
Por: Carlos Torres Tangarife
Fotos: David Schwarz - Daniel Álvarez
Lo que vemos a través de las redes sociales es un relato abierto y en constante cambio de la existencia propia y la de los demás.
Lo que hacemos en ellas es similar a la labor de un biógrafo cuando se sienta a escribir la historia de un personaje, la diferencia es que contamos nuestra vida en un sistema rico en recursos para enriquecer la experiencia. Nunca había sido tan fácil hablar de uno mismo.
Sherry Turkle, autora del libro En defensa de la conversación, sugiere tener presentes las implicaciones de andar con un teléfono. “No es un accesorio. Es un dispositivo psicológicamente poderoso que cambia no solo lo que haces, sino quién eres”.
Una chica (que se llama Dianis Rodríguez, en Facebook) se angustia porque su compañera de oficina mañana se va de vacaciones y seguramente a ella le tocará trabajar el doble. Desde su escritorio, un chico (que en redes sociales se encuentra con el nombre Camilo Machado Valdivieso) contempla a Dianis Rodríguez en un rincón de la oficina, al borde de las lágrimas, en medio de lo que parece una tragedia. Camilo Machado Valdivieso desconoce la razón del desespero. Imagina un escenario adverso, que involucra un fallecimiento familiar o una enfermedad. No se le ocurre que Dianis Rodríguez sufre de hipersensibilidad (ella tampoco lo sabe).
Sus ojos chismosos se entierran en su celular. En Instagram se encuentra con una serie de selfies de Dianis Rodríguez, en la que saca jugo de sus mejores ángulos, con una blusa escotada. Pasan tres minutos y Camilo Machado Valdivieso continúa hurgando imágenes de ella en las que casi siempre luce hiperatractiva. ‘Casi siempre’, porque en algunas fotos posa como la celebridad Kim Kardashian y lo que realmente proyecta es una caricatura de sí misma. Normalita se ve más bonita, piensa él, que ahora ve a Dianis Rodríguez llorar en su puesto. Ella, que se exhibe tan feliz en redes sociales.
El hombre no sabe que él también presenta una dualidad similar. En Facebook, tan espiritual que se muestra –con sus frases de buda en cursiva, encima de un paisaje verde–, y en la oficina, por un ascenso, es capaz de hablar mal de los compañeros a sus espaldas y delante de su jefe.
“Facebook e Instagram son escenarios de representación social, en los que no ponemos una foto cuando estamos llorando, sino que lo hacemos cuando estamos riendo, generalmente en compañía, felices –explica la antropóloga Catalina Pulido, profesora de la Universidad Externado–. El que no tiene un evento a la altura de lo socialmente compartible, tiene una alta probabilidad de pensar que no tiene vida o que no es divertido. La vida empieza a resignificarse a partir de lo que se construye en la red”.
¿Nuestra versión frente al espejo se asemeja a la versión virtual? ¿Es al contrario?
Respuesta: no sabe, no responde.
¿Y si un día descubres que prefieres la versión digital de tu novia que la de carne y hueso?
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La investigadora Nancy Colier, autora de The power of off, sostiene que la mayoría de las personas revisan sus celulares 150 veces en 24 horas, o cada seis minutos. Según ella, los jóvenes envían en promedio 110 chats al día.
“Sin la presencia real del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”, afirma el filósofo Byung-Chul Han, autor de libros como El aroma del tiempo y La expulsión de lo distinto.
Hace dos horas un mensaje está en visto. El hombre del 3053468743 se impacienta. Formula preguntas, una tras otra, que rayan en la victimización, mientras, delante suyo, corre una vida que parece ubicarse en un segundo plano. Está en un salón de clase, el profesor explica la extensión del trabajo final, el interlineado, el tipo de letra, el correo al que se debe enviar la copia digital del escrito y la hora en que se debe entregar impreso. Delante podría estar también la ciudad con sus trancones, él al volante a la espera de que el carro de adelante se mueva, para avanzar unos pocos metros. De la misma forma, el hombre estaría detenido frente a las marcas azules del visto. Si los chulos fueran rojos seguramente tendrían un efecto más mortífero. El hombre se siente ignorado y olvidado. Envió un “Cómo estás?” Y esperaba como respuesta un “bn y tu”, que está demorado, al punto de llevarlo al arrepentimiento y a la culpa, por haber escrito el mensaje.
