halley y Wren tenían un gran interés por saber a qué trayectorias conduciría una fuerza así. Cuando Halley le formuló esa pregunta a Newton, este le respondió que el resultado era trayectorias elípticas…un asombrado, Halley replicó:

- ¿Y usted cómo lo sabe?  
-…porque lo he calculado, respondió con displicencia el gran físico y esa frase es ahora cliché entre los físicos.

Newton poseía el arma para explorar las consecuencias de la ley del inverso del cuadrado de la distancia, y estas consecuencias se parecían a la realidad. Sería injusto con el talento y la perseverancia obsesiva de Newton sobrevalorar el rol de la pandemia en sus contribuciones a la ciencia. Durante su período activo fue sin duda el más dotado de los matemáticos de Europa, era un hábil experimentador y poseedor de una formidable intuición física desde antes de la plaga, durante ella y después de ella, y por eso

Newton supo legarnos sus épicos descubrimientos a pesar de la peste. De modo que en tiempos de coronavirus, mantenga el distanciamiento social como Newton, use hábilmente el tiempo como Newton, sea persistente como Newton, pero no obsesivo como Newton. Y será menos amargado que lo fue aquel gran hombre.

* Realizador del blog y los podcasts de Astronomía Al Aire @AstroAlAire - Profesor de la Escuela de Física de la Universidad Industrial de Santander
 

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Por Héctor Rago*/ @hectorrago

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