
Por: Laura Galindo.
En tinta hechiza y siluetas disparejas dice ‘Súmate al arte’. Son líneas sin pulso y letras azules que se aprietan para caber en el brazo de Leonard Rentería. Debajo se lee ‘Jorge’. “Es mi primo”, me dice. Mi hermano y mejor amigo. Lo tengo ahí, en la piel, porque fue mi todo cuando pasó lo de mamá. Un derrame cerebral, en el 2008. La llevé en un taxi hasta el hospital y se me fue muriendo por el camino. ¡Estaba tan asustado! Los médicos decían que ya no quedaba nada. ‘Su mamá, de hoy a mañana, se muere’. No me dejaron entrar con ella y me quedé a dormir en la puerta. Con el miedo, con el frío de la madrugada, con el corazón latiendo en los oídos. Y entonces, Jorge se quedó conmigo. Puso cobijas en el suelo para que intentara dormir y me obligó a jugar ‘la lleva’ alrededor del hospital. Corrió conmigo toda la noche para que me olvidara de llorar y me apretó con fuerza cuando no me quedó más que hacerlo. Cuando todo fue cierto y mi mamá murió.
“Jorge es dos años menor, tiene 24. Nos vemos poco, pero hablamos siempre. Ahora es más difícil porque él trabaja todo el tiempo, tiene turnos de 12 horas y le toca trasnochar. Está estudiando Psicología, igual que yo. Antes íbamos a bailar, ¡ay, eso sí que nos gusta! Pero hace rato no salimos, él por trabajar tanto y yo porque ya no puedo. A la disco no he vuelto porque los escoltas tienen prohibido acompañarme a esos sitios. Ahí están, ¿si los ve? El señor de camisa azul en la esquina y el de blanco que está en frente. Comencé con un chaleco de seguridad y ya voy por dos escoltas y un carro de protección. La historia es larga. Si tienes tiempo, te la cuento.
“Cuando yo era niño, cualquier adulto podía castigarte si le faltabas al respeto. No necesitaba ser tu papá porque todos eran tíos tuyos, así no fueran familia. Si tu mamá salía, podía dejarte encargado con alguna vecina. ‘Comadre Estela, ahí le dejo el muchacho’. Y te quedabas con la tía Estela. Ella podía regañarte cuando hacías algo malo porque los hijos eran de todos. Igual que las casas, igual que los muertos. Vivíamos juntos. Mi papá era pescador. Tenía su canoa al frente de la casa y, por las mañanas, cogía su canaleta y se iba al mar. Al rato volvía cargado de pescados para todos. Esa era la solidaridad afro. Y eso fue lo que nos quitó la violencia.
“Cuando decidieron atacar al negro, comenzaron por su cultura. Eso de ‘divide y reinarás’, no lo dijeron porque sí. Si hubiéramos seguido juntos, ellos nunca habrían podido entrar. Al que antes yo le decía primo, le entregaron un arma y se convirtió en un actor armado ilegal. El hijo de mi tía, es ahora el asesino de mi hermano. Nos quebraron. Se nos metieron en las casas y nos acabaron la familia. Y por eso es que trabajo. Y es por eso es que me arriesgo. Por recuperar lo que fuimos, porque no nos borren la memoria.
“Debió ser en el 2014. Lo del chaleco de protección. Vivíamos en el barrio San Francisco, en la comuna 7 de Buenaventura, y yo era el Representante de los Jóvenes Urbanos en la Plataforma de Organizaciones Juveniles. Los vecinos me conocían y comenzaban a escucharme. Sabían que yo andaba trabajando por hacer mejores las cosas. Pero pasó lo que siempre pasa y al barrio se nos metieron los grupos. Las bandas criminales, como dicen expertos. Y ellos a aprovecharse, ‘Vení, pasá el celular’. Y yo a no dejarme, ‘No, si necesita uno, pues cómprelo, que yo este lo compré con mucho sacrificio’. Me cogieron entre ojos y tuve que hablar duro. Es que conmigo eso no va. Que me maten, pero mi esfuerzo no se lo voy a dar a nadie que no lo merezca.
“Entonces pasó lo del robo. Hicimos un encuentro de refugiados con la Naciones Unidas y se nos llevaron más de cuatro millones de pesos que teníamos para pagar el transporte de los muchachos invitados. Alguien le avisó a la policía y todos pensaron que había sido yo. Me tocó irme. Me dieron un chaleco, un auxilio de reubicación y un tiempo fuera. Pero al rato volví, mi casa estaba en San Francisco. O por lo menos, estuvo hasta que se cayó. Pero esa es otra historia.