En la noche los chulos azules continúan ahí. En el transcurso de la tarde el hombre del 3053468743 tuvo noticias de la destinataria: ella publicó en redes sociales fotos con amigas en un cumpleaños campestre, en las que figura muy alegre con copas de vino, confeti enredado en el pelo y una hermosa sonrisa que ocupa la totalidad de los cachetes. El hombre conecta en su mente la hermosa sonrisa de la chica con los dos chulos en su pantalla (signo de rechazo) y la cantidad de horas que han transcurrido desde que tipeó el mensaje. Se siente frustrado, por no decir inferior.
Ahora es un acumulador de culpas, porque le dan ganas de dar like a cada foto del cumpleaños al que asistió la mujer, en donde se proyecta bella e inalcanzable.
“El ser humano es un ser social y necesita los vínculos –dice Miguel Urra, decano de la Facultad de Sociología de la Universidad Santo Tomás–. No obstante, busca espacios de soledad. A la mujer y al hombre que tenga Whatsapp se le complica obtenerlo , porque probablemente le están llegando muchos mensajes. Casi que se le torna esquiva la soledad física; su dinámica laboral, familiar y amistosa están a la distancia de un clic. Por eso los espacios de tranquilidad y reflexión se vuelven una conquista en una sociedad que privilegia la cantidad de relaciones. Una persona hoy tiene 500 o mil amigos en Facebook, pero la calidad de dichas relaciones es mala”.
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Cinco temporadas y 62 capítulos en total componen la serie Breaking Bad. Laura la empieza a ver un lunes a las 7:00 p.m. y sigue derecho hasta las 4:00 de la mañana. Ella quisiera seguir derecho, pero el cansancio se lo impide. Sin embargo, en cuatro días consume entera la serie. Podría tratarse de un récord para mostrar con orgullo, dado que Laura trabaja, se moviliza en una ciudad de recorridos extensos y lentos, tiene redes sociales, lee libros, procura ir a cine. Y duerme poco. Su maratónica marca de las cuatro noches es inferior a la de un amigo suyo, que vio Breaking Bad en tres.
La propia Laura lo escribió recientemente en Cromos, en un artículo titulado Los peligros de Netflix: “Las series son adictivas desde su propia concepción. En Ohio, un equipo de investigadores de la Universidad de Toledo, pidió a 406 personas que contabilizaran el tiempo que pasaban cada noche viendo televisión y luego describieran sus sensaciones. El 77% aceptó sentirse cansado y deprimido después de dos horas. Según ellos es un círculo vicioso: nos aferramos a Netflix y a sus maratones como salvavidas del cansancio, dedicamos tardes enteras a ver capítulo tras capítulo y, al terminar, nos sentimos ansiosos y más cansados”.
“Las redes sociales y la mayoría de aplicaciones están creadas en términos de negocio. Potencian al individuo, no los lazos –explica Santiago Wiesner, comunicador y filósofo colombiano–. Nos sometemos a su merced, lo hacemos con placer y consumimos de manera voluntaria. De hecho, trabajamos para ellas, nuestros datos están en sus bases, sus analistas nos vigilan y estudian. Tenemos problemas de concentración, operamos con la lógica de los hipervínculos. Nuestro pensamiento es disperso, leer un libro con juicio es una tarea difícil. La concentración es otra. Internet tiene la lógica de Netflix, en la que te puedes ver un capítulo y luego otro y otro. La caracteriza la idea del scroll infinito: una vez finalice un video, aparece el siguiente. Se te puede ir la vida pasando el dedo índice por la pantalla del celular, viendo videos, posts, imágenes”.
