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¿Cómo construir una vida placentera?

Solo basta escoger entre la comodidad del engaño y la prosperidad de la incertidumbre para construir nuestro destino. ¿Te arriesgas?

Por Juan Sebastián Restrepo
10 de abril de 2016
¿Cómo construir una vida placentera?
¿Cómo construir una vida placentera?

¿Cómo construir una vida placentera?

Para quienes la vida es un misterio que merece revelarse, una danza sagrada lista para ser bailada, una potencia creativa que exige ser desplegada y, en fin, un continuo sentido que busca su sitio en el centro del corazón, eso que la mayoría de nosotros llamamos vida sólo es una cárcel cruel o un sueño profundo que confundimos con la realidad. Era por eso que el maestro armenio George Gurdjieff decía que la mayoría de los hombres viven y mueren sin alma, como los cerdos. Se refería, por supuesto, a quienes nos solemos pasar la vida sobreviviendo. 
 
Más todavía, no nos contentamos con el mínimo vital (sobrevivir), sino que damos vueltas constantemente, como asnos tratando de morder una zanahoria pegada de la propia cola: perseguimos una y otra vez deseos que no nos realizan, somos víctimas de miedos que no nos defienden sino que nos inmovilizan, y nunca dejamos de agregarle sustancia a la bruma de mentiras donde nos perdemos por escondernos. Todo el tiempo aceleramos en neutro, gastando una inmensa cantidad de energía sin movernos, sin conocernos, sin trascendernos, sin liberarnos, sin crearnos. Tal vez la vida que tantos defienden con orgullo y ahínco, no sea más que una cárcel. 
 
¿Pastilla roja o azul?
 
Pero a todos nos llega alguna vez un centímetro cúbico de la suerte, parafraseando a Carlos Castaneda; una pequeña brecha de libertad. Morpheus, en la película Matrix, ofreciendo las dos pastillitas, es un bello símbolo: la roja es el camino de la verdad desgarradora y la azul, la tibia ignorancia. Nunca deja de asombrarme que la gran mayoría, una y otra vez, escoja la píldora azul: se prefiere el dulce sueño al grito que nos despierta, se prefiere el precio del bisturí a la arruga que nos invita a despedir la belleza y celebrar la transitoriedad, se prefiere el «en-amor-a-miento» al amor que nos transforma sin misericordia. 
 
Pero, aceptémosla o no, a todos se nos ofrece la pastillita roja: una enfermedad, un despecho, una quiebra, una guerra, una dulce iluminación, un maestro severo o bondadoso, la vejez en el espejo, un nacimiento o una manzana que cae de un árbol sobre nuestra cabeza. Hay mil maneras de que la burbuja fantasiosa con la que solemos confundirnos se haga trizas. Pero muchos pasamos años volviendo a construir la burbuja de nuestra cárcel y no miramos por un segundo cuánto espacio libre deja el derrumbe. 
 
Entendamos que el camino hacia una vida con sentido, hacia una humanidad grande, empieza con una pastillita roja y una gran desilusión. La vida no es lo que parece, nuestro mundo se derrumba, el amor vuela en pedazos, nuestras teorías son cercenadas por la realidad, nuestro cómodo hogar es reemplazado por el exilio. El piso bajo nuestros pies se vuelve espacio y empezamos a caer como Alicia en el país de las maravillas. 
 
Y tenemos entonces dos opciones: devolvernos como perros asustados a nuestra cárcel confortable e imaginarnos que lo que vimos era un terrible sueño, o renunciar a la vida pasada, soltar la melancolía, despedir relaciones, cosmovisiones, hábitos, certezas y seguridades, para adentrarnos, casi desnudos y sin armas, a un misterio tan grande que siempre nos sobrecoge. Así empieza el camino del conocimiento, el camino del sentido, el camino de la creación. Y solo lo seguimos cuando logramos reunir una inmensa disciplina interior, una decisión de vivir la verdad a toda costa, un fiero anhelo de hacer sentido, una inquebrantable convicción de que sobrevivir es poco y que vivimos para realizarnos. No son suficientes los porqué; debemos buscar un para qué.
 
 
La riqueza del espacio
 
Hay una cierta pobreza en esta etapa, la del hombre que ya no cree ciegamente que el entretenimiento de la vida lo realiza, de aquel que se sabe con una ignorancia infinita y una sed profunda de un realismo radical, de aquel que ya no quiere consuelos, de aquel que asume la soledad de no aceptar el pacto mentiroso de la mayoría, de aquel que siente el frío de no ahuyentar sus miedos para no perder sus verdades. 
 
Pero si podemos mantenernos firmes en ese desierto, vamos encontrando una nueva riqueza: el espacio. Ya no pedimos a gritos por barrotes que nos encierren. Aprendemos a querer el espacio que es incertidumbre, que es apertura, que es flexibilidad, que es potencia. Como ya no odiamos el silencio, empezamos a escuchar un llamado más profundo. Sentimos que la vida es un camino o un campo de batalla sagrado. Y del profundo terror de vivir empieza a surgir mucho coraje, y de la infinita mentira a la que renunciamos surge una poderosa autenticidad que es también vitalidad. Tenemos un camino y un destino en el horizonte.
 
Pero existe un momento en que entendemos que el llamado del horizonte era en realidad un llamado desde adentro. La vida ya no es una guerra, sino un inmenso romance. 
 
Ya no somos guerreros oponiendo la luz a la oscuridad, la virtud a la pasión, la verdad a la mentira. Somos alquimistas iluminando las pasiones, convirtiendo la materia bruta de la vida, y de nuestra experiencia, en la grandeza de nuestra realización. Es en este punto donde la vida se convierte en una obra de arte. Cada situación, buena o mala, alimenta nuestro despertar: no hay bien, ni mal, sino puro potencial. Vemos la vida y hacemos vida y damos vida. Porque esa es la cualidad del creador. Hay una abundancia que desborda y se derrama automáticamente: en la casa, el amor, el arte, los negocios, etc.  
 
Hay un punto donde entendemos que no hay camino, sino que somos el camino, que la vida no tiene sentido sino que es sentido; no necesitamos libertad porque somos libertad; no buscamos amor porque somos amor. Y todo se suelta en una comunión y una intimidad que nadie nos puede quitar. Vivimos la inocencia de un eterno decir sí, en un aquí y ahora que revela con frescura la inmensa danza de una existencia que es perfecta tal y como es. Por fin, el verdadero círculo humano se cierra, y entendemos que éramos todo lo que estábamos buscando. 
 
Vista desde ese punto, aquello que la mayoría de nosotros llamamos vida, solo es una cárcel cruel o un sueño profundo que confundimos con la realidad. Porque, como decía Rubén Blades: «El tiempo no se detiene con amor ni con dinero». 

Por Juan Sebastián Restrepo

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