A diferencia de una inmensa mayoría de mujeres hermosas que llegan a Hollywood en búsqueda de una oportunidad para poder entrar al mundo del espectáculo, a Claudia Bahamón no le interesa la fama. Al menos, no por ahora. Llegó a vivir a la meca del cine estadounidense hace cinco años luego de casarse con el director de cine Simón Brand y desde entonces escribió el guión de su vida: “Quiero una familia unida y feliz”.
Desde que se convirtió en la mamá de Samuel, hace dos años, sus prioridades cambiaron. “Ser mamá le enseña a uno muchísimas cosas, pero sobre todo a saber qué es lo importante en la vida. Lo material pasa a un segundo plano y buscar la felicidad de la familia se convierte en el objetivo”, asegura.
Tal vez esa idea se le fijó en la mente y el corazón cuando, siendo una niña, en Neiva, su mamá le hablaba de la importancia del núcleo familiar. “El cuento de la liberación femenina en el que ahora las mujeres trabajamos y ganamos plata ha hecho que se pierda la noción de pareja en la que los dos luchan juntos por un todo. Ahora es una competencia”, explica.
Sigue a Cromos en WhatsAppClaudia Bahamón está convencida de que el matrimonio es para toda la vida. Lo dice con la seguridad de quien ha visto una película y conoce el final. Aunque le gusta la improvisación, algo que le costó aprender en sus épocas como presentadora, prefiere planear, no dejar nada a la suerte y trabajar duro. “Nada es fácil en la vida, menos, formar un hogar. En cinco años hemos tenido nuestras discusiones con Simón, pero digamos que lo positivo de eso es que podemos hablar los problemas, exponer los puntos de vista y llegar a un acuerdo. Por eso podemos durar juntos toda la vida”, explica.
La difícil adaptación
Luego de un momento de silencio, suspira y se queda pensando. Pareciera que miles de imágenes de momentos buenos y malos se le pasaran por la cabeza y no supiera con cuál quedarse. Pero el corazón pronto decide. “Llegué al sur de California nublada de amor, no había nada que fuera negativo, todo era hermoso, y eso era ideal, fueron grandes momentos”, dice.
De nuevo hace memoria: “Pero como a los cuatro o cinco meses aterricé: ¿Y ahora qué voy a hacer aquí con mi vida? No tenía idea de hablar inglés, estaba sola, sufrí y lloré mucho. Todos los días me repetía: ‘estoy enamorada, éste es el hombre con el que me voy a morir, entonces ¿por qué me cuesta tanto?’”, cuenta con un dejo de nostalgia. Entonces, decidió encerrarse en su casa y esperar a que le salieran sus papeles de residencia en Estados Unidos con la única intención de poder comprar un tiquete de avión para viajar a Colombia a ver a sus amigos y familia. “Me sentía prisionera, no tenía trabajo, mi familia estaba lejos… De hecho, el día que me llegó la green card —tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos— fue como si llegara un documento más. La cogí y la metí en la billetera. Recuerdo que cuando Simón la vio me dijo: ‘¡Ya te llegó la tarjeta!’ Y yo le respondí: ‘¡Ah!, sí, qué bueno’. Mi reacción le dio rabia y me reclamó: ‘Yo llevo 20 años en este país y no sabes cuánto tiempo tuve que esperar para ganarme la green card, ¿no tienes nada más qué decir?’, me dijo”, recuerda.
Ahora, con un mejor manejo del inglés se mueve con facilidad en Los Ángeles, una ciudad que la apasiona porque siempre hay planes por hacer. “Estoy ocupada los 365 días del año, es un lugar que me sorprende todos los días”, asegura. Todavía pasa horas encerrada en su casa, pero ahora por otras razones: “Como soy arquitecta, me encanta remodelar mi espacio. Acá consigo cosas hermosas, artículos viejos que compro y adapto, así diseño mi hogar que para mí es el mejor lugar de esta ciudad, es mi paraíso”.
De repente, en medio de la entrevista, entra corriendo Samuel. “Pulguita, ¿puedes venir?”, le pregunta a su hijo que juega en el patio. Su mirada se transforma de manera indescriptible cuando ese hombrecito rubio y de ojos inquietos entra corriendo y le da un abrazo. “Para mí, Samuel es fundamental, así como mi prioridad es mi esposo”, dice con un tono trascendental, que pronto se rompe con una sonora carcajada cuando cuenta que desde noviembre está buscando tener su segundo hijo. “Estamos intentándolo, pero los hijos llegan cuando tienen que llegar, así que yo creo que en cualquier momento”.
Mientras llega el día de ser mamá de nuevo, Claudia Bahamón decidió no aceptar ningún trabajo en Estados Unidos. “No hago nada full-time. No voy a sacrificar mi tiempo, quiero dedicarme a mi hogar, ese es mi compromiso”, insiste. Ofertas no le han faltado, pero sólo aceptó la que le hizo hace dos meses Jaime Sánchez Cristo, quien le propuso formar parte del programa Los Originales en la emisora La X de Todelar. “La radio es un medio excepcional para acercarse a la gente. Me fascina, es algo totalmente diferente a la televisión y podría decir que la disfruto más”, reconoce.
Pero no sólo la radio la mantiene conectada con Colombia. Junto a su esposo trabaja como Embajadora de la fundación Learning For Life, liderado por Buchanan’s Forever, que a través de grandes artistas promueve y apoya varias causas. “Simón está trabajando en un documental en Pasacaballos en Cartagena. Con el dinero que se recauda con presentaciones como la de Elton John, el año pasado, o la de Sting que será en unos días, se ayuda a luchar contra la pobreza”, aclara.
En estos tiempos, cuando pocas mujeres se confiesan satisfechas con sus vidas, en que casi ninguna quiere dedicarse al hogar y en la que todas quieren ser profesionales exitosas antes que madres, Claudia Bahamón es el perfecto ejemplo de que no todas las amas de casa son desesperadas. Ahora está decidida a iniciar una campaña por el cuidado del medio ambiente y planea en unos años tener su propio centro de educación temprana. “Quiero que sea en Colombia, la idea es crear un espacio donde los niños se acerquen al arte, la música y también al medio ambiente”.
Entra la tarde y Samuel ya está cansado. Luego de asistir a su jardín y de escuchar a su mamá hablar durante una hora, el sueño está por vencerlo. Claudia lo toma en sus brazos, lo besa y lo lleva a su habitación. “Ésta es la hora de su siesta y yo tengo que trabajar. El programa ya va a empezar. Samuel y yo estamos perfectamente sicronizados. Mientras él duerme yo hago radio. ¡Es perfecto!”.