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El verdadero significado de la celebración

Aclaremos que es algo diametralmente distinto al entretenimiento, que es distracción, olvido y adormecimiento. Celebración es gozo atento y sensible y, sobre todas las cosas, participación.

Por Sebastián Restrepo. Psicólogo gestaltista y sistémico.
10 de diciembre de 2015
El verdadero significado de la celebración

El verdadero significado de la celebración

“Yo no creería más que en un dios que supiese bailar”, decía Nietzsche, condensando lo más importante de su mensaje a la humanidad. Lo que quiso decir fue que lo más grande, lo más sagrado de la existencia no se encontraba en esos ídolos religiosos que nos esclavizan, nos ponen en guerra con nosotros mismos, con los otros y con la tierra; sino en esa sublime capacidad humana de valorar, agradecer, participar y afirmar el ser y la existencia: en la celebración. 

Otro que comprendió esta idea fue el poeta Walt Whitman, quien decía: “me celebro y me canto a mí mismo”, en un libro que no habla de otra cosa que de esta realidad del celebrar, como la actitud más sublime del alma humana. Quisiera atender esa importante invitación del filósofo y del poeta y profundizar un poco en esta idea del celebrar.

Empecemos por decir que la celebración no es un acto. No es lo mismo que esos acartonados ritos que hacemos un par de veces al año para compensar la gran tragedia de una vida sin celebración. Lo cierto es que vivimos dando tumbos entre cotidianidades sin vida e intentos fallidos de encontrar lo que nos falta ?celebrar la vida? en el desenfreno de los fines de semana o de fin de año. Pero esas fiestas obligadas no son verdaderas celebraciones y por eso nos dejan tan vacíos como antes. 

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¿Pero si celebrar no es un acto, entonces qué es? Es una actitud que afirma y valora el ser y la vida. Por eso no necesitamos condiciones especiales para celebrar. Uno no tiene que estar feliz, James no tiene que haber metido gol, Cristo no tiene que estar de cumpleaños, ni tiene que ser el último día de un año miserable. Para celebrar solo necesitamos experimentar con plenitud el ser y abrirnos amorosamente a la vida. 

Es famosa la envidia del filósofo Bertrand Russell cuando atestiguó la forma en que celebraban unas tribus aborígenes del África: “Era como si todos fueran emperadores. No tenían coronas, pero habían confeccionado coronas con hojas y flores. Bailaron toda la noche y entonces cayeron dormidos allí mismo, en el sitio en que habían bailado. Por la mañana volvieron de nuevo a trabajar. Trabajaron durante todo el día y otra vez, por la noche, estaban preparados para celebrar, para bailar”,  escribió Russel. “Ese día, sentí verdaderos celos. Yo no puedo hacerlo”, prosiguió. Lo que lo sobrecogió, sin duda, fue el contraste entre la “muerte en vida” de los occidentales como él, incapaces de celebrar, y la vitalidad de estas personas conectadas con una existencia vibrante a través de la celebración. 

Y no me cabe duda de que nuestra incapacidad para celebrar viene de nuestra incapacidad de valorar los dones de la vida. Hace dos semanas un gran terapeuta me enseñó a respirar bien. Y cabalgando entre inhalaciones y exhalaciones entendí que la respiración es un don. Me di cuenta de que solo el día en que la siguiente inhalación me falte estaré en verdaderos problemas. Y, aunque les suene extraño, no creo que alguien pueda celebrar hasta que no pueda respirar, como el que agradece un don preciado: con amplitud, sin afán, con consciencia y belleza. 

Y así sucede con el cuerpo: no sabemos cuánto gozo, cuánta alegría puede darnos un cuerpo querido, consciente, libre, osado, juguetón y gozoso. Y también con las emociones: una vez dejamos de pararlas y evadirlas, y nos soltamos con coraje a esa danza del sentir, una vez el corazón se abre y la devoción nos arrebata, sentimos la profundidad de la vida. Hasta las ideas mismas pueden dejar de ser cárceles y volverse celebración: eso se llama creatividad. Los encuentros, las despedidas, los rostros, ese hermoso baile de la vida que sucede sin nuestro esfuerzo, todos son la celebración; incluso la tristeza y el rigor. 

Pero aclaremos que la celebración es algo diametralmente distinto al entretenimiento. El entretenimiento es distracción, olvido y adormecimiento. Por eso la borrachera y el espectáculo son los denominadores del entretenimiento: porque nos anestesian por un lado, y estamos al margen como simples espectadores, por el otro. Uno paga para entretenerse porque necesita que los otros lo hagan por uno: el trago, la droga, los artistas, etc. Pero la celebración es gozo atento y sensible y sobre todas las cosas, participación. Cuando celebramos participamos, nos sumergimos en la corriente de la vida. 

Osho decía que “cuando eres total en algo, hay celebración”. Y es que la celebración y la entrega están juntas. Cuando no hay pasado ni futuro, cuando no hay más allá, cuando no hay distracciones, cuando somos totalmente en lo que sea que estemos, aquí y ahora, hay celebración. Un encuentro erótico, sin antes ni después, donde no hay mañana, donde no hay nadie más, donde yo y el otro nos fundimos en la experiencia, es una bella imagen de la celebración. Celebrar es vivir eróticamente cada experiencia de la vida, en el sentido más amplio de la palabra. 

La celebración no es el resultado de un camino de desarrollo y automejoramiento, es nuestro estado natural. Celebramos espontáneamente, desde los poros hasta la coronilla, cuando somos nosotros mismos. Por eso sin el coraje de una autenticidad profunda y radical no es posible celebrar nada. Uno puede fingir que celebra, emborracharse, ponerse los calzoncillos en la cabeza, pero hasta que no encuentre la libertad para ser, más allá de las cárceles y convenciones sociales, solo estará fingiendo que celebra. La celebración es lo que se ve en la humedad de los ojos de aquel que ve por primera vez más allá de sus velos. 

 

Poema

Canto a mí mismo, del poeta Walt Whitman. Fragmento.

 

“Me celebro y me canto a mí mismo. 

Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti, 

porque lo que yo tengo lo tienes tú 

y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también”.

 

Libro 

Así habló Zaratustra, de Federico Nietzsche.

Una obra que se refiere a los cuatro grandes temas que integran el legado del filósofo: el superhombre, la muerte de Dios, la voluntad de poder y el eterno retorno de lo idéntico.

 

Película 

La sociedad de los poetas muertos. Fragmento.

Las palabras y las ideas pueden cambiar el mundo, les decía el profesor a sus alumnos en el aula de clase. “Leemos y escribimos poesía porque pertenecemos a la raza humana y la raza humana está llena de pasión. La poesía, la belleza y el amor son las cosas que nos mantienen vivos”.

 

 

Foto de apertura: iStock.

Ilustración: Jorge Ávila. 

 

 

Por Sebastián Restrepo. Psicólogo gestaltista y sistémico.

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