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Los escollos de la maternidad

La madre, sin duda, es el fundamento emocional y de ella depende la relación que establecemos con la vida.

Por Juan Sebastián Restrepo
12 de mayo de 2017
Los escollos de la maternidad

Una reflexión que cuestiona, celebra y plantea certezas alrededor de este rol esencial.

 

Una columna publicada el 18 de mayo de 2015 en el periódico El Colombiano, titulada “Llega uno de los fines de semana más violentos: el de las madres”, empezaba así: “El Día de las Madres es históricamente una de las jornadas más violentas del año en Colombia y, por ende, en el Valle de Aburrá”. Recuerdo que en la facultad de psicología se asumía este fenómeno como una prueba fehaciente de que la maternidad ocupa un lugar, no solo determinante, sino también conflictivo en nuestro psiquismo.

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La maternidad es, de todas las experiencias humanas, la que nos deja la marca más profunda, sea como madres o como hijos. Esa relación determina, la diferencia entre confiar o desconfiar, valer o no valer, sentirse capaz o incapaz. Para Wilhelm Reich la madre nos brinda “el sentimiento de poder personal” —o su contrario—, durante los 2 primeros años de vida, a través de la acogida amorosa que pueda brindarnos en términos nutricionales, emocionales y sensoriales. La madre es el fundamento emocional y de ella depende la relación que establecemos con la vida.

 

La experiencia de la maternidad, está marcada por las imágenes y actitudes culturales frente al femenino. Y nuestra cultura patriarcal, basada en la razón lógica, la conquista, la separación, la represión y el dominio, se erigió hace 3 milenios, sobre el ataque y la negación de valores femeninos como la naturaleza, el cuerpo con alma, la intuición, la interioridad, el erotismo, la lógica de las relaciones, y el misterio del nacimiento y la muerte. Y esta violencia se extiende hacia las mujeres y la experiencia concreta de la maternidad.

 

La mitología nos presenta a la Gran Diosa, adorada en las sociedades previas al patriarcado, como el símbolo del misterioso poder femeino, que de diversas formas atacaron los dioses patriarcales. Quiero señalar que esta Gran Madre siempre se representaba como triple: como la luna y sus 3 fases. Creo que cada mujer comparte esta triple condición: es a la vez una niña consentida y juguetona, una mujer creativa, sensual y deseante y una anciana sabia y maternal. Y agregaría que la plenitud femenina pasa por el equilibrio, siempre en movimiento, entre estas 3 dimensiones.

 

Pero no nos engañemos, nuestra sociedad misógina, trata de negar el profundo misterio femenino, cortando los vasos comunicantes entre estas 3 dimensiones, fijando así lo que en esencia es movimiento, aislando los elementos, que juntos, constituyen la plenitud, y reduciendo a categorías fijas aquello que esencialmente es pluralidad.

 

Parece que las mujeres tuvieran que escoger una de las caras de la luna. O son niñas, o mujeres o ancianas. Y siendo solo niñas quedan reducidas a un infantilismo caprichoso pero inofensivo. Siendo solo mujeres son temidas, condenadas y proscritas. Y siendo solo ancianas se reducen a la abnegación maternal y el cansancio de la pureza. La división violenta entre la puta y la santa es nuestra lógica: cuando son esposas, las preferimos niñas y ancianas, hijas y madres, pero nunca parejas. La mujer deseante, poderosa y creativa la dejamos afuera, nunca le abrimos la puerta de la casa.

 

Ahora bien, teniendo en cuenta esta dislocación forzada del femenino, que condena a muchas mujeres a diferentes formas de sufrimiento, examinemos la experiencia de la maternidad. ¿Qué implica en términos fisiológicos, psicológicos y existenciales el acto de la maternidad? La gestación y el parto generan una profunda desestructuración biológica, hormonal, emocional y espiritual en la madre. Los cuerpos están ligados, funcionan como un solo cuerpo, comparten el mismo clima hormonal, el mismo torrente sanguíneo, el mismo estado emocional. Para la madre, el feto es, literalmente, una experiencia interior. Y al exteriorizarse en el parto, se percibe como un desdoblamiento de sí misma.

 

Desde la gestación hasta los 2 años, se produce, en circunstancias normales, una fusión entre el bebé y la madre. Esta última experimenta como una parte suya, se siente con el corazón abierto y el alma desnuda. Y esta situación confronta todos sus límites, sus asuntos inconclusos, los nudos y temores de su propia infancia, y esos/esas heridas y posiciones endebles de su feminidad.

 

Por otro lado, de esta fusión dependerá la capacidad del bebé de vincularse con la vida y con los otros. Una madre infantilizada, detenida en una infancia no resuelta, percibe al bebé como un competidor que eclipsa sus demandas y privilegios. Una mujer que riñe con la ternura de su niña y la compasión de la anciana, siente que el bebé es una carga invasiva y devoradora. En ninguno de los dos casos se dará una fusión plena, y en ambos la marca de la madre se vive como gran falta: de vida, valor, cuerpo, arraigo, capacidad de vinculación con el otro.

 

Por el contrario, cuando se vive la fusión desde la dimensión de la madre abnegada, excluyendo la frescura y la vulnerabilidad de la niña y el poder creativo de la mujer deseante, el hijo la experimenta como un gran sacrificio, que tiene que pagar a su vez con un sacrificio: dependencia, enormes dosis de culpa y miedo o con la muerte. La lógica es básicamente la de madre que le dice al hijo: “esta vida miserable solo me la aguanté por tí”, y la del hijo que responde “yo la haré miserable también mamá, para no dejarte sola”.

 

La cuarta alternativa es una profunda fusión que se convierte en un vínculo de amor que acepta la diferencia. Pero el poder de hacerle frente a esta experiencia, viene dado por la capacidad de la mujer de asumir creativamente sus tres dimensiones: esclarecer, reparar y nutrir la niña para diferenciarla del hijo; asumir la mujer que crea y desea para sí misma, y que tiene una vida y un camino propio; y así viviruna maternidad, no abnegada, sino entregada, con menos sacrificios y más celebración.

 

Parece que la mayoría caemos en las tres primeras alternativas. Concluyo entonces que nuestra visión del femenino equivale a un balazo en el propio pie. Por eso el Día de la Madre es una de las jornadas más violentas del año.

 

Foto: iStock.

Por Juan Sebastián Restrepo

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