Curarse del pasado

Sanar un dolor muy profundo implica acciones conscientes y calculadas, que nos permitan ahuyentar los recuerdos sombríos con motivos para vivir.

Por Claudia Morales / Periodista y librera

23 de noviembre de 2019

Las heridas pueden volver a supurar, pero no debemos permitirlo: una forma de honrar la existencia de quienes se han ido es amando, creyendo y creando. / Foto: David Schwarz.

Las heridas pueden volver a supurar, pero no debemos permitirlo: una forma de honrar la existencia de quienes se han ido es amando, creyendo y creando. / Foto: David Schwarz.

En el libro Memoria por correspondencia, Emma Reyes narra su niñez con tal crudeza que resulta difícil entender cómo pudo ser un ser sociable después de tanto sufrimiento. ¿Cuánto dolor puede aguantar una persona? Es una pregunta que me hago de manera recurrente. 

Vuelvo a ella mientras leo un libro que no logro sacarme de la piel: El Salvaje, de Guillermo Arriaga. Su personaje es un adolescente llamado Juan Guillermo, que queda huérfano. Mueren sus padres, su único hermano, la abuela con la que vivía y sus mascotas. Un día, desesperado con la soledad, el dolor y los duelos que le reventaban la cabeza, empezó a ‘pelear’ con los autores que leía su hermano. Entre ellos estaba William Faulkner, quien escribió: “Entre el dolor y la nada, prefiero el dolor”. El joven, entonces, le reclama al escritor: “¿Prefieres el dolor? Ven, cabrón, y aguanta mi dolor. Carga con esta tonelada de muertos. Te aplasta”. 

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Sí, queridos lectores, aplasta. 

Me piden que escriba sobre la fuerza mental, porque suele suceder que, luego de ser víctima de abuso sexual y de enterrar a mi mamá, a mi único hermano, a mis abuelos maternos y a mi mejor amigo, algunos se pregunten por qué creo en la vida y cuál fue la fórmula para seguir respirando. Realmente, no lo tengo tan claro. Y si algo tiene que ver con la mente, nadie me lo enseñó. Hay una energía que alimenta el carácter que se forma a punta de cortes que dejan hondas cicatrices, pero lo cierto es que no hay un renacer definitivo. Todos los días son una lucha. Ahí sí encuentro un método de supervivencia.

Siempre leí, siempre leo, y me agarro de la literatura porque ella fue (y es) serenidad para mis penas. Me aferro al amor porque creo que es la única fuerza posible. Si no espantamos el recuerdo de la muerte (un abuso también mata un poco), no podemos reconstruir. En mi cabeza martillaba una idea y es que si no era capaz de vivir bien, debía matarme. Y no.  No se mataron Emma Reyes ni Juan Guillermo.  Yo tampoco quise hacerlo.

He construido una vida sencilla, sin lujos materiales, pero con muchos emocionales. Y cada amanecer me esfuerzo por crear más motivos para vivir. Es un acto consciente y disciplinado, tanto, que a veces me produce ardor. Lloro a veces y extraño siempre ese piso de amores que se derrumbó. Suelo hablar con mi mamá y me asusto cuando pienso que las caras o los gestos de esos seres que ya no están se pueden borrar. 

Faulkner también escribió: “Uno no se cura de su pasado”. Yo creo que sí podemos sanarnos, pero debemos saber que la herida puede volver a supurar, y eso es lo que no debemos permitir, porque una forma de honrar la existencia de las personas que se han ido es amando, creyendo y creando. El mundo está lleno de sufrimiento y mi decisión fue sumarle empatía, compasión y solidaridad. Para algo debe servir el sufrimiento.

Por Claudia Morales / Periodista y librera

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