
Por: Luisa Fernanda Rodríguez.
La vida es como un rompecabezas. Nacemos con las piezas en desorden y, lentamente, con nuestras vivencias y aprendizajes, van tomando forma. A lo largo de nuestra existencia, las fichas se van cuadrando, una a una, en perfecta armonía y sincronicidad hasta concluir el rompecabezas. Al final, lo podemos exhibir como una verdadera obra de arte.
Todos hemos oído la frase: “Después de la tormenta llega la calma”. Esa idea, que me dieron mis guías en un momento de adversidad, la deberíamos aplicar en nuestra cotidianidad. Yo recurro a ella cada vez que atravieso una tormenta vital: “Encuentra el orden en el desorden; el mismo desorden es el orden”.
Cuando me veo en medio de una tempestad, recuerdo que dentro de esa zozobra que producen el caos, la adversidad y el desorden también está un orden perfecto, repleto de aprendizaje y de oportunidades de crecimiento. Entonces, todo desorden trae consigo un orden. Esto no se percibe durante la tormenta, pues llevamos nublada la visión, pero una vez disipada la neblina llega la calma y la claridad ilumina nuestro cielo, nuestro panorama. En ese momento, las piezas del rompecabezas de nuestra vida se van acomodando y vamos encontrando un sentido.
Así no lo percibamos, todo está en perfecto, armonioso y sincronizado orden. De eso se trata nuestra existencia, para eso estamos aquí en la Tierra, para que las piezas del rompecabezas sean armadas.
Generalmente, durante esas aguas inquietas, solemos experimentar dolor y sufrimiento: ¡claro! Es normal. Somos seres humanos. Un día, en pleno caos, mis guías me dijeron: “Si dentro de las vicisitudes de la vida aún no encuentras paz, necesitas más vicisitudes para hallarla”. En ese momento fui consciente de que debemos trabajar para hallar paz y serenidad durante el caos; la paz es el resultado de mi aprendizaje. La paz proviene de mi interior indistintamente de mi exterior.
Cuando hablo de encontrar la paz en el desorden, me refiero a que vivamos la tormenta tal y como es, y a que usemos nuestras capacidades para navegar nuestro barco de la mejor manera posible durante la adversidad. Lo mismo haría un experimentado marinero: se enfocaría únicamente en dar y hacer lo mejor para conservar su barco a flote en la superficie del mar, conociendo de antemano que el desenlace de la tormenta no depende de él. En esa medida, da lo mejor de sí mismo, pero suelta el control, libera el temor y encuentra paz en su interior. Las tormentas ya le han enseñado que debe llamar la serenidad en plena odisea. La adversidad es la que nos enseña a ser cada vez mejores capitanes de nuestro propio barco.
El orden del rompecabezas lo provee el universo, nosotros no tenemos control sobre eso, pero sí podemos poner nuestra mejor disposición para limpiar la superficie donde lo vamos a ubicar. Debemos organizar nuestra mente y nuestro corazón para tener un juego claro y limpio.
Dejar ir
Este fin de año es una época propicia para limpiar y despejar el panorama, de tal manera que el próximo año nos traiga un buen juego. En ese proceso será necesario saber que para tener un buen futuro necesitamos sembrar un buen presente.
Los seres humanos solemos vivir con el peso del pasado sobre los hombros y angustiados por el incierto futuro; eso no nos permite presenciar lo único cierto y real: el presente.
El pasado se esfumó, se vivió, ya no existe, solo permanecen las energías que esas experiencias dejaron en nosotros, experiencias que podemos llamar ‘recuerdos’.
Los recuerdos nos pueden inspirar y ayudar a crecer, pero también ocurre que nos mantienen atados y limitan nuestras vidas por su peso.
Estas energías limitantes, si no son liberadas, una vez la experiencia ha concluido, se convierten en una carga energética para nosotros. Son como grilletes que llevamos amarrados en cada uno de nuestros pies, de los cuales se desprende una cadena que sujeta una pesada bola de plomo.
El peso del pasado nos hace esclavos de lo que no soltamos. Los buenos recuerdos representan una carga cuando la vivencia ya no hace parte de nuestra vida y nos negamos a dejarla ir. Los malos recuerdos limitan al bloquear nuestro presente por las experiencias negativas del pasado. Es decir, somos prisioneros de esos buenos y malos recuerdos. Estamos condenados a no fluir, a vivir enganchados a culpas, tristezas, nostalgias, añoranzas, resentimientos, odios y demás emociones que restringen nuestra existencia.
Para poder experimentar un buen presente, necesariamente, tenemos que soltar el equipaje del pasado, cortar los grilletes que nos encadenan y, de esta manera, liberar las energías discordantes que no nos permiten cerrar ciclos.
Es necesario que nos liberemos del sufrimiento que produce un divorcio, por ejemplo, la pérdida de algún ser querido, el despido de un empleo, la traición de alguien que apreciamos o la enfermedad.
Cuando hablo de tener un buen presente no me refiero a uno exento de dificultades, quiero decir que, a pesar de los problemas, podamos encontrar paz. La paz nos da la posibilidad de una vida en equilibrio. El hoy es el fruto del ayer, el mañana es el resultado de la siembra del presente. Si tenemos un buen presente, estamos sembrando las semillas que se requieren para la cosecha de un buen futuro.
