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Más allá de los efectos del coronavirus en la salud pública (y sus repercusiones en el sistema económico), estos días de confinamiento están siendo caldo de cultivo para la propagación de otros virus que no se transmiten por aire, contacto corporal o saliva…, sino de forma virtual. Los cibercriminales buscan en esta coyuntura sacar tajada del especial interés sobre la pandemia que tiene todo el mundo y el aumento de horas que pasamos en Internet, también por causa del teletrabajo. Se ha generado una oportunidad de oro en el ciberespacio: la exposición de mucha gente, muchas horas, a su merced. De modo sintético, planteo aquí en 10 claves una explicación acerca de qué está pasando con la criminalidad en tiempos de COVID-19 y cómo protegernos en el contexto de un ecosistema digital infectado.
1. Efecto desplazamiento: de fuera adentro y de dentro afuera. La compraventa de drogas se ha desplazado a la red oscura. Y a quienes, en su modus vivendi, cometían delitos en el espacio físico ahora solo les quedan supermercados, farmacias… o Internet. La crisis agudiza el ingenio, también para los desaprensivos. Mientras tanto, quedarse en casa hace que las tensiones exploten o se acrecienten indoor (ataques de ira, violencia intrafamiliar o maltrato y abuso sexual).
2. Las calles de Internet son distintas. El anonimato siempre ha sido un factor predictivo de mayor criminalidad. Si no nos pueden ver o identificar, nos arriesgamos a más. Y si hay una necesidad real por dificultades, todavía más. Lamentablemente, no todo el mundo responde ante una calamidad siendo solidario. Las calles del ciberespacio son criminógenas: atraen el delito (efecto desplazamiento) e incluso lo generan. En el contexto actual, los empleados (y sus clientes, proveedores y contactos) pasan muchas horas de teletrabajo, muchos de ellos sin formación adecuada a los riesgos que les acechan.
3. Lo que parece raro, es raro. Nada es lo que parece ser… y mucho menos en el ciberespacio. Internet es una gran fiesta de disfraces y todavía no nos lo creemos. Junto a su potencialidad indudable para el progreso humano, genera oportunidades para el fraude en sus diversas formas: para suplantar a un centro comercial, a un aparente amigo que nos pide ayuda, a un “bomboncito” que llama a nuestra puerta inexplicablemente, y tantas cosas más…
4. Saben explotar esos sentimientos en el momento oportuno. Las denominadas “técnicas de ingeniería social” consisten en eso: los cibercriminales se hacen pasar por personas que sufren y nos piden ayuda o salvadores que nos vienen a facilitar el remedio y la calma que necesita nuestro estado de agitación interior. Y siempre hay un segmento de ingenuos que pican el anzuelo. Siempre.
5. Somos irreflexivos y nos falta autocontrol, ahora más. Son tiempos para cultivar la paciencia y la cautela. El caldo de cultivo actual es una tormenta perfecta para que muchos tomen decisiones precipitadas. Y los cibercriminales están al acecho, siempre al quite. Se apoderan de nuestros datos (ojo a las apps gratuitas que nos bajamos o a esas compras en lugares inseguros: comprobemos los dominios bien) y entonces ya nos tienen.
6. Lo decisivo es concienciar. Es imposible acabar con los cibercriminales, siempre florecerán más, entre otras cosas, porque es muy complicado y faltan medios para identificarlos, detenerlos y llevarlos ante la Justicia. Lo único que nos queda es concienciar a potenciales víctimas. Eso se consigue dirigiéndonos a grupos de riesgo especialmente vulnerables (mi madre de 75 años siempre tenderá a picar, dándole al link de un correo fraudulento…) y aumentando el ciberpatrullaje, como se está haciendo ya.
7. La curiosidad mató al gato. Los móviles del ser humano son siempre los mismos: en la edad de piedra y en la era digital. El top 5 podría ser este: ambición, sexo, dinero, envidia y curiosidad. Probablemente el móvil que más se ve espoleado con las características del ciberespacio es esa adrenalina que se descarga cuando descubrimos qué hay detrás... Somos incapaces de vivir con la incógnita.
8. El impulso sexual en tiempos de confinamiento. No me refiero tanto a los peligros de buscar cosas nuevas fuera. El amor en tiempos de Tinder ya ha dado muchas sorpresas desagradables a más de uno. Me refiero a la práctica del sexting como una necesidad ante la imposibilidad de vernos físicamente. No existe el sexting seguro por muchos motivos… y lo sabemos. No se trata solo de confiar o no en alguien, sino de poner en soporte virtual nuestra más profunda intimidad. Es una bomba de relojería: basta un despiste (apretar la tecla equivocada), un hacker inesperado o una venganza meses después, cuando todo haya pasado.
9. Vivimos en una atmósfera proclive al pánico. Los bulos o fake news están a la orden del día. Ya sea por motivos políticos o por motivos económicos. Si viéramos las agendas de unos y otros nos sorprenderíamos de cómo diseñan esa propaganda, cebándose con los sentimientos de la población. A nivel colectivo, tendría que criminalizarse la producción o difusión de noticias falsas (falsas de verdad…) que afecten a la salud pública, estabilidad financiera o normalidad de procesos electorales en curso o próximos.
10. Las tendencias que arrancan ahora, algunas llegan para quedarse. El delito se aprende y la necesidad se convierte en “virtud”. Algunos se darán cuenta que el cibercrimen es mucho más rentable: de un solo disparo se puede llegar a un número casi ilimitado de potenciales víctimas. En términos de escalabilidad, estamos ante una mina. No sin razón se suele decir que los datos son el oro del siglo XXI.
*Catedrático acr. de Derecho penal en UIC Barcelona y profesor del Diplomado en Ciberseguridad y Compliance de la Universidad EAN.
