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Las vidas esclavizantes detrás de un trino

Cuatro mujeres narran sus experiencias como generadoras de contenido para marcas en Facebook y Twitter. La mayoría trabajó sin garantías contractuales y cumplió un horario que abarcaba gran parte del día, porque las redes sociales no se apagan.

Por Carlos Torres Tangarife

02 de septiembre de 2018

Getty.

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Las redes sociales son una extensión aparentemente amable y humana de nosotros. A través de sus muros, sentimos cerca a las personas y a las marcas. Están hechas a la medida de nuestro antojo, tanto que creemos tener el control de la información que consumimos. Basta un teléfono inteligente conectado a Internet para que se actualice ese inabarcable universo de contenidos. 

Según un estudio realizado, en el 2017, por IAB Colombia, NetQuest y Dot Research, los colombianos pasamos 37 minutos al día consumiendo redes sociales.  Vemos a las personas que nos gustan, leemos los medios de comunicación, estamos atentos a una seductora promoción para ir de vacaciones al Caribe, admiramos la última imagen de nuestros ídolos. Tan grande es el volumen de frases, fotos y videos que necesitaríamos dos cerebros para grabarnos los mensajes leídos.

Generalmente, los leemos sin pensar en el músculo humano detrás de cada mensaje. ¿El presidente escribe sus trinos o dispone de un equipo que lo hace por él? ¿Es un hombre o una mujer quien responde las numerosas preguntas que el público realiza a una caja de compensación que ofrece piscina y alojamiento a las afueras de la ciudad? 

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Este reportaje nos acerca a las vidas que trabajan detrás de las redes sociales de algunas marcas. La inmensa masa de lo que consumimos a diario oculta condiciones laborales difíciles y caprichos odiosos de los clientes, que son capaces de todo con tal de captar un pedazo de los 37 minutos que destinamos diariamente a Facebook, Twitter e Instagram.

 

Diana Catalina Pérez

“Mi vida laboral arrancó en una agencia de comunicaciones. Mis estudios en publicidad me facilitaron el camino para desempeñarme como estratega de marca, lo que hoy se conoce como community manager. Necesitaba con urgencia un trabajo, aunque el pago fuera pésimo. Me ofrecieron 800.000 pesos por prestación de servicios, el horario era de lunes a sábado. Pagaban cada quince días, pero a los jefes se les olvidó decirme que debía rogar para que lo hicieran. Me daban la plata en efectivo y a veces el encargado se demoraba en llegar, ya que andaba en moto. 

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“Mi labor consistía en manejar Facebook e Instagram en una feria de deportes. También tenía a cargo la cuenta de una reconocida discoteca caleña. En pocas palabras, el objetivo era generar interacción con la audiencia. Publicaba memes, videos y gifs, cosas que fueran funcionales. 

“El trabajo como tal no me molestaba. Lo incómodo era tener un contrato por prestación de servicios, sin seguridad social. De ahí pasé a otra agencia, en la que no firmé contrato. Me pagaban un millón de pesos al mes. La carga era grande, éramos seis publicistas con varias cuentas hasta que estas personas se retiraron y quedé sola con quince marcas.

“Hacía cronogramas, mensajes, piezas gráficas, fotos. Los diseñadores estaban rebosados, era un equipo reducido. Siempre les dije a los jefes que consiguieran más personas, porque las cosas las estábamos haciendo a medias. De hecho, nos vimos tan debilitados que no nos dio la cabeza para sacar una campaña. Recuerdo que me tocaba quedarme después de las 6:00 de la tarde para hacer tareas que me pedían para ya, porque la jefa también tenía un bar y me obligaba a promocionarlo. Cuando había partidos Cali vs. América tenía que incentivar que fueran al lugar.

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“El esposo de mi jefe, un día de diciembre, me dijo que iba a subirme el sueldo. Llegamos de vacaciones, pasó enero, febrero y nada. Le pregunté, me sacó excusas y ahí empecé a buscar otras opciones. 

“Se me presentó una tercera oportunidad, el pago era mucho mejor: 1’600.000. Tendría un periodo de prueba de tres meses y el jefe dijo que, una vez superado, me contratarían a término indefinido. Manejaba la cuenta de Facebook de una caja de compensación.  ¿Qué me pasó aquí? Por tratarse de una caja de compensación, la gente vivía loca por conseguir boletas y preguntaba a cualquier hora si el plan incluía bus y refrigerio. 

