La mujer hecha por el hombre
No soy feminista, no me hago matar por ninguna causa, pero es imposible negar que el camino para llegar a tener las mismas libertades ha sido duro y en muchas sociedades no se ha terminado de recorrer, aún en este orgiástico siglo XXI.
Biológicamente estamos marcadas por nuestro cuerpo doliente, desgarrado cada mes por el recuerdo de que estamos en este mundo para ser madres y repetir por millonésima vez ese extraño delirio que las especies tienen por reproducirse. Somos esclavas de la interpretación que hacemos sobre nuestra condición de ser dadoras de vida. Ese término sacrosanto "dadoras de vida" es la trampa mortal que nos tiende la historia, pues culturalmente solo es posible aplicárselo a los dioses, o mejor a Dios. Al adjudicarle a la mujer ese poder incuestionable y omnipotente, al hombre se le libra de la responsabilidad de ser él quien infrinja semejante ley divina, ocultando su alivio de leyenda bajo el supuesto "privilegio" con el que nos ha honrado nuestra suerte, al ser nosotras las que concretamos el lapidario milagro de la existencia.
La mujer se debate entre su sino como hembra y su añoranza de independencia. Su cuerpo es una atadura por principio, su lugar histórico es el encierro, la casa, el servicio, ese ser a través del otro. La mujer se "realiza" a través del hijo o de sus relaciones sentimentales porque todavía no se despercude de la pátina de esa pegachenta herencia primaria. Por la misma razón la idolatría religiosa ha sido la principal cómplice de las mujeres incapaces de redimirse como tales, y así convierten su estéril identidad como mujeres libres en una sujeción justificada por la alteza de lo sagrado.
Sigue a Cromos en WhatsAppLa historia ha sido escrita por hombres porque son ellos los que han trascendido los límites del hogar para emprender acciones sobre el mundo, han luchado por defender y colonizar, rompen, penetran, han ejecutado sus ideas y las han registrado en libros según su conveniencia. Han sido ellos los historiadores, los filósofos, los conquistadores. La mujer ha tenido que sobrevivir a las excepciones y a su confuso mundo interno, y dentro de él librar la guerra contra una realidad impuesta.
Cuando leo en una entrevista al señor Procurador diciendo en tono halagüeño que su esposa es "una mujer resignada", no puedo menos que remitirme al desolador panorama de mujeres educadas en la servidumbre, sea ésta emocional, sicológica o física. También debo aclarar que en el caso del Procurador, es él quien la califica como resignada, es así como él la ve pretendiendo con esto enaltecerla de manera insólita; faltaría ver si la señora se siente orgullosa de su piropo. Habrá mujeres que en este punto salten alarmadas argumentando que son felices siendo esa gran mujer y madre detrás del hombre poderoso, y es posible que sea cierto. Incluso a veces vale más la pena evitarse reflexiones cuando ya se han invertido tantos años siendo la costilla de otro.
Por muy liberadas que nos sintamos, es difícil pasar el examen de conciencia cuando osamos desobedecer el dictado que por tradición se le ha ordenado a la mujer. El tema del aborto y su encargo moral que recae única y exclusivamente sobre nosotras es nuestro pecado especial e intransferible. Matar miles de personas en guerras inútiles está permitido en la constitución de los imperios. No así el derecho que debe tener la mujer a decidir íntimamente si da curso a una posible vida, lo cual es diametralmente diferente a quitarla.
Quedé mal hecha en esta historia de hombres. Nunca quise tener hijos. No sé si por rencor, por egoísta, por vanidosa o por perezosa. No pude ver a ninguno como su padre, ni aguantar a mi propio hijo adolescente culpándome y recriminándome lo que no le quise dar, ni quise sentir mi cuerpo esparcido, hinchado y engullido por una vida ajena a la mía, no concebí sentirme presa de mi destino de hembra que repite la vida porque así debe ser según los que se inventaron la moral. No fui capaz de condenar a muerte a mi propio hijo dándole la vida. Soy entonces esa madre desalmada de los hijos que nunca tuve. Gracias a Dios se salvaron.