Empieza a hacer yoga hoy, te cambiará la vida

Es una práctica que puede hacernos ‘súperhumanos’ o, al menos, ayudarnos a disminuir nuestra angustia en tiempos de incertidumbre y zozobra. Esto dice la ciencia sobre este entrenamiento milenario.

Por Natalia Roldán Rueda

26 de marzo de 2020

La conciencia interior cambia el estilo de vida de las personas. / Pixabay

La conciencia interior cambia el estilo de vida de las personas. / Pixabay

Empecé a hacer yoga cuando trabajaba en una agencia de publicidad. Yo, acostumbrada al periodismo, me choque con un mundo desconocido, agotador y agobiante. Vivía angustiada y cansada. Si no me acostaba a las 3:00 de la mañana, me despertaba a esa hora para alcanzar a satisfacer todos los caprichos de los clientes. En medio de esos días de desesperación, una colega –que muy pronto se convirtió en mi amiga– me convenció de ir al estudio de yoga al que ella asistía. “Es maravilloso –me decía una y otra vez–. Cuando empiezo la mañana con una clase de yoga, ya no hay nada que pase durante el día que pueda afectarme, despertarme ya tuvo sentido”.

Tardó en convencerme. Pensaba que el yoga era para hippies, que consistía en hacer poses con un propósito meramente espiritual, que tenía que ser flexible y perder el miedo a ponerme de cabeza, que debía cantar mantras a la madre tierra y conectarme con luces de colores imaginarias para encontrar la paz interior. Todas esas ideas chocaban con mi escepticismo, pero el asunto es que eran ideas equivocadas, y lo descubrí en la primera clase.

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Lo que practicaba mi amiga se conoce como Bikram yoga*: una serie de 26 posturas, siempre iguales, que se realizan en un cuarto caliente y frente a un espejo. Cuando la clase empezó, me sentía rara y torpe. Me producía risa ver a todas esas personas tan serias viendo el reflejo de sí mismas. Los primeros movimientos y posturas fueron sencillos, pero, poco a poco, la complejidad fue aumentando. Muy pronto me di cuenta de que el yoga no era ese asunto espiritual que me imaginaba, sino una hazaña atlética. Después de unas cuantas poses, estaba bañada en sudor. Me empezó a parecer fascinante verme en el espejo para lograr que mi cuerpo hiciera figuras perfectas. Empecé a competir conmigo misma, a exigirme, a estirar un poco más, a respirar hondo, a soltar el aire con ganas.

Al terminar, mi cuerpo era otro, por dentro y por fuera. Sentía como si acabara de salir de un masaje en el que me habían quitado cada uno de los nudos de mi cuerpo. Parecía como si se hubieran desbloqueado mis vías respiratorias, mis venas y la boca de mi estómago, donde la angustia se había instalado hacía meses. Estaba liviana, leve, y mi cuerpo y mi mente se sentían más fuertes. Al día siguiente volví y terminé de enamorarme: posturas que me resultaron imposibles en la primera clase, fueron logrables en la segunda. Mi cuerpo respondía a mi trabajo, a mi esfuerzo, a mi entrega. Y no solo lo hacía durante la sesión de yoga, en unos días me di cuenta de que, al llegar a casa, mi organismo ya no me pedía arepa o sánduche de queso, sino ensalada, agua, fruta… Y estos cambios se dieron solo en una semana. ¿Hasta dónde podría llegar si continuaba?

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¿Cuál es la ciencia detrás del yoga?

El médico Timothy McCall, en el libro Yoga como medicina, cuenta que, en la primavera de 1970, el yogi indio Swami Rama quería convencer a los científicos occidentales sobre el poder del yoga. Para ello, se convirtió en objeto de estudio de Elmer Green, pionero en las investigaciones acerca de la capacidad del ser humano de hacer conscientes funciones corporales que siempre se han considerado involuntarias. En su primer día en la Clínica Menninger en Kansas, Swami Rama, con sensores por todo el cuerpo, cambió la temperatura de su mano por medio de la contracción y la apertura de las arterias de su muñeca. 

Desde ese momento, el yoga empezó a ser mainstream y, aunque todavía faltan muchos estudios por llevar a cabo (todavía no se sabe exactamente cómo funciona), las investigaciones han demostrado que esta práctica ayuda a tratar la depresión, manejar el estrés y mejorar el bienestar de los sobrevivientes de cáncer. Un artículo de la revista New York asegura que la ciencia ha demostrado que les permite a los músicos ser más fluidos, a las mujeres mayores encontrar trascendencia, y a los estudiantes dedicados de lleno al yoga “alcanzar vuelcos radicales de la conciencia, que solo son alcanzados por las personas que consumen drogas psicoactivas”. El yoga no es solo un ejercicio físico, también es mental y psicológico. 

¿Y qué tiene el yoga que no tienen otros ejercicios físicos? De acuerdo con Timothy McCall, uno de los factores claves detrás de los beneficios del yoga está en que las posturas deben ir ligadas a la respiración. Swami Rama pudo controlar los músculos alrededor de sus arterias porque había desarrollado la habilidad de acceder a su sistema nervioso autónomo y de dominar el latir de su corazón, su digestión, su respiración… “La respiración es una puerta de entrada al sistema nervioso autónomo –explica McCall–. Si logras mantener una respiración lenta y profunda mientras haces poses exigentes y que te desestabilizan, te estás enseñando a no sobrereaccionar al estrés. Es una manera de autoregularnos”.

“Si haces las mismas posturas una y otra vez, día tras día, año tras año, vas a lograr mucha intimidad con tu cuerpo y con la manera en que se expresa –explica Drake Baer en la revista New York­–. En ese camino, vas a cultivar lo que los investigadores denominan propiocepción (conciencia de dónde está tu cuerpo en el espacio) e interocepción (conciencia de las sensaciones, ya no solo sobre tu piel, sino en tus huesos, tendones, tejidos y hasta las que se relacionan con tu estado emocional). 

Sat Bir Singh Khalsa, profesor asistente de la Escuela de Medicina de Harvard, explica que el aumento de la conciencia interior cambia el estilo de vida de las personas. “Alguien que practicó yoga por ocho semanas y después volvió a fumar, me dijo: ‘Nunca me había dado cuenta de lo malo que es el cigarrillo, no me lo guanto, se siente horrible', asegura el yogi. Con la práctica, las sensaciones se vuelven más perceptibles, así que se siente la toxicidad de las cosas de una manera más intensa. “Las personas cambian su dieta y sus comportamientos para hacer cosas que les permitan sentirse mejor, ya que, por primera vez en su vida, en realidad están sintiendo más”, agrega.

Practicar yoga hace que nuestro cuerpo, involutariamente, busque bienestar. Y, frente situaciónes adversas, da herramientas para que nuestra mente no se salga de control y mantenga la serenidad necesaria para reaccionar o sobrevivir.

 

*Esta práctica en particular ha sido cuestionada en el mundo de los yogis porque fue creada por un hombre de dudosa reputación que abusaba sexualmente de sus alumnas, como se descubrió hace unos años. No obstante, su invento resultó ser prodigioso. Los resultados de la práctica poco tienen que ver con lo que fue su creador.  

Por Natalia Roldán Rueda

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