“La cantidad de comentarios que recibía era asombrosa. No me podía despegar de las redes sociales los sábados y los domingos. Incluso ir a cine se convirtió en una misión imposible, porque debía estar pegada al móvil. Si llegaba un mensaje y no lo contestaba, mi jefe me enviaba pantallazos con “Este mensaje está sin responder”. Decía que no había presupuesto para contratar a alguien que lo realizara por mí.

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“La misma persona que consultaba “¿Hay transporte de ida y regreso?”, te seguía llenando de preguntas después de responder. Finalmente, cumplí mi periodo de prueba, dejé de marchar a la par de su ritmo demoledor y el jefe me echó. Me sentí tan bien con el despido, que incluso hoy grito a los cuatro vientos que me quitaron un peso de encima. ¡Es que me levantaba y me acostaba pensando en esa caja de compensación! Esto incluso afectó la relación con mi pareja, porque él me hablaba y yo estaba pegada al Facebook, contestando los malditos mensajes”.

 

María José Salgado

“Hablo en presente porque lo estoy padeciendo. Tengo que hacer campañas para dos cuentas, estar pendiente de redes, programar trinos. Una campaña implica hacer textos y presentaciones para el cliente.

“Hay marcas que son más exigentes que otras. Manejo una de un gimnasio muy conocido. Muchas veces se cambian los textos, porque hay una palabra que la usa mucho la competencia. En la campaña anterior me hicieron modificar los textos, cosa que uno nunca quiere, porque toca arrancar de cero y se puede ir la semana entera escribiendo los mensajes que el cliente debe revisar de nuevo. 

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“Sacrifico mi tiempo. A las practicantes les pagan el mínimo y yo, que no tengo pregrado, apenas gano 400.000 pesos. Voy a cumplir cuatro meses en la empresa y a estas alturas aún no he firmado contrato. El jefe me dijo que después de los seis meses me cambiaría las condiciones, es experto en hacer promesas. Un día me salió otra oportunidad en la que iban a pagarme el mínimo, pero él me pidió que no me fuera, que me iban a subir el salario y yo de boba le creí. 

“Al principio me dijeron que no cumpliera horario, que podía ajustarme y dejar organizado para tener parte del día libre. Es al contrario, en esta agencia te empoderan con el objetivo de saturarte de responsabilidades. Mi relación con la encargada de supervisarme no es la mejor y las condiciones, incluso las humanas, son malas. Hace unos días me solicitaron que me quedara para otra campaña y, faltando cinco minutos para las nueve de la noche, me dijeron que yo no era necesaria. 

“Hoy, antes de responder estas preguntas, me corroboraron que no voy a tener contrato. Ya no aguanto más, confieso esto porque estoy cansada. Si alguien lee esta historia, espero que sepa que no vale la pena regalarse. Aunque nuestra cultura laboral nos vuelve sumisos ante las empresas, nunca dejemos que nos pisoteen”.

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Lucía Zapata

“A punto de graduarme, empecé a trabajar en Ibagué con una conocida que tenía una pastelería. Quería impulsar sus seguidores, así que le tomaba fotos lindas con el objetivo de crear su marca en la ciudad.

“Mi compañera tenía la idea equivocada de que Instagram y Facebook serían suficientes para vender. Las redes sociales son una suerte de fachada de tu local. Los community managers mostramos la parte buena, la bonita, pero de las ventas del negocio se encargaba la dueña.

 En vista de la situación, le dije que no era mi culpa que la gente no comprara sus productos. Era freelance, administraba mi propio tiempo, le metía la ficha al proyecto, pero también tenía otras obligaciones. Un día tuve una calamidad doméstica y la dueña se fue contra mí, de la peor manera. Llegó a decirme “si no te pago, tú no haces nada”. Sus palabras rebasaron el agua del vaso, dejé de administrar sus contenidos y me vine a probar suerte a Bogotá. Ahora estoy en una agencia de comunicaciones, el choque ha sido grande, porque las empresas te pintan pajaritos en el aire. 

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“Con tal de venderse al público, el cliente te puede pedir cualquier cosa, a veces te obligan a difundir promociones como: “Por este mes, los niños menores de 6 años no pagan”, cuando, en realidad, durante el año, los niños nunca pagan. Son capaces de pedirte que copies a la competencia para conseguir posicionamiento. 

