Dime qué comes y te diré qué enfermedades tendrás

En el marco del Festival Yo, que se realiza cada año en el Parque 93, hablamos con el médico Carlos Jaramillo, quien nos explicó que una mala alimentación puede activar dolencias que llevamos en nuestros genes pero que podrían permanecer dormidas.

Por Nátaly Londoño Laura

30 de agosto de 2019

El 80% de los alimentos que encontramos en el supermercado tienen azúcar añadida, que es más adictiva que la cocaína. / Pixabay

El 80% de los alimentos que encontramos en el supermercado tienen azúcar añadida, que es más adictiva que la cocaína. / Pixabay

Nunca me había preguntado por el origen de los productos con los que, en casa, preparaban la comida. Lo hice por primera vez en la universidad, cuando un profesor de periodismo económico nos pidió analizar uno de esos documentales que te cuentan la ‘verdad’ de la industria alimentaria estadounidense. Después de verlo, dejé de comer en McDonald’s y casi obligué a mamá a comprar productos orgánicos. Intenté volverme vegana, pero mi cuerpo no lo toleró. Luego entendí que no se trataba de comer esto y dejar de comer aquello, sino de ser consciente de las proporciones. En eso pensaba cuando Carlos Jaramillo, médico especialista en metabolismo, empezó a contarnos (conmigo había un tumulto de gente escuchando) lo siguiente:

Hoy hay casi 50 millones de niños obesos menores de cinco años alrededor del mundo, y esto no significa que los genes estén cambiando, no, significa que lo que está cambiando es el facilismo con el que estamos enfrentando la vida: las mamás de mi generación pasaron de ser amas de casa a ser mujeres que salían a trabajar, a estudiar, a ser exactamente iguales a sus esposos, lo cual está perfecto, y me parece maravilloso, pero, ¿qué pasó? Pasó que la industria les dijo a esas mamás: “Listo, no te preocupes, no tienes que hacer nada, ni cocinar, yo tengo estas galletas que parecen galletas pero que no son galletas y que están llenas de azúcar y que les van a encantar a tus hijos. Y también tengo este producto que tiene olor a chocolate, sabor a chocolate y que en realidad es un químico artificial que parece chocolate y también le va a encantar a tus hijos”.

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Y luego aparecemos nosotros con un montón de enfermedades que, según los médicos son idiopáticas, o sea, que no se sabe cuáles son sus causas. Sin embargo, cuando uno empieza a indagar por el curso natural de esas enfermedades se da cuenta de algo que nos cuesta trabajo ver, que nos suena fuerte pero que es nuestra realidad: somos adictos a la comida y esta, sin duda, es la adicción más grande que hay en el planeta. Somos adictos a la comida sin saberlo, porque al 80% de los alimentos que encontramos en el supermercado les ponen algún tipo de endulzante o azúcar añadida. Se preguntarán: “¿Eso qué tiene que ver?”. Pues resulta que el azúcar es ocho veces más adictiva que la cocaína… Y vivimos tan preocupados porque, de pronto, la gente está por ahí oliendo cocaína.

Comer dejó de ser el acto consciente de “me voy a alimentar y voy a tener claro qué le estoy metiendo a mi cuerpo”, para convertirse en “Tengo hambre y, por tener hambre, como todo el día sin importar qué”. Ni siquiera nos damos cuenta de que estamos fallando en lo básico: en entender qué es lo que nos está enfermando. La comida es la causa del 80% de esas enfermedades, que son prevenibles todas. 

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Hay un proverbio de la medicina ayurveda que guarda cierta belleza: “Cuando la alimentación no es correcta, la medicina no funciona, pero cuando la alimentación es correcta, la medicina no es necesaria”. Y lo pongo sobre la mesa, siguiendo la línea que propone el especialista en metabolismo: todos deberíamos ser expertos en nutrición porque de ella dependemos, porque una enfermedad crónica no siempre depende de un gen de mis abuelos o de mis padres. 

En estos días he estado en el proceso de hacerme la ligadura de trompas, decisión a la que llegué después de que tres personas de mi familia, que vivieron en lugares completamente diferentes del mundo, murieran a causa de cánceres con síntomas idénticos. Debido a esta elección, llegué a un término que desconocía y que me ha causado mucha curiosidad: epigenética. Es una palabra que  suena mejor explicada en las palabras de Jaramillo:

"La epigenética explica cómo mis genes se relacionan con mi entorno; es decir, cómo se relacionan con mis emociones, con los tóxicos ambientales, con mi alimentación... De ese entorno va a depender que mis genes estén apagados o estén encendidos. Yo puedo haber heredado el gen para desarrollar un tumor, pero puedo no tenerlo porque nunca puse en mi entorno algún detonante. Es como si heredáramos interruptores que,  en vez de ponerme una carga transgeneracional maldita, me abren la posibilidad de ser el protagonista de mi salud y de mi sanación".

A partir de esa palabra, son varias cosas las que él propone: 

 Primero. Hay que ser conscientes de que los lácteos, independientemente de que sean deliciosos, tienen una proteína que se llama caseína y que, al ingresar en nuestro cuerpo, rompe el intestino y hace que pierda su función de colador.

 Segundo. ¡No más jugo de fruta! ¿Por qué? Porque contiene una molécula que se llama fructuosa, que generalmente la gente cree que es una especie de energizante, y lo que en realidad hace es irse directo al hígado. Su exceso en el hígado termina produciendo resistencia a la insulina y la resistencia a la insulina es la que ocasiona infartos. 

 Tercero. Hay que quitar las margarinas, pero las grasas del cacao, el coco, el aguacate, las nueces, las semillas, las almendras, los marañones, los pistachos, la chía, el girasol y la linaza, entre otras, hay que incluirlas, porque esas no engordan, no tapan arterias, no dan infartos.

 Cuarto. Al final, contar calorías no sirve para nada, lo que tenemos que tener claro es cómo debo balancear el alimento que me estoy comiendo, cómo le encuentro el equilibrio. 

 Quinto. Hay que volver a comer alimentos reales, comida de verdad, que yo sepa qué es y que yo reconozca. Si 
en la etiqueta dice terbutil hidroquinona, ¡bote esa vaina, eso no es comida! El terbutil hidroquinona o el TBHQ es un compuesto derivado del petróleo conocido como ‘líquido de los encendedores’, y nos lo venden como ‘antioxidante’. 

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Seguramente, al cambiar tu alimentación van a criticarte, sí. ¿Y qué? Como decía Churchill: “Yo no tengo un problema de actitud, tú tienes un problema con mi actitud y ese no es mi problema”. Si eliges cambiar tu forma de comer y te critican, ese no es tu problema; el problema es del que te está criticando, porque no entiende que estás tratando de ser coherente y eso es lo que necesitamos todos los días: un cambio de pensamiento, un cambio de paradigma. Todos hemos tenido resistencia al cambio, yo también, pero eventualmente hemos entendido que vale la pena. 

Por Nátaly Londoño Laura

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