
Ilustración: Lieth Méndez.
En la flota de barcos que va rumbo a España se encuentra la carabela llamada “La Aguja”, que lleva prisioneros a Bastidas y a Colón. De repente, la flota se ve inmersa en una gran tormenta que hunde en la inmensidad del mar a Francisco de Bobadilla, gobernador de La Española y a todos sus barcos. Todos, menos una carabela, que logra sobrevivir: “La Aguja”, precisamente.
A su llegada al puerto de Cádiz, Gonzalo Gómez de Cervantes, corregidor de Jerez de la Frontera, avisa a los reyes de la llegada de Bastidas, quien es dejado en libertad e invitado a Alcalá de Henares donde el obispo Juan de Fonseca, que había autorizado su primer viaje, lo recibe y lo acompaña en un desfile triunfal por las calles. Bastidas lleva consigo muchas de las riquezas recogidas en su expedición por las costas colombianas. ¿Recuerdan esa imagen de un conquistador que en la corte de los reyes exhibía papagayos, frutos exóticos y oro, acompañado por varios indios Taínos de las islas? Ese era Bastidas. Así que, en vez de la cárcel, Fernando e Isabel lo utilizaron para convencer a nuevos inversionistas sobre las bondades de un nuevo continente y así promover entre los españoles los viajes a América.
Bastidas regresa a su casa de Triana como toda una personalidad y se reencuentra con su esposa Isabel Rodríguez de Romera y sus hijos Juan, Gonzalo y Rodrigo. En sus caminatas por el puente que separa a Sevilla de Triana, su pensamiento viaja al inolvidable mundo de los Tayronas.
Empiezan los preparativos para su viaje de regreso a La Española, gracias a la renta que le da la Corona sobre los frutos de su descubrimiento en Urabá y el Sinú. Entonces, en 1504, se echa a la mar. Se instala con su familia en Santo Domingo, donde es pionero en el negocio de la ganadería y, con el dinero y su prestigio, empieza a armar su propia flota, siempre pensando en regresar a la bahía que había llamado Santa Marta. En 1507 realiza una nueva expedición a mi tierra y se reencuentra con su amigo el Cacique de Bonda, con quien realiza un viaje por varias poblaciones y conoce de primera mano la organización política de los Tayronas, confederación de pueblos libres. Allí, empieza a soñar con la fundación de una nueva sociedad junto a los pueblos nativos, alejado, ojalá, de la guerra que España sostiene con las grandes potencias y que en La Española ya se hacía insostenible.
En 1512, es nombrado alcalde de Santo Domingo y, en los documentos de ese hecho, dice tener 35 años. En ese período realiza varios viajes más al territorio de los Tayronas, con quienes sigue preparando su gran proyecto de vida: un “mundo nuevo” de verdad.
PS. ¿Podrá Bastidas llegar por fin y definitivamente a la bahía de sus sueños? ¿Podrán con los problemas que vive La Española permitirle hacer la expedición final? Lo sabremos en la tercera entrega de “El español que amó a los Tayronas”.