
Este es uno de los mensajes de Colectiva Polimorfas, un grupo feminista de mujeres con discapacidad o “diversidad funcional”, como ellas prefieren nombrarse. El eje principal de la organización es un grupo de apoyo en el que las asistentes intercambian experiencias. Hablan acerca de sus vidas, sus amores, sus 'polvos', sus esperanzas, su relación con la familia y con la sociedad, y de todas las violencias que enfrentan por ser mujeres con su condición.
El objetivo es tan simple como poderoso: cuando las mujeres intercambian opiniones y hablan sobre sus vivencias, pueden identificar problemas comunes y estrategias para responder a ellos. Muchas veces, las personas que llegan al grupo tienen concepciones patológicas de su cuerpo porque toda la vida les han dicho que tener una discapacidad es lo mismo que tener una enfermedad. Pero la organización intenta hablar de nuevas formas para entender la discapacidad, quiere que la discapacidad se entienda como parte de la gran diversidad que existe en el mundo.
Los cuerpos que se apartan de lo que culturalmente entendemos como cuerpos ‘capaces’ no están chuecos, ni averiados, ni defectuosos, ni les falta nada. Los cuerpos en sí mismos no tienen discapacidades. Lo que pasa es que la sociedad, al no estar pensada para las cuerpos con diversidad funcional, los discapacita. La discapacidad surge de esa interacción entre los cuerpos diversos que, como dice la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, “al interactuar con diversas barreras, puedan impedir su participación plena y efectiva en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás”. Atrás quedaron los días en los que se pensaba que la discapacidad estaba en el cuerpo y no en la sociedad, y que el problema era la diferencia y no la incapacidad de la sociedad para adaptarse a la diversidad.
Les dijeron que eran indeseadas y feas, que no eran aptas para tener sexo, que si lo tenían se “enfermaban más”, que era mejor no hacerlo, y que si quedaban embarazadas, iban a ser un problema mayor. A muchas las esterilizaron, en proporciones mayores que a los hombres con discapacidad, bajo la idea de que eso las iba a proteger contra la violencia sexual. En un informe para Naciones Unidas, preparado por una coalición de organizaciones, se reportó que, entre los años 2009 y 2011, 505 mujeres con discapacidad y 127 hombres con discapacidad fueron esterilizados. Pero eliminar la posibilidad de tener hijos no protege a nadie de ser violado, únicamente evita embarazos. La organización afirma que esta práctica continúa vigente.
A pesar de los constantes intentos por desexualizarlas, las mujeres con discapacidad se excitan, tienen sexo, se masturban y se vienen. Como me explicaron, “llegó la hora de erotizar las prótesis”, de descubrir otras zonas de placer y de pensar en qué nos toca cambiar en la sociedad para que ellas estén en igualdad de condiciones para amar y tener orgasmos. Reconocer la sexualidad de las mujeres con discapacidad es un ejercicio de humanización porque implica ver en ellas algo que casi todos los humanos compartimos: las ganas de tener sexo.
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