Alguna vez, el gran fotógrafo Jean Loup Sieff dijo: “Si algún día hago cine, filmaré siempre al que escucha y nunca al que habla”. No hay duda de su gran obsesión. Seguía pensando en sus modelos. Sombras muy sensibles a la luz. Rostros de filigrana, torsos fuertes como árboles y cuerpos que se visten de frivolidad o se desnudan con solemnidad. Seres atentos a satisfacer frente a la cámara –esa íntima ventana– la curiosidad delirante del que dispara. Sueños o pesadillas vivientes con el ritual trascendente de la elegancia. Una buena modelo es aquella que no se siente cuando llega, la que no se hace esperar, pero que cuando se marcha ya hace falta. La que puede pasar de lo impasible a lo insinuante con una mirada. Una modelo profesional es aquella que crece en la orilla silenciosa donde todo es una danza. La que antes de ponerse un vestido en pasarela se cubre el cuerpo con su alma y una especial forma de llevarla. Una modelo verdadera es de la fuente el agua. La que cree que la belleza tiene muchas poses y caras. La que ve su cuerpo como la pantalla donde se proyecta una película, el papel que sostiene una partitura, el mástil que pone a volar las velas, la catedral que hace sonar las campanas, el vitral que viste la luz con sus galas. Una modelo inolvidable no es esclava ni se encierra en la torre de una sola figura sino que sabe que su libertad es poder ser un mar infinito de formas. Lo que para el escritor son las palabras, para el fotógrafo son ellas con toda la geografía de sus hombros y caderas. Esculturas de tacón puntilla o descalzas. Misterio y provocación. Modelaje, el arte de ser plenamente conscientes de que actúan y se mueven porque son espiadas y, al mismo tiempo, ser capaces de olvidar que alguien enajenado las mira y despedaza con su cámara. Sintaxis del pudor. Modelo sobrenatural es la que en el asalto a mano armada, de una sesión fotográfica, alza las manos inerme y, sin embargo, ella es la que manda.
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