“Después fue por la muerte de mi cuñado. Ya vivíamos en Juan XXIII, un barrio cerquita al puerto. Él y yo trabajábamos con el Bienestar Familiar y teníamos 100 niños a nuestro cargo. Era muy divertido. Me gustan mucho los niños, ¿sabes? Les enseñábamos de derechos, de solidaridad, de su cultura. Lo hacíamos cantando rap, pintando murales, hablando con los abuelos. Los adultos mayores son siempre nuestros abuelos. Las comadres, las tías; los amigos, los primos; los viejos, los abuelos.
Con 100 niños trabajaban Leonard y su cuñado, antes de que lo mataran. Les enseñaban de derechos, de solidaridad, de su cultura.
“La noche que se lo llevaron, estábamos en mi casa. Nos habían invitado a la franja académica de ‘Hip Hop al parque’ para hablar de cómo estábamos apostándole a las rimas para construir paz en Buenaventura. Nos preparábamos para ese viaje. Eso fue un lunes. El 9 de noviembre del 2015. Alistábamos unas diapositivas cuando se metieron a la fuerza. Eran ocho, alcancé a contarlos. Que tenían que llevárselo, que tenían que llevárselo. Yo me opuse. Mi hermana se opuso. Mi papá se opuso. Pero lo sacaron a empujones y lo mataron a tiros en la cuadra siguiente. Esa misma noche tuvimos que irnos del barrio.
“Una parada en el velorio y luego derecho a Cali. Llegamos a un hogar de paso, de familias que, como nosotros, se habían quedado sin casa. Dimos vueltas un tiempo y terminamos en Bretaña, allá en la comuna 9. Pero yo soy de Buenaventura y es aquí donde quiero estar. Aquí están mis recuerdos y aquí he enterrado a los amigos que me ha quitado la violencia. Por eso me devolví. Me devolví solo. Dejé mi familia donde una tía y me vine. Así fue como me asignaron el primer hombre de protección.
En 26 años de vida, Leonard se ha visto en la obligación de huir de Buenaventura varias veces, pero su sangre siempre lo impulsa a volver.
“La historia del segundo ya la conoces y seguro es esa la que te tiene aquí. La de Uribe y el líder negro que se le enfrentó el año pasado cuando estuvo en el Valle haciendo campaña por el ‘No’. La del muchacho de 26 años que le dijo ‘Yo he sido víctima de la guerra y a pesar de eso estoy dispuesto a darle la mano a los victimarios porque creo en el perdón’. El mismo que le echó en cara que los muertos los ponen los pobres, que víctimas y victimarios son los mismos porque los hijos de los ricos no van a la guerra y que él, que es Senador y vive tranquilo en Bogotá, no ha visto nada. Esa historia ya la conoces porque está en Internet, porque salió en los periódicos y fijo te llegó en alguna cadena de chat. La del negro en Buenaventura que le dijo a Álvaro Uribe ‘Nos merecemos el perdón, nos merecemos la reconciliación, porque ustedes, los del poder, no han hecho más que acabar con nosotros’.
“Ese negro soy yo. Me llamo Leonard Rentería Vallecilla y el 26 de octubre cumplo años. Me gusta el vino y me gusta el baile. Me gusta improvisar en el rap: digo-lo-que-digo-y-siempre-me-fluye-de-adentro. Lo-hago-con-buena-intención. Intención-de-transformar-Buenaventura-y-decirles-que-la-gente-de-aquí-vive-su-cultura. Siempre he sido como me siento. No me complico la vida. Si quieren que me avergüence, no me avergüenzo. Si me insultan, les mando bendiciones. ‘Negro, hijuetantas. Este chiste te va a salir caro’, me decían cuando pasó lo de Uribe. ‘Dios bendiga tu familia, te quiero mucho’, les decía yo. El día se me va entre la universidad, la gente que quiero y la asociación. Se llama Rostros Urbanos y trabajamos para que las comunidades conozcan el valor de sus derechos. Para que los jóvenes tengan más opciones en la vida que un arma. Para que entendamos la importancia de la tierra.
“Soy yo, soy Leonard Rentería y todos me dicen Leo. Tengo tres sobrinas por las que daría la vida, son tres, pero hacen por diez. ¿Te conté que me gustan los niños? Hay varios que andan conmigo. ‘Lléveme con usted que yo quiero aprender’, me dicen. No creo ser un ejemplo para nadie, pero sí intento hacer lo que siento y hacerlo bien. Eso les repito siempre. Eso y que sean felices, que lo demás aquí se queda. Ahora vivo en el barrio Bolívar. Trabajo, estudio y cuido a los míos. Me dicen Leo y creo en el poder de la raza. Estoy enamorado de mi cultura y para mi tiene sentido estar acá. Soy Leonard, Leonard Rentería Vallecilla. Y ahí vamos”.
Fotos: Daniel Álvarez

