Paola Mosquera, la nadadora paralímpica que cuida de la salud de los bogotanos

A sus 32 años, esta médica general trabaja en el Centro de Salud del barrio Jerusalén, en la localidad de Ciudad Bolívar.

Camilo Amaya
24 de abril de 2020 - 05:00 p. m.
Paola fue multimedallista en los Juegos Paranacionales de Bogotá en 2004. / Archivo particular
Paola fue multimedallista en los Juegos Paranacionales de Bogotá en 2004. / Archivo particular

A Paola Mosquera le gusta trabajar en el turno de la noche para poder aprovechar el día. Lleva cuatro años en el centro de salud del barrio Jerusalén, en Ciudad Bolívar, una de las zonas más violentas de esa localidad, y de Bogotá. Sin pausa, esta nadadora paralímpica cuenta cómo es el oficio de ser médico en un lugar en el que la violencia es tan habitual en la vida misma que los médicos han aprendido a sobrellevar  situaciones que, en otras partes, no harían parte de la cotidianidad: personas apuñaladas cada hora, mujeres golpeadas, niñas de 15 años embarazadas, niños en estado alto de desnutrición, hombres en estado de alicoramiento que llegan sangrando luego de una riña, entre otras tantas que reflejan el comportamiento de una sociedad marginada y falta de oportunidades.

Curiosamente, en esta época de cuarentena, casos similares a estos no han disminuido, por el contrario, se mantienen como si no existiera el aislamiento obligatorio, como si la rutina no hubiera sido alterada en lo más mínimo en un lugar en el que la soledad es constante por el olvido de las autoridades locales.

El Espectador dialogó con Mosquera, médica de urgencias, no sólo para recapitular lo que han sido sus días desde que apareció el COVID-19 en nuestro país, sino para reconstruir la trayectoria de una atleta paralímpica que en su momento antepuso la medicina sobre la práctica deportiva.

¿Ha habido casos de COVID-19 en su centro de salud?

Por ahora no. Solo tres sospechas de positivo, pero las pruebas de laboratorio que se han hecho en los hospitales a los que los hemos remitido han sido negativas.

¿Recuerda un caso en especial?

Un joven de 19 años que llegó con fiebre, dolor abdominal y con una tos que no era frecuente. El cuadro hemático que le hicimos estaba fuera de los parámetros y por eso fuimos más rigurosos en el seguimiento. También le practicamos una prueba de VIH que dio negativa así que lo remitimos al Hospital de Meissen bajo la sospecha de COVID-19 para que le hicieran la prueba.

¿Por qué fue tan particular este caso?

Porque después de que hicimos la remisión, que por cierto es complicada porque donde estamos no es fácil que lleguen ambulancias, no se le pudo hacer un seguimiento al paciente. No sabíamos si había dado positivo o negativo. Y eso era vital porque acá todo el personal de urgencias había tenido contacto con él.

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Entonces, ¿qué hicieron?

Durante tres días preguntamos hasta que por fin aparecieron los resultados y, para fortuna, era negativo. Eso es algo que no hay: una articulación entre el sistema de salud. Y en nuestro caso, que somos un centro de primer nivel, es fundamental saber qué pasa después para tomar medidas correspondientes.

Me imagino que ha tenido la posibilidad de hablar con otros colegas de esta situación…

Claro. Por ejemplo: la enfermera jefe que trabaja conmigo en la noche también hace turnos en otro lugar y allá tiene a cuatro personas en Unidad de Cuidados Intensivos por coronavirus. La semana pasada se les murió un paciente de 30 años por COVID-19.

¿En su centro de salud les han dado los implementos necesarios de protección?

Nos proporcionaron batas quirúrgicas, monogafas, y tapabocas, pero no es suficiente. De hecho, muchos, por nuestra parte, hemos comprado otras cosas. En mi caso, mi mamá me regaló una máscara que cubre todo el rostro y mi novio un overol. Hay que ser honestos y decir la verdad: faltan implementos.

¿Qué opina de esta situación, de las cifras que hay de infectados por COVID-19?

Mucha gente sigue saliendo a la calle con normalidad. Y estoy segura que abundan los asintomáticos. Creería que hay muchos más casos de lo que nos reportan y por ahora no hay cómo medirlos. Sumado a eso, no hay los implementos necesarios de protección y así será más complicado nuestro trabajo.

Muchos atletas dejan el estudio para dedicarse al deporte, pero en su caso fue al revés…

Quería estudiar medicina e ir de la mano con la práctica del deporte de alto rendimiento es difícil. Aplacé un par de semestres para ir a los Parapanamericanos de Río de Janeiro y después me di cuenta que había que darle orden a las prioridades y la mía era ser médica. Ya había ganado medallas en los Juegos Paranacionales de 2004 y no quería sentirme frustrada profesionalmente. En otras palabras, no quería dejar las cosas a medias.

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¿Por qué eligió la natación si antes nunca había tenido contacto con este deporte?

Porque en su momento fue el que menos miedo me dio. Para atletismo se necesitaba una prótesis especial y no me veía corriendo, mucho menos haciéndolo en silla de ruedas. Y tampoco estar sobre una bicicleta. Así que la piscina fue la primera opción.

¿Se acuerda de la primera competencia oficial?

Sí, fue en Neiva, en unos interclubes. Me daba pena mostrar mi amputación entonces mi mamá me hizo un vestido de baño especial. Y el día de la competencia todo salió mal, no hice bien la partida y me quemé al ingresar al agua, no pude nadar bien y creo que ni terminé la prueba. Una vergüenza. Recuerdo otra en Cali, en los 400 metros. Nunca había nadado esa distancia y le di tan fuerte que alguien tuvo que lanzarse a la piscina y pararme porque no contabilicé los recorrido y ya iba por los 500.

Ahora, siendo médica, ¿le ha dado por buscar su historia clínica del momento en el que le amputaron la pierna izquierda?

El año pasado fui al Hospital de la Misericordia, donde me hicieron el procedimiento, y no encontré nada. Supongo que han sido muchos años. Ahora tengo 32 y eso pasó hace bastante tiempo. Mi mamá tampoco guardó la historia clínica así que solo me queda pensar que en ese instante se hizo lo que más me convenía, como dicen por ahí, o era la amputación o la muerte.

@CamiloGAmaya

icamaya@elespectador.com


 

Por Camilo Amaya

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