
Guillermo León, el que enseña a otros a caminar por la vida
Cuando Guillermo Morales despertó en la sala de urgencias del hospital hace siete años, solo su mamá y su padrastro lo acompañaban. El diagnóstico no era alentador porque según el especialista, el golpe que recibió en la columna al caer ebrio desde un segundo piso, le había comprometido las vertebras que garantizaban su movilidad. Todo era tan incierto que los médicos ese día le dijeron que entraría a cirugía para tratar de, al menos, recuperar el movimiento de sus manos.
La intervención fue exitosa y, a los tres días, Guillermo pudo mover los dedos de su mano derecha. Pero los ortopedistas y neurólogos le aclararon que la lesión raquimedular que tenía le iba a impedir caminar y que levantarse de la silla de ruedas, dependería de su empeño.
Fueron tres años de terapias intensivas. Cada mañana, al despertar, pensaba que todo se trataba de un “mal sueño”, y al querer poner los pies en el piso, aterrizaba con la realidad. Un día, la hermana de una amiga de su familia lo visitó y lo invitó a orar mientras le hacia un masaje con un aceite.
La gran enseñanza que repite Guillermo a quienes llegan a trabajar con él es que siempre hay que ver el vaso medio lleno para que nunca se pierda la esperanza de lograr todo lo que se sueña.
En la convalecencia, a través de internet, conoció a Claudia y al poco tiempo de la primera cita en el metro de Medellín supo que era la mujer de su vida, porque ella descubrió su habilidad con la bisutería. Guillermo apenas había terminado el bachillerato, con mucho esfuerzo de sus padres. Su única experiencia había sido en trabajos de panadería y de rebusque, así que después del accidente no tenía muchas opciones laborales.
La que hoy es su esposa, lo matriculó en cuanto curso artesanal gratuito había en las comunas y empezó a crear y diseñar accesorios hasta producir su propia línea.
En una terapia me encontré con un amigo que me pidió que le enseñara a trabajar porque quería ser útil para su familia y luego otros dos y así hasta que el grupo creció. Hoy son más de 15 personas en condición de discapacidad que aprendieron a manejar las resinas y hoy hacen pulseras, aretes, llaveros, collares y cadenas que venden en las ferias artesanales de la ciudad.
Como con el tiempo también fueron apareciendo otras personas con diversidad funcional que sabían otros oficios, Guillermo tuvo que buscar otro tipo de ayuda y conoció Patricia Mazo, una mujer que se enamoró de lo que hacía y le dio en comodato cinco máquinas de coser. Unas 15 familias derivan su sustento de estos aparatos.
Cada vez que le hablan de alguien que tuvo un accidente o tiene una capacidad especial, Guillermo pregunta qué parte de su cuerpo puede mover y le busca alguna actividad de las que hoy desarrolla con su equipo. Sin temor dice que él es ejemplo andante de lo que cualquier persona puede hacer con voluntad y deseos de superación.
“Yo no siento mis piernas, me puedes pinchar, golpear, lo que sea y no las siento, pero cuando le doy la orden a la pierna derecha que se mueva, eso es suficiente para que con la cadera mueva el resto del cuerpo. Camino. Eso lo descubrí por no darme por vencido”, explica este joven de 33 años que sueña con una empresa de personas que puedan trabajar desde sus casas.
Dice que el accidente que le sucedió obedeció a su descuido, pero que hoy cree que este evento, se ha convertido en la bendición que le dio Dios para encontrar un significado a la vida. Hoy despierta, no pensando en la pesadilla que vivió durante un tiempo, sino en buscar más fuentes de empleo para tanta gente que no puede cumplir un turno laboral por las dificultades para moverse.
Foto: Cortesía Caracol.
