Nació en Guatavita, Cundinamarca, un pueblo marcado por la historia del agua. Las calles que la vieron crecer quedaron sumergidas bajo una laguna, obligando a su gente a reconstruir su hogar en tierras más altas. Como su lugar de origen, Emelina también ha sabido transformarse, reinventándose ante los cambios y encontrando nuevos caminos.
Con la esperanza de tener un mejor futuro, partió a Bogotá. La capital la recibió con sus luces y su ritmo imparable. Fue allí donde pudo encontrar una oportunidad trabajando en casas de familia, en algunos barrios del occidente de la ciudad: Modelia, Normandía, Villaluz y Pablo VI. Cocinaba, planchaba, limpiaba, lavaba ropa. “Fue un tiempo de mucho esfuerzo, pero también de aprendizaje”, confiesa a Cromos.
Sigue a Cromos en WhatsAppSu rutina cambió cuando su hermana le habló sobre un programa de la Red de Solidaridad de Compensar y la Fundación Niño Jesús, enfocado en brindar espacios de formación y actividades para las personas mayores. “Enseñan muchas cosas”, le dijo con entusiasmo, despertando en ella la curiosidad de aprender algo nuevo. Al inscribirse, Emelina descubrió un lugar donde crecer, compartir y fortalecer talentos ocultos.
Desde ese día hace parte de “Fundadores de Vida”, una iniciativa que contribuye a que más de 400 personas en condición de vulnerabilidad vivan una vejez más activa, saludable y productiva, gracias al acompañamiento psicosocial que reciben por parte de un equipo multidisciplinar, así como apoyo nutricional, herramientas educativas y recreativas que les devuelven la alegría de vivir.
Allí, Emelina conoció la filigrana, un arte minucioso en el que delgadas tiras de papel se convierten en flores y otras figuras. También aprendió a confeccionar cuadros con hojas de revista, enrollándolas con paciencia y creatividad. Aunque algunas técnicas le resultaron desafiantes, la solidaridad de sus compañeras y la entrega de los profesores la impulsaron a seguir adelante.
Lee también: Amasando un sueño
El programa no solo le ha brindado un espacio de aprendizaje, sino también de esparcimiento: participa en excursiones, talleres y eventos que han ampliado su visión del mundo. Su historia es testimonio del impacto positivo que generan estas iniciativas en quienes, por diversas circunstancias, no han tenido acceso a diversas oportunidades.
Para el amor no hay edad

Emelina junto a su esposo.
A sus 68 años, el destino sorprendió a Emelina: encontrar el amor cuando menos lo esperaba, demostrándole que nunca es tarde para enamorarse. Lo hizo en medio de las actividades de “Fundadores de Vida”, en donde además de ampliar sus conocimientos y amistades, quedó flechada con Hernán, otros de los beneficiarios de “Fundadores de Vida”
Al principio, lo observaba de lejos, intrigada por su seriedad. Apenas intercambiaban palabras, hasta que, en un paseo organizado por el programa, él tomó la iniciativa. “Nos sentábamos separados, pero nos mirábamos con curiosidad. Un día, me envió un dulce con una señora que tenía al lado. Cuando ella me lo entregó y me dijo que era de Hernán, quedé sorprendida. Lo acepté, me lo comí y desde ahí empezamos a hablar más”, recuerda con una sonrisa.
Hoy comparten la vida con sencillez y armonía. Se despiertan juntos a las 5:30 de la mañana, preparan café y conversan mientras disfrutan del desayuno. En su hogar, decorado con las manualidades que juntos han creado en las sesiones a las que asisten con otras personas mayores, se respira calidez. Su historia demuestra que el amor puede llegar en cualquier momento y que la verdadera compañía radica en la presencia constante y sincera del otro.
“Quiero que sean muchos, muchos años más con Hernán. Que sigamos juntos, sin problemas, con salud y comprendiéndonos”
Puedes leer: Nada como una madre haciendo pan de masa madre
La esperanza por los años venideros
Más que un espacio de entretenimiento, el programa “Fundadores de Vida” de la Red de Solidaridad de Compensar y la Fundación Niño Jesús, se ha convertido en una herramienta de transformación. Emelina no solo ha adquirido nuevas habilidades, sino que cada actividad es una forma de desafiarse, de mantener la mente despierta y de compartir con quienes también buscan seguir creciendo. “Los profesores nos enseñan con mucho cariño, nos hacen sentir bien y motivados para aprender”, expresa con una sonrisa luminosa, reflejo de la felicidad que ha encontrado en este nuevo capítulo de su vida.