“Diseño piezas, manejo blogs, traduzco textos para un hotel en el Caribe y me pagan como community manager. Se supone que solo estoy para administrar las redes sociales.  Hasta hace poco la agencia me dio un celular con datos para poder hacer los deberes. Si tenía que publicar algo en la noche, en casa, tenía que usar los datos de mi celular. Por un año pedí el aparato y, por fin, me lo entregaron. 

“En esto hay algo llamado manual de procedimiento de crisis, que se aplica en casos en los que un cliente escribe para quejarse. Cuando esto sucede, recibo la queja y llamo al gerente de ventas para suministrarle los datos de la persona. 
“Es una labor mecánica. Por eso me interesa que los lectores sepan que las personas que trabajamos en esto no somos robots. Queremos leer reseñas positivas, porque, si estuviera en nuestras manos, haríamos lo posible para que el servicio funcionara bien. Somos la parte pequeña que recibe las críticas. En ocasiones es tal el número que es inevitable sentirse culpable por pertenecer a una empresa que explota y está dispuesta a jugar sucio con tal de vender”.

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Sofía Hernández

“Aprendí a las malas a ser community manager. La cuenta que me tocó era la del entonces presidente Juan Manuel Santos. Con tres personas más escribíamos los mensajes que salían en su Twitter. Era una labor absorbente, de lunes a viernes salíamos a medianoche. Nosotros le pasábamos esa parrilla de mensajes a los comunicadores del presidente. Muchas veces nos quitaban cosas y eso era agotador, ya que trabajábamos desde la mañana y la labor cumplida no se veía reflejada. Era muy raro que los mensajes los dejaran como los escribíamos, siempre los modificaban. Hubo un momento en que me pregunté: ‘¿Cuál es el sentido de hacer la parrilla de mensajes si de ahí publican poco?’. Si Juan Manuel Santos estaba en un evento, mandábamos ‘Estoy llegando a Pasto para entregar…’. 

“En Twitter no sé cuántos mensajes eran, lo cierto es que eran bastantes. La carga dependía de la agenda de Santos, que cambiaba frecuentemente. Mi rutina, paradójicamente, era la misma. Entraba temprano y salía tardísimo de la agencia.  A pesar de la ingratitud de los horarios, me hacía el ambiente; por suerte, no estaba casada ni tenía hijos. Manejaba el tiempo a mi antojo, por lo menos a nivel personal. Nos quedábamos varios en la oficina y pedíamos comida con los compañeros, mamábamos gallo, nos reíamos. 

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“Si nos pasábamos de las nueve de la noche, la empresa por lo menos nos pagaba el taxi a la casa. Posteriormente estuve en otra agencia, era una oportunidad medianamente aceptable y también me quedaba cerca de la casa. La cuenta era una reconocida pizzería. Allí me sentí mal porque, como politóloga, me tocaba hacer informes sobre redes sociales. Los mensajes los redactaba otra persona y yo los tenía que programar para que salieran publicados en determinadas horas. 

“Duré un mes, mientras me salía otra oportunidad. No tengo problema en reconocer que me ha tocado ser community manager.  Mi última experiencia sucedió hace dos años: cubrí la carrera Iron Man Cartagena. Fue satisfactoria, porque me llevaron a Miami a cubrir la competencia. La posibilidad de salir y viajar cambia todo. Recuerdo que tomé fotos, hice contenidos para Facebook, entraba a las ocho de la mañana y salía a las cinco de la tarde. Era muy tranquilo, iba caminando a la casa. Éramos tres personas en una oficina, no tenía a nadie encima prohibiendo un post, era una cuenta más aspiracional, dedicada al deporte y a la salud, con la que, por fortuna, me saqué los clavos de los puestos anteriores”.

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Cifras:

400 mil pesos es el salario mensual de algunos administradores de marcas en redes sociales.

37 minutos diarios destina un colombiano a las redes sociales, según un estudio realizado por IAB Colombia, NetQuest y Dot Research.

8 mil personas, aproximadamente, trabajan como community managers en Colombia.

*Por petición de las fuentes, sus nombres fueron modificados para evitar posibles problemas en sus trabajos actuales.

Por Carlos Torres Tangarife

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