
La fuerza del amor de padre
Freud habló con gran sabiduría sobre la función del padre como aquella que separa al niño de la fusión con su madre, que lo estructura, lo diferencia, le otorga un lugar en el mundo, le enseña a posponer gratificaciones inmediatas para lograr aspiraciones más altas y permite su ingreso al orden de la cultura.
Pero basta mirar alrededor para encontrar las consecuencias de una paternidad en crisis: falta de límites sanos en todos los ámbitos, la debacle de las instituciones, un insípido y superficial hedonismo, la ausencia de valores que defiendan y enaltezcan la vida, esa incapacidad para dar y ocupar el justo lugar, el consumismo desaforado, las adicciones, la desatención, la bajísima tolerancia a la frustración y el sinsentido son, en gran medida, corolarios de una función paterna ausente o envejecida, que no está a la altura de las exigencias de nuestro tiempo.
¿Cómo podemos trabajar los padres de hoy, para construir una nueva paternidad amorosa, presente e íntegra, que nos otorgue un lugar más digno en la vida de nuestras familias y en nuestra historia? Algunas ideas que no son, de ninguna manera, una respuesta definitiva, sino aproximaciones a una reflexión que tenemos que hacer entre todos.
Una nueva paternidad empieza por poner el valor de la entrega por delante: que la entendamos como nuestro don más preciado, que nunca nos rindamos, que el cansancio no sea más grande que nuestro amor, que no nos preservemos, que lo apostemos todo, sin excusas ni postergaciones, ni coartadas.
Que la entrega no riña con la exigencia. Un primer orden fundamental que deben aprender nuestros hijos es el equilibrio entre el dar y el recibir. Si no aprenden que cuando toman deben dar, no respetarán ningún equilibrio en la vida. Ser padre consiste en entregarlo todo, pero también en saber exigir algo a cambio.
Necesitamos más presencia. No olviden que la gran falla de la antigua paternidad fue la ausencia o la inconsistencia: padres distraídos, desenterados, ignorantes, absortos en ideas y negocios, pero negligentes para ver la realidad actual de sus hijos. Una paternidad fuerte y sana está presente, aquí y ahora, sin distracciones, con los ojos y el corazón bien abiertos a las realidades de los hijos. La presencia es el máximo don y también el más difícil.
Es urgente que aprendamos a distinguir la autoridad del autoritarismo. La primera no se impone, se gana; no se exige, se transmite; no busca la obediencia ciega, sino la responsabilidad; no quiere personas dóciles, sino lúcidas, sensibles y respetuosas; no excluye, sino que se comparte con el otro. La segunda quiere doblegar, imponer, poseer y ordenar. La primera se basa en el amor y el respeto, la segunda, en el poder. Necesitamos padres menos autoritarios, pero con mucha autoridad, para que los hijos entiendan y respeten órdenes y lugares de la vida.
Esto pasa por desarrollar el arte de poner límites saludables, de saber frustrar y confrontar amorosamente. Todos los días veo cómo ciertos abusos de la psicología han propiciado una generación de niños y adolescentes que nunca tuvieron límites justos. El resultado: no conocen el respeto, no esperan, atropellan, se frustran fácilmente y se chocan contra la vida. Los límites sanos nos ayudan a encontrar el temple necesario para vivir, nos fortalecen para crecer en el conflicto, nos enseñan que no estamos solos, nos otorgan lugares sólidos en la vida, nos aclaran la mirada y nos enseñan un amor que florece.
Nuestro tiempo nos invita a enseñar la atención y el enfoque, como una competencia imprescindible para transitar la neblina y la dispersión propias de la era de la información. Tenemos que entrenar su atención, debemos fortalecer su capacidad de enfocarse y concentrarse en medio de miríada de estímulos distractores. Porque la vida o se atiende o se marchita, y allí donde va nuestra atención va nuestra energía.
Como padres debemos retar, cuestionar, sacudir, ayudar a que nuestros hijos se expongan y arriesguen. Que no se conformen con la tibieza de la mediocridad. Ojo, retarlos no es lo mismo que invitarlos a un perfeccionismo frustrante. Es invitarlos a que sean impecables y generosos en medio de su bella imperfección.
Por favor, la creatividad y la recursividad, debe ser una competencia fundamental para una nueva paternidad. Enseñémosles a nuestros hijos a preguntar y no a repetir verdades; que no nos sigan a nosotros, sino que hagan su propio camino con corazón y ojos. Alimentemos su curiosidad, que aprendan a actuar y proponer. Enseñémosles el valor de la diferencia. La vida no retrocede, ¡que ellos sigan a la vida!
La nueva paternidad debe ser integradora. Nuestros hijos son espíritu, razón, amor, creatividad y cuerpo. No les enseñemos a dividirse. Mostrémosles el misterio de lo trascendente, cuidemos y nutramos sus ideas, enseñémosles a amarse amándolos suave y duramente, soñemos y creemos con ellos y, por favor, acariciemos y abracemos sus cuerpos. No dejemos partes fundamentales por fuera de nuestra paternidad.
Nuestra mayor responsabilidad como padres es asumir el reto de que nuestros hijos tengan criterios para buscar la felicidad, el sentido y la trascendencia en la vida. Que sepan buscar su realización. Que no se conformen con menos que una vida plena, llena de amor, dignidad, libertad, autenticidad y sabiduría. Que sepan sortear las trampas y desvíos que esta sociedad enferma nos vende minuto a minuto. Pero eso supone que nosotros ya hayamos transitado el camino; ahí está el reto.
Creo que es hora de una nueva paternidad: el distante y severo padre machista falló, el tibio padre que se cree madre falló, la fuerza de un amor paterno, más consciente, presente y responsable, no nos fallará.
CARTA
Adanowsky le escribe a su padre una carta llena de verdad y afecto: “Un ser lleno de bondad. Llamarte Alejandro es lo más tierno y maravilloso del mundo. Sentirme diferente de los otros niños me dio un gran sentimiento de fuerza. Tu creaste mi amor hacia tí. Aplicaste perfectamente esa frase que escribiste y resultó ser verdadera: Lo que das te lo das, lo que no das te lo quitas”.
Leer aquí: Carta de Adanowsky a Alejandro Jodorowsky.
CONSEJOS
En los 82 consejos de Gurdjieff a su hija, podrá encontrar una poderosa entrega de amor y sabiduría. G. I. Gurdjieff es uno de los místicos más influyentes del último siglo y elaboró una lista siempre vigente, con frases contundentes como: "Vive de un dinero ganado por tí mismo. No te jactes de aventuras amorosas. No rindas cuentas a nadie; sé tu propio juez. Nunca te definas por lo que posees".
Ilustraciones: Jorge Ávila
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