Gabriel Bomba Piamba, el taita que creó el primer resguardo urbano
Su rostro refleja el paso de los años; su voz, la mesura del que siempre piensa para hablar; y sus decisiones transmiten la confianza y seguridad que necesita una comunidad para perpetuarse en el tiempo. Así es Gabriel Bomba Piamba, el jefe del Consejo de Justicia Indígena del resguardo Chibcariwac, quien dice que la verdad se entiende cuando se escucha con ecuanimidad, tolerancia y se aceptan las diferencias.
Esta definición, que es como una norma en el primer reguardo urbano de Colombia, él la empezó a construir cuando siendo un niño fue desplazado de Caldono, en el Cauca, y llegó a la puerta de la Casa de la Madre Laura en Medellín. Gracias a ellas estudió y aunque las hermanas querían que fuera un sacerdote, finalmente aceptaron su decisión de prepararse en la escuela normalista en Caramanta, en el suroeste Antioquia, y se convirtiera en profesor.
Como educador en Medellín conoció otra gran mujer, la pintora y hoy religiosa Teresita Londoño, quien por allá en los años 80, cuando hacía labor social en el barrio 20 de julio, quiso reunir indígenas a través del arte, la danza y la música. “Un día llegó Gabriel y reconocí en él a ese líder natural para guiar un cabildo y en menos de un año se convirtió en el Gobernador.
Sigue a Cromos en WhatsAppEste hombre, que tiene plasmado en su piel el paso de los años, jamás olvidará que fue Gilberto Echeverry Mejía, como mandatario de Antioquia, quien reconoció el resguardo. De Gobernador a Gobernador sellaron un pacto para trabajar por los aborígenes que al perder su arraigo, llegaban a la capital buscando una oportunidad.
“Compramos una casa en el sector de Prado Centro y allí nació el resguardo Chibcariwac, como la primera organización multi-étnica que recibe personas de todas las comunidades y encuentran un punto de partida para volver a empezar”, dice Gabriel Bomba.
En estos 39 años de trabajo, además de lograr que la Universidad de Antioquia les abriera las puertas a los hijos de los indígenas, el resguardo tiene un jardín infantil, en donde dos profesoras cuidan a los hijos de las mujeres cabeza de familia de la comunidad y les inculcan lenguas nativas.
Gabriel cuenta con orgullo que en el resguardo hay indígenas de 34 comunidades entre las que se destacan los Kamsa, Guambianos, Paeces, Tunes, Quillacingas, Arwacos, Ingas, Embera katíos y Embera Chamí. Dicen que aunque estudió derecho ejerce como juez del cabildo, no por su título sino por su jerarquía y ascendencia. Vive en Rionegro y dos días a la semana llega a la maloka construida en el patio de la casa del resguardo para hablar de la vida o resolver problemas entre asociados al cabildo.
El líder indígena confiesa sin reparos que varios jueces y fiscales le piden ayuda para atender casos de conciliación que en la mayoría de oportunidades no trascienden. Sus determinaciones son de obligatorio cumplimiento.
Cada aniversario de creación del resguardo se celebra con todas las de la ley. De hecho la casa de reuniones parece una torre de babel a juzgar por la cantidad de dialectos que se pueden escuchar, pero cuando Gabriel toma la palabra para proponer metas o graduar a los nuevos miembros de la guardia indígena, aquí solo se habla un idioma, el de una comunidad que tiene un nuevo territorio en el que trata de mantener intacta su alma aborigen. “Yo sueño con un gran lote en donde le pueda decir a cada hermano, ‘esta es su casa y este es su terreno’ para que siembre hortalizas y también anhelo una gran maloka, para dos mil personas, en donde nos reunamos para celebrar la vida”, dice este caucano con alma indígena.
Fotos: Cortesía Caracol.