Cuando hablo de liberar el futuro no me refiero a dejar de lado nuestros sueños y aspiraciones, o a no luchar por ellos. Soltar el futuro significa vivir el presente sin la ansiedad de lo incierto. La felicidad no debe depender de alcanzar un resultado específico. Es necesario aprender a trabajar por nuestros sueños desprendidos de ellos, de la necesidad de que se cumplan, ya que, de lo contrario, podemos afrontar frustraciones difíciles de superar. Al ejercer control sobre los resultados, intercedemos innecesariamente en el flujo armonioso y perfecto del universo.
Para despejar el camino hacia un buen 2018, necesitamos un buen aquí y ahora, por eso quiero compartirles un breve pero efectivo ejercicio que realizo cuando necesito cerrar ciclos y liberar sus cargas.
Ejercicios para soltar las cadenas
Primero debemos entender que para sanar necesitamos desempolvar sentimientos que aún tenemos en el baúl de los recuerdos. En ocasiones, nuestro mecanismo de defensa para dejar de sufrir es darles la espalda a las situaciones, cerrar los ojos para no verlas más, hacer cuenta que nada nos pasó, pero eso no nos permite sanar. Ocultamos y negamos pero llevamos el dolor a cuestas.
Traer esas emociones de regreso puede ser doloroso, pero donde están limitan nuestro progreso y generan angustia. No se trata de sufrir, sino de reconocer aquellos que nos afecta para florecer nuevamente.
Para sanar, hay que dar la cara, no para batallar (no se trata de ganar o de perder) sino para aprender.
Para sanar nuestra mente y nuestro espíritu, debemos abrazar con amor el dolor y el sufrimiento que vive en nosotros, solo así podremos afrontar y transformar lo vivido.
“Nunca olviden que tienen con ustedes la fuerza más poderosa que existe en el universo, el amor. No hay nada que el amor no transforme”, aseguran los ángeles.
Ahora sí, comencemos. Siéntense en silencio y respiren lento y profundo. Repitan a viva voz este decreto:
1. Pídanle a Dios, a la fuente, a la energía, a su mente o a la creencia que tengan que traiga a este momento las experiencias que aún están sin cerrar y que deben ser concluidas.
No hay un mínimo, no hay un máximo. Hagan una lista en el orden en que vayan apareciendo, ya que con ese mismo orden trabajaremos. Por ejemplo:
- Me divorcie, o terminé con mi novio.
- Perdí a un ser querido.
- Perdí mi empleo, mi jefe me despidió.
- Me sentí pisoteado por mi pareja.
- Mi mejor amiga me traicionó.
Sin querer controlar, reconozcan una a una las experiencias que lleguen a ustedes. Tampoco se angustien si no llega nada a su mente, permítanse sentir lo que tengan que sentir y experimentar. Quizás, si no llega nada, esa es la experiencia que requieren en este momento. No desistan, vuelvan a intentarlo en otra oportunidad.
2. Siguiendo la lista, vamos a comenzar a trabajar con el primer punto. Enlisten, uno a uno, los sentimientos que nacieron o surgieron de esa experiencia y que aún cargan a cuestas. Traten de sacar el mayor provecho de este momento, entre más desocupado quede ese baúl de los recuerdos, mejor para ustedes.
- Me divorcié:
Siento rabia, odio, frustración, miedo, culpa, pena, tristeza, depresión, etc.
3. Una vez concluida la lista de los sentimientos, procedemos a llamar la energía de esa persona. Recuerden que todo es energía y nosotros no nos escapamos de ello.
Cierren los ojos, intenten conectarse con la energía del amor sintiéndolo en el centro de su pecho y, desde allí, llamen a la persona involucrada. Imaginen que llega a ustedes. Díganle que desde el amor lo invitan a sanar.
Este proceso es mucho más efectivo cuando se cita el alma de la persona, cuando lo hacemos personalmente hacen presencia los egos. Si la persona ya no se encuentra en este plano físico, también podemos hacerlo.
El dolor de cualquier vivencia no desaparece como por arte de magia, es un proceso, pero el sufrimiento por la experiencia ya no limitará más nuestra existencia. Recuerden la frase de Buda: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”. Nosotros tenemos la libertad de elegir si deseamos seguir anudados al sufrimiento o si preferimos liberarnos.
4. Retomen nuevamente la lista y digan: “Estas energías producto de la interpretación que he tenido de esta vivencia ya no las cargaré más”.
Lean las energías, una a una, de la siguiente manera:
Libero la rabia, libero el odio, libero la frustración, libero el miedo, libero la culpa, etc.
Igualmente, te libero de cualquier energía que mis actos, acciones u omisiones hayan podido generar en ti.
Las libero, ya no están en mí y tampoco en ti. Le pido a la energía del amor que las transforme, que las purifique, que nos limpie, nos sane y nos inunde de amor.
Te perdono y me perdono,
Te libero y me libero,
Te amo y me amo,
y cierro en amor nuestro aprendizaje.
5. Bríndenle un amoroso agradecimiento por ser su maestro, por traer a su vida las experiencias que su alma necesitaba para evolucionar. Agradézcale por enseñarle a afrontar el dolor desde el amor, por enseñarle a soltar, a perdonar, a cerrar ciclos. “Gracias, por haberme ayudado a crecer. Me he sanado”.
6. Por último, quemen el papel. El fuego será símbolo de transformación y purificación. Repitan este mismo proceso con cada uno de los puntos de su lista. Disfruten la paz que empezará a invadir su corazón al liberarse de cadenas. Ya no serán prisioneros y podrán dirigirse al futuro que sueñan alcanzar.
Foto: iStock.
