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La mujer maldita

Es innombrable el dolor arrastrado como una red de infamia por esta mujer herida de muerte, que ha preferido vengarse del mundo para no tener que enfrentar su propia agonía.

Por Margarita Rosa de Francisco

22 de mayo de 2012

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Ella es el Hada Oscura, La Madre del Infierno, La Mandrágora, es La Bestia en carnes, llena de odio hacia todo aquel que pretenda amarla, muy posiblemente por haber sufrido en tiempos profundos alguna o quizás muchas afrentas nunca perdonadas. ?

Esta mujer está sola en su celda de espanto y cuando salga repetirá en cada una de sus víctimas la escena de su propia tragedia de abandono. Hará acopio de todo el poder del que por naturaleza disponen la totalidad de las mujeres y hará con él una obra maestra del mal. Usará su fina inteligencia e intuición salvajes para tejer hebra por hebra el velo de su trampa. Vestirá sus ropajes más sugestivos, aquellos que acarician con deleite sus formas malditas y sabrá bordar en perlas sus sonrisas envenenadas. Ella sabe que su cuerpo es arma mortífera y hará uso de él con la sabia precisión del mejor estratega para lograr el daño perfecto, su único propósito. Abrirá las compuertas de su vientre en llagas y embestirá con su caudal de fluidos perfumados y lumíneos a todos los incautos que, atontados por aquellos aromas, vengan a beber enceguecidos de deseo. En ese momento fatal llegarán los esbirros de la Reina del Fuego y se encargarán de llevar sus cuerpos desmayados a las cámaras ardientes donde ella, Perra Maldita, devorará con gula y fruición. A veces será ella misma, solitaria y rastrera, la que espiará a su presa, la seguirá con todos sus sentidos durante horas, meses o años y la asaltará desde la sombra de su noche hambrienta, prodigándole el abrazo mortal de las serpientes. ?

He aquí el mito de La Mujer Maldita. Mujer portentosa y capaz de generar históricas guerras, de gobernar pueblos y a sus mismos gobernantes, de extraer una sinfonía del placer y el tormento para ensordecer la voluntad de los ebrios que se debatirán impotentes entre el amor y la muerte. Esta mujer se reirá a carcajadas del hombre pusilánime y sin carácter, que no se atreva a mirar de frente sus ojos de plomo; lo manejará a su antojo, marioneta que ella operará desde sus alturas con sutiles hilos, Bruja Negrera, para que complazca sus caprichos imposibles. Hará del hombre ambicioso su desafío más osado, le hará creer que es él su elegido, para luego restregarle su codicia humillándolo, ya de rodillas, después de haberlo amado. Esta Hembra de Hielo no se enamora, ni se dejará quebrar del llanto primitivo que resuena en el fondo de su abismo. Su alimento es el sufrimiento de aquel que morirá por ella. ?

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Mujeres, somos en algún grado malditas. De otro modo no seríamos capaces de retar el dolor de dar a luz un hijo, ni de luchar a dentelladas con quien sea por defender lo que nos pertenece realmente. La Bestia Herida da vueltas en un punto remoto de nuestra inconsciencia como inevitable resultado de dolores necesarios. Debemos reconocerla y aceptarla, pues ella tiene hambre de nuestra alma y debemos alimentarla con nuestra inventiva y creatividad. La mujer malvada y resentida ocurre cuando cercenamos nuestro poder creativo que sublima todas las iras y culpamos a los demás por nuestra incapacidad de ser libres. A esta Loca del Pantano hay que visitarla de vez en cuando, y no asustarnos con sus fantasías rabiosas y malsanas; pisaremos con sigilo arenas movedizas para acercarnos a ella, Animal de Monte, y le entregaremos dulcemente un pincel para que pinte sus padecimientos, o una falda para que baile sus furias, una escena para que grite, gima y llore, un libro en blanco para que escriba sus historias de pesadilla o cualquier símbolo a través del cual ella pueda romperse sin limitaciones. De lo contrario, tarde o temprano, asfixiada por nuestros prejuicios, nos traicionará sin contemplaciones y usurpará el lugar que le corresponde a lo cotidiano, amargando cada hora de nuestros días y de los que amamos visceralmente. Nunca callemos a la maldita mujer que llevamos dentro, sólo démosle un santo lugar, el único lugar donde es posible perdonarla.

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Por Margarita Rosa de Francisco

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