Era una niña abandonada, criada en un prostíbulo, que sobrevivió al olvido gracias a su voz majestuosa, como pocas, y a un talento extraordinario que combinó con historias de amor tan fenomenales como rotas.
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Tuvo muchos romances, efímeros y duraderos, unos con guapos atorrantes y otros con conquistadores mesurados. A todos, incluido al fabuloso Charles Aznavour, los volvió canciones.
Pero quien realmente la marcó fue Marcel Cerdan, un boxeador francés de origen español que fue el amor de su vida y para el que escribió la letra de una de las canciones más bonitas de la historia: Hymne a l’amour, que traduce Himno del amor.
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Edith Piaf fue una mariposa conquistadora y frágil que picó de corazón en corazón hasta que se perdió -o se encontró- en los brazos de este hombre que la adoró y le dio un verdadero sentido a su existencia.
Marcel Cerdan murió en un avión que iba de París a Nueva York, justo a encontrarse con ella, que lo esperaba después de una noche de aplausos, en una cálida suite de hotel, desvestida y enamorada. Cuando supo que el amor de su vida había muerto, se volvió adicta a la heroína. Y jamás volvió a vivir. Piaf se fue a los 47 años, pareciendo de más.
Tuvo muchas vidas en una vida. Y la traigo a colación porque acaba de cumplir 58 años de fallecida y porque la pongo a todo volumen en mi casa con mis hijas de 7 y 9 años, que no entienden mi delirio por Edith Piaf y Chavela Vargas. Y porque creo que a las niñas hay que enseñarles todo, lo inspirador y lo no tanto, y, emocionarlas y contarles cuentos de mujeres reales con el corazón quebrado, reparado y vuelto a romper y a reparar.
Porque en la vida siempre a uno le rompen el corazón. Pero el amor vuelve a existir, allí, al otro lado de la esquina. Murió de un cáncer hepático a los 47 años. Está enterrada en el cementerio de Père lachaise, en París.
Autora de la columna: Vanessa de la Torre.

