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Según la Real Academia de la Lengua Española un límite es una línea real o imaginaria que separa dos terrenos, dos países, dos zonas. El concepto aplica perfectamente al territorio de la cama. Cuando se habla de sexo y sexualidad muchos creen que se vale todo y que hombre y, sobre todo mujer, deben despojarse de cualquier freno o límite, cosa que no debería ser así. Lastimosamente las mujeres son las que más ceden en cuanto a las prácticas sexuales, poniéndose en situaciones que no les gustan, que las hacen sentirse incómodas e incluso, situaciones en las que se sienten violadas y acceden solo para retener a sus parejas. Que panorama tan triste.
Dos cuerpos que están en la cama deben comportarse como dos países vecinos que deben negociar, escoger lo que resulte más placentero para ambos, no solo para uno. Si no se tienen límites definitivamente se va a desencadenar una guerra.
Por estos días, con el auge y el boom de Cincuenta sombras de Grey las mujeres creen que deben adquirir una postura sadomasoquista, hacer tríos, swinger, bondage, sexo anal, todo lo que dice el libro o lo que se muestra en la película, pero, ¡a ver, señoras! para eso se necesita confianza, respeto y, sobre todo, autoconocimiento. Uno debe conocer su cuerpo, saber qué estímulo necesita para excitarse y qué no le gusta definitivamente. Debe haber una equidad entre lo que quiere la pareja y lo que uno está dispuesta a hacer. Recibo muchas pacientes que practican sexo oral pero no porque les guste sino porque afirman que de no hacerlo sus parejas buscarán complacencia en otra persona.
Encuentro muchas quejas de hombres que afirman que el matrimonio transforma las prácticas sexuales de su ser amado. “Cuando éramos novios le encantaba practicar sexo oral y cuando nos casamos dejó de hacerlo”, otro error. Muchas se vuelven deshonestas cuando la relación se torna estable. ¡Fatal!
Siempre hay que apelar a la verdad. Los hombres son más honestos para decir no, son más tajantes y determinantes. Respetan más los límites de la cama, contrario a las mujeres que son más complacientes por miedo al abandono.
Ojo, no digo que debemos ser mojigatas que no nos arriesgamos y que solo hagamos la posición del misionero. ¡Qué aburrido! Se puede probar pero una vez lo hemos hecho hay que tomar partido por un “me gusta, puedo seguirlo intentando” o “no me gusta para nada y no lo quiero volver a hacer”.
De la misma forma como educamos nuestro paladar podemos educar nuestro cuerpo y nuestros gustos. En el caso del sexo oral, por ejemplo, si alguien quiere aprender a disfrutarlo, entonces puede poner cremas, sabores, arequipe, leche condensada, lo que le ayude a sentir un mejor sabor. Lo importante es conocerse y tener claro hasta qué punto puede ir. Si aprendemos a comer ostras aprendemos a saborear el sexo oral.