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¿Conoces el síndrome del dormitorio muerto?

Cambia tu actitud y revisa la forma de entender la sexualidad. ¡Atención a esto!

Por Juan Sebastián Restrepo
07 de junio de 2016
¿Conoces el síndrome del dormitorio muerto?

Yo creo que existen pocas cosas más gratificantes que un gran amor, de esos de tiro largo, de esos donde uno muere y nace varias veces, con los que uno camina la vida y vive ese tremendo misterio que es el destino, con sus regocijos y sus cuitas. Y no me cabe duda de que, en esas caminatas largas, todas las parejas llevan una piedra en el zapato: la sexualidad. 

En inglés se llama “síndrome del dormitorio muerto” a esa sequedad pasional que enfrentan las parejas que le apuestan al camino largo. El siguiente relato de la sexóloga Nadine Thornhill lo expresa claramente: “La primera vez que las cosas se enfriaron mucho, fue muy alarmante para mí. Empecé a dudar de mí misma y de la relación. Me preguntaba por qué no estaba sintiendo toda esa energía sexual que había sentido antes y que, creía, debería estar sintiendo. Ahora entiendo que esto es bastante común en las relaciones que duran. No obstante, en ese entonces no lo entendía. Pensé que algo andaba mal conmigo y con nosotros”. 

Lo desconcertante es que este bajonazo no tiene que ver con cuánto nos gusta la pareja. Como diría Jessica O’Reilly, otra sexóloga: “He estado con mi pareja durante catorce años y me atrae intensamente. Todo en él me parece excitante, desde su forma de hablar, hasta la forma en que agarra mi cintura con sus enormes manos. Pero a pesar de esta atracción innegable, algunas veces estoy muy aperezada, cansada o estresada como para hacer un avance. Si el empieza, yo lo sigo, pero cuando la responsabilidad me cae a mí, no siempre actúo. Y siempre me siento mal”.

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Los efectos de esta  experiencia son conocidos por todos: desconcierto por no entender la situación, impotencia para darle una resolución satisfactoria, temor por el futuro de la pareja, inseguridad, distanciamiento, resentimiento, culpabilización, insatisfacción, entre muchas otras. Unas parejas se resignan calladamente y otras se acaban, pero casi todas, deben encarar en algún momento esta situación. Y creo que al encararla podemos encontrar una importante oportunidad para acceder a dimensiones más profundas del amor y la sexualidad.  ¿Cómo hacerlo?

Lo primero es un cambio de actitud que implica revisar nuestra forma de entender la sexualidad:

Nuestra sociedad satura nuestro erotismo con estándares y exigencias: frecuencias, duraciones, actuaciones y sensaciones ideales nos son impuestas desde afuera. Pero la sexualidad no es amiga del deber, ni de las imposiciones. Hasta que no abandonemos el temor de que nuestra vida sexual no es tan excitante como podría ser, o mejor, como debería ser, no encontraremos la verdadera llama. 

Asumamos que esa cascada bioquímica del enamoramiento, con su intensidad y brillo, no dura para siempre. Pero queda el amor con su profundidad, sentido, poder, verdad y grandeza. Y mientras el fuego del enamoramiento nos enceguece y obnubila, el fuego del amor nos abre los ojos del alma y nos somete a la ley del corazón. 

Hay que aceptar que la sexualidad, como todo en la vida, cambia. Nuestros cuerpos cambian, las hormonas fluctúan, las situaciones fluyen. Nada es estático. Por eso nuestra sexualidad nunca está acabada, nunca llega a ningún puerto, nunca se reduce a una fórmula. 

No esperemos que el sexo sea espectacular todo el tiempo: la mayoría de nosotros no tiene tiempo para el éxtasis el martes por la noche. Algunas veces el sexo es una liberación, otras  conexión, otras juego. Algunas veces tendremos problemas conectándonos y otras tendremos que ayudar al otro a conectarse. Y esto no quiere decir que nuestra relación está fallando. 

Olvidemos, por favor, las cantidades, porque no son la forma de saber sobre el placer. Es como evaluar el placer por los cuadros vistos en un museo, las bolas de helado comidas, los segundos de cosquillas hechas, el número de atardeceres vistos por noche. El placer es cualitativo.

Hagámonos cargo de la propia satisfacción. Reivindiquemos el autoerotismo, aprendamos a darnos lo que necesitamos para encendernos. Las parejas tienen muchos prejuicios frente a esto: el autoerotismo es malo cuando estamos en pareja, quiere decir que la pareja ha fallado. Pero todo lo contrario, el autoerotismo es fundamental y debe integrarse, validarse y promoverse en los encuentros de pareja.

Aceptemos el reto de una mayor honestidad e introduzcamos una libertad consciente y amorosa. Si hay coraje hay salida. Si hay miedo solo quedan dos alternativas: la disolución o la resignación. 

Y después de revisar la actitud tenemos que pasar a la acción para restablecer la conexión sexual: Empecemos por darle al erotismo un cuerpo y un territorio. Porque al erotismo se le invita cuando el cuerpo es consentido: con el ejercicio, el consentimiento, la ropa, los perfumes y los colores. Y también cuando los espacios se disponen para la intimidad, la complicidad, el juego y la lujuria: flores, llamas, perfumes, camas abiertas y tersas.

Es importante el contacto físico no-genital. Porque en las parejas donde la llama está bajita, los cuerpos se han distanciado, y hay que atravesar algunos muros para que la piel vuelva a despertarse. Se requieren aproximaciones lentas y respetuosas, abriendo pequeñas puertas, brindando placer sin compromisos ni presiones. Es bueno aprender a tocar y a sentir. 

Es importante recuperar nuestro lado oscuro, y compartirlo con la pareja. Invitar, validar y disfrutar nuestras fantasías sexuales. Podemos abrirlas amorosamente, conversarlas, planearlas y realizarlas. Hay que validar al animal que desea y darse el permiso de mirar a la pareja como un objeto sexual. 

Más importante que la frecuencia sexual es poder romper la rutina, tomando riesgos seguros y conscientes. Al adormecimiento de la rutina solo lo quita la curiosidad y la exploración. Y ahora tenemos tantos conocimientos y recursos sexuales a nuestra disposición, que el que no expande su sexualidad es porque no quiere. 

Por último quiero decir que nada de esto es viable sin confianza y compasión. Sin la primera el erotismo es una amenaza. Y sin la segunda somos ciegos ante la fuente y el destino último de la sexualidad: celebrar la vida.

 

Foto: Istock. 

Por Juan Sebastián Restrepo

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