Andrés Cepeda: "La música fue una herramienta social clave para defenderme del mundo"

Durante la adolescencia la música lo salvó. Tal vez por eso, nunca ha dejado que se apague ese ardor que lo impulsa al escenario.

Por Natalia Roldán Rueda
07 de diciembre de 2016
Andrés Cepeda: "La música fue una herramienta social clave para defenderme del mundo"
Foto: Andrés Valbuena - Caracol TV.

Foto: Andrés Valbuena - Caracol TV.

Era mi primer día en un colegio nuevo y debía presentarme frente al resto del curso. “M-m-me ll-ll-lla-m-mo…”. Nunca pude terminar la frase. Tenía un problema de tartamudez que se acentuó ante lo desconocido. Estaba en plena adolescencia y era un colegio de hombres, así que se me vino el mundo encima. Para rematar, mi apellido era Cepeda. Y a eso habría que sumarle los barros. El panorama no pintaba nada bien, pero la música me salvó. 

La fonoaudióloga lo intentó todo. Pasé mucho tiempo soplando ringletes hasta que me propuso que empezara a cantar. Hasta ese momento yo solo me había interesado en el piano, pero tenía que intentarlo. Al parecer, el camino que sigue el lenguaje en el cerebro cuando cantas es diferente al trayecto que coge cuando hablas, así que de esa manera me evitaba los baches de la tartamudez. Yo todavía no termino de entender la lógica del asunto, pero me curé, y la música se convirtió en una herramienta social tremendamente importante para defenderme y me dio un lugar en esa pequeña y compleja sociedad que es el colegio. Empecé a escribir canciones para enamorar a las niñas y para burlarme de los que se burlaban de mí. Todo cambió. Mi adolescencia terminó siendo dulce y determinó lo que sería mi futuro. Mi vida se la debo a la música.  

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"Las nuevas generaciones no tienen inhibiciones pendejas que los limiten. Uno pensaba muy bien antes de abrir la boca, uno intentaba pasar inadvertido y no ponerse en evidencia".
Foto: Mauro González - Caracol TV.

Otros tiempos
En esa época, ser adolescente era muy diferente. Éramos ingenuos e inocentes. Uno iba entendiendo la vida a paso lento, gota a gota. Las nuevas generaciones van a mil, lo vemos en La Voz Teens. Es impresionante la velocidad con la que se adaptan a lo que ocurre y en la que asimilan las situaciones de la vida. Manejan mucha información, la procesan y la codifican éticamente con mucha rapidez. Además son más arrolladores, más fuertes, más temerarios, más seguros de sus anhelos. No les da pena nada y eso es maravilloso, porque no tienen inhibiciones pendejas que los limiten. Uno pensaba muy bien antes de abrir la boca, uno intentaba pasar inadvertido y no ponerse en evidencia. 

A pesar de la tartamudez, la inocencia y ese voluntario interés por ser de bajo perfil, nosotros terminamos creando un grupo de música que superó las fronteras académicas y que incluso nos llevó a la televisión. Al entrar al Emilio Valenzuela, me reencontré con dos amigos que había conocido en el San Carlos y con quienes siempre habíamos compartido el interés por la música: Juan Gabriel Turbay y Gustavo Gordillo. Por supuesto retomamos la amistad y creamos Poligamia, la banda con la que apuntaríamos a hacer lo que más nos gustaba el resto de días de nuestras vidas.

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Con Juan Gabriel Turbay y Gustavo Gordillo en tiempos de Pologamía.
Foto: Archivo Particular.


Era la segunda mitad de los 80, los tiempos dorados del rock en español. Creo que yo, de tanto oírla, borré Persiana americana del cassette. También oí muchas veces un disco de Charlie García que se llama Yendo de la cama al living. Dependiendo de lo mucho que me gustara la música, compraba el acetato, el cassette o la grababa de la emisora. Entre los preferidos estaban Soda, Fito, Charlie, Caifanes, Mecano, Los prisioneros. Los oíamos sin pausa y sin afán. Siempre con ilusión. Tal vez podíamos llegar a ser como ellos.

Los años maravillosos 
Fueron años muy felices. En parte, creo, porque vivíamos en el presente. Durante la adolescencia uno no piensa en el futuro. El corto plazo determinaba cada cosa que hacíamos, así que no recuerdo preocupaciones –más allá de esa de estar perdiendo matemáticas y tener que darle la cara a mis papás, que sufrían mucho con mi desempeño académico–. Con el grupo como nuestro gran proyecto, vivir en el hoy implicaba existir en medio de una ilusión sin fin. Cada instante traía una alegría o una sorpresa. Un día reuníamos la plata para comprar la guitarra, otro nos organizábamos para grabar un demo, al siguiente nos preparábamos para un concierto.    

En ese ciclo musical, nos presentamos en decenas de concursos y representábamos al colegio. Con frecuencia ganábamos y todos los estudiantes se sentían felices y agradecidos. Se podría decir que nos apreciaban más, así que muy pronto ese primer día vergonzoso quedó en el olvido. En uno de esos concursos, a los que se les decía murgas, ganamos la oportunidad de producir nuestro primer disco. Lo patrocinaba Radioacktiva.    

A esa edad, con una banda y un disco, y tocando en fiestas de quince y en proms, no teníamos una sola razón para quejarnos. La mente se mantenía ocupada y el ego sobrevolaba la estratósfera. Con La Voz Teens he revivido lo que se sentía estar debajo de mi piel en esos días. Veo en estos chicos esa llama y ese ardor delicioso, y me he conectado con el inicio de las cosas. 

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"A esa edad, con una banda y un disco, el ego sobrevolaba la estratósfera".

Con la adultez llegan las responsabilidades y en ese camino se va perdiendo la capacidad de asombro. Eso extraño de esos años, que tienen fama de ser tan difíciles, pero que me dieron tanta felicidad. Creo que mientras que uno vive la adolescencia es fácil perderse entre las angustias vitales, la incertidumbre y las dudas, pero ahora, con la distancia del tiempo, soy consciente de que fue una de las épocas más hermosas de mi vida. Así que si pudiera decirles algo a todos los jóvenes del planeta, sería que aprovechen esta etapa, que la vivan sin restricciones, que la disfruten sin temores, que aprovechen esa agradable sensación que produce no tener responsabilidades y sentir que al espíritu lo impulsa el asombro y la pasión.

Un ídolo

Andres Caicedo_Foto Archivo Cromos

Durante mi adolescencia, tenía una obsesión por averiguar, conocer y leer todo lo que pudiera conseguir de un autor que siempre me gustó muchísimo: Andrés Caicedo. Me lo gocé y me acompañó durante varios años. A través de sus palabras descubría todas las angustias, la locuras y las adicciones de la adolescencia. Me sentía identificado y compartía con él mis dudas y preocupaciones. Me inspiró mucho también. Leí todos sus libros y aún hoy encuentro cosas que publican sobre él que compro emocionado.  

Por Natalia Roldán Rueda

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