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Por: Mónica Rodríguez
Lo veo todos los días, en todos los contextos. Muchos viven para complacer a los demás, dejando a un lado lo que verdaderamente piensan por temor a ser tildados de “complicados”.
Entonces, alaban siempre lo que dice el otro. Halagan el vestido, el pelo, el nuevo look y cuando la persona da la vuelta la critican y dicen lo que verdaderamente piensan. Lo confieso, me molesta la lambonería, no puedo con eso. Tratando de caerles bien a todos, hemos perdido la autenticidad.
Yo, la verdad, no entiendo por qué nos cuesta decir que no estamos de acuerdo con alguna postura, pensamiento o actitud. Y esto no tiene nada que ver con diplomacia, pues una persona diplomática es aquella que sabe manejar los diferentes tipos de relaciones que teje en su vida sin causar malestar, pero no involucra la hipocresía. Cuando alguien pone en entredicho su esencia, lo que realmente es, para satisfacer a la otra persona está faltando a sus principios, está contra sí mismo.
Esto también se puede ver en las relaciones de pareja. Como cuando alguien le dice al otro lo que quiere oír para que las cosas estén bien y así evitar discusiones. No estoy diciendo que nos tenemos que ir de pelea contra el mundo, simplemente es mejor ser francos. Uno debe ser de una sola pieza.
Una cosa es ser cordial, pero la diplomacia no se puede ni se debe confundir con la hipocresía. No soporto a la gente que en un ambiente social, habla de un tema y manifiesta su apreciación sobre una situación o persona y luego la ves comportarse de otra manera que nada tiene que ver con la opinión que expresaron antes. Pero de cierta manera estamos en un mundo donde los que yo llamo, camaleones sociales, nos están llevando a vivir un pequeño mundo de mentira, falsedad y halagos innecesarios.
No digo que estoy en contra del elogio, pero el exceso es nocivo. Cuando uno quiere valorar algo especial en una persona debe hacerlo desde el corazón, de manera sincera, reconociendo algo que nos gusta en el otro. Pero las personas se llenan la boca para decir lo que no sienten, lo que no piensan y se comportan de cierta manera para poder ser “aceptados”. Peor aún, hay más personas dispuestas a escuchar halagos y recibir palmadas en la espalda aunque saben a ciencia cierta que no son sinceros ¡Eso realmente no lo puedo entender y me molesta demasiado!
Nos estamos acostumbrando a que nos digan las cosas buenas, preferimos estar en grupos o ambientes donde la adulación es protagonista, así sea falsa, así no salga del corazón, desconociendo que muchas veces esa adulación tiene un fin específico ¡No más sociedad del falso y mutuo elogio! Es mejor decir de frente que no estamos de acuerdo con algo o que no nos gusta. Si al menos no queremos causar malestar o dolor, entonces mejor quedémonos callados, pero ¡no digamos lo que no sentimos!
Alexandra Pumarejo: Mi filosofía es: si no tienes nada bueno que decir, calla. No creo en la necesidad de decir pesadeces escudándose en la banderita de la sinceridad.
Juanita Kremer: Para evitar pasar por lambón o para evitar llenar de elogios a quien no lo requiere, o merece, es mejor guardar un respetuoso silencio.
Flavia Dos Santos: Tratar bien nunca ha hecho mal a nadie. Decir palabras positivas no es esconder la verdad. Me gusta el ejercicio de ver lo positivo, resaltarlo y mencionarlo cada tanto.