mamá a los 18
Por: Daniela Ospina.
No fue fácil asumir la responsabilidad de otra vida cuando aún no había asumido la mía. Tampoco fue fácil ser aceptada en una sociedad en la que se ve el embarazo como un fracaso; en la que existen unos modelos de familia totalmente anticuados, que van en contravía de la realidad, y en la que juzgaron mi integridad por ese bebé que llevaba adentro. En ese momento de mi vida la confusión me hizo perder el equilibrio.
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Quedé embarazada a los 18 años. El guiso me producía repudio y tuve un retraso menstrual. Mi mejor amiga intuyó lo que jamás se me habría pasado por la cabeza. Con incredulidad me hice la prueba, que marcó dos rayas rojas. Tuve un choque emocional. Me invadió la desolación. Poco a poco se rompió todo. Y los miedos a la realidad que tendría que enfrentar se reprodujeron como conejos.
Siempre había sido “la juiciosa, la buena estudiante, la niña perfecta”, así que la decepción de mis allegados fue del mismo tamaño de la admiración que solían sentir por mí. Fue un golpe bajo para mis papás. Nunca olvidaré sus caras y su silencio cuando les di la noticia. Tampoco olvidaré las miradas de las personas que me señalaban al caminar con esa barriga que apenas se notaba en mi cuerpo delgado, ni el “cuentas conmigo” de mis verdaderos amigos. Mi familia, incondicional, me dio la oportunidad de elegir.
Yo elegí ser mamá. Sin saber lo que se venía, tenía claro todo lo que tendría que luchar. Con un embarazo no deseado continué mi carrera. Comencé tercer semestre con tres meses de gestación y, para mi sorpresa, fue el semestre en el que tuve mejores notas. Descubrí que podía llegar lejos y que la debilidad solo está en la mente. Tuve el valor para afrontar las inseguridades que me generaba la presión social. Fueron nueve meses duros pero determinantes.
Cuando mi hija nació y mis ojos la vieron, la amé de inmediato. Sin dudas, sin vacilación. Soy una madre joven orgullosa de su sonrisa. Aprender es difícil pero no hay nada que pueda hacer que me arrepienta de mi decisión. Cuando asumí la responsabilidad de ser mamá mis prioridades cambiaron. Ahora no solo pienso en mí, sino en el bienestar de nosotras. Somos una familia.
Hoy tengo 22 años y estoy terminando mi carrera. Vine a Bogotá a hacer una práctica en El Espectador. Estoy en uno de esos lugares donde siempre quise estar. Mi hija se quedó en mi ciudad provisionalmente, al cuidado de mis papás. Algunos me juzgan por salir de casa para cumplir mis sueños, pero yo les recuerdo que detrás de ellos está nuestro futuro. Quiero ser un ejemplo para mi hija y mostrarle que no hay barreras para ser feliz. También quiero enseñarle que con trabajo y perseverancia las metas se alcanzan. Estoy segura de mí y recuperé el equilibrio. Tengo un corazón que no me cabe en el pecho por tanto amor. Y sé que velar por el bienestar de mi hija no significa olvidarme de mí.
Foto: iStock.