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"En el día terminamos haciendo muchas cosas y nada. En parte es por las tecnología. Generamos un vínculo con los contenidos en detrimento de nuestra emotividad. Nos entretenemos, pero nos sentimos vacíos": Santiago Wiesner, comunicador y filósofo.
“Sin espacios abiertos ni tiempo libre, el sistema nervioso jamás se apaga, está en un estado constante de alerta y respuesta –manifiesta la investigadora Colier, autora del libro The power of off–. Todo el tiempo estamos conectados y cansados. Incluso las computadoras se reinician, pero nosotros no lo estamos haciendo”.
Al Whatsapp de un curtido padre de familia llega una cadena con sugerencias médicas. El mensaje fue enviado por su hermana de 55 años, que de un tiempo para acá se ha convertido en una suerte de difusora de noticias sobre salud, reflexiones sobre la fe católica y críticas a Santos y a las Farc. Antes de la cadena con sugerencias médicas, la hermana había enviado una con salmos bíblicos que alguien usaba para asociar con cizaña la homosexualidad y las drogas sintéticas en la posmodernidad.
La cadena por la que se interesa el padre de familia en este momento es sobre los peligros de la miel, que ahora es tóxica y supuestamente incrementa en un 28% el riesgo de contraer cáncer de estómago, en un 18% la posibilidad de sufrir diabetes y en un 10% el chance de tener migrañas.
A punto de cumplir 65 años, el padre de familia ata cabos y concluye que últimamente su estómago no es el mismo que de costumbre, su nivel de azúcar en la sangre hoy debe estar por encima de los niveles normales y la implacable migraña, que si bien él no la sufre, sabe cómo pone a su hija, que la padece esporádicamente, sobre todo en las mañanas.
El padre de familia decide sacar de la nevera un frasco sellado con miel. Derrama el líquido espeso y nuevo en el sifón del lavaplatos. Lenta cae la miel comprada en Carulla, deliciosa. ¿En qué estaba pensando al echarla en el carrito?, se juzga. Si su hermana le hubiera enviado antes la cadena, se habría ahorrado esos pesos. Cierra el frasco vacío y lo arroja a la basura.
No son solo malas noticias. “En Colombia todavía hay nichos familiares que nos protegen de eventos extremos de aislamiento –anota Natalia Izquierdo, psicóloga clínica y logoterapeuta–. Todavía nos reunimos para los cumpleaños, la mamá todavía se preocupa por llamar al hijo. Aquí la familia es el principal provisor de estabilidad psicoemocional. Hoy vemos a las mamás y a los papás cada vez más inmersos en sus tabletas y en sus trabajos, pero debemos trabajar para que la familia provea tiempos de comunicación, expresiones afectivas, tiempo de conocerse... Así, los jóvenes serán menos proclives a tener problemas de incomunicación o de aislamiento social por tecnología”.
Dieta breve y fácil para dominar el celular
1. Para medir nuestro nivel de adicción, intentemos salir de casa sin el celular. Si sufrimos síndrome de abstinencia, busquemos maneras de tener una relación más saludable. Prescindir totalmente del dispositivo tampoco es la solución.
2. Disponemos de wifi en casa y en la oficina. ¿Entonces para qué pagar un plan de datos? Podemos vivir sin Internet 24 horas en el bolsillo. Con que haya conexión en la sala y en el trabajo puede ser suficiente.
3. Establezcamos zonas y horarios para usar el dispositivo. Procuremos respetar el comedor y la habitación. Chatear, revisar fotos y leer noticias en estas zonas, cuando estamos en una conversación, lleva a que el interlocutor sienta que tenemos la vista fija en el cielo.
4. Abracemos los tiempos muertos. Volvamos a la mirada ida, a la cabeza perdida en un recuerdo, en vez de estar mirando permanentemente la pantalla.