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Martina García: Ser o no ser

La protagonista de Rabia, película que triunfa en Europa, habla de su elección de haber estudiado fi losofía, de su paso por Cannes y de su vida empacada en una maleta.

Por Ricardo Abdahllahl / París
30 de julio de 2010

Martina se quedó mirando el color crema del techo y los relieves que debían servir como marco a una lámpara que ya no está. Con frecuencia le toma un momento saber en qué parte del mundo se ha despertado. Techos de hoteles. Techos de aviones. En ninguno de los dos casos sirve de mucho mirar por la ventana para ubicarse. Le pasó una vez que abrió los ojos, recordó “Hong- Kong” y se preguntó si para allá iba. O regresaba. Si alguna vez en la vida había estado en Hong-Kong.

En el Blackberry, que prometió nunca tener, hay una foto de esa ciudad tomada con la cámara digital que juró nunca remplazaría su análoga. Pero a pesar de la doble renuncia, Martina está orgullosa de la imagen.

“Atravesábamos la bahía en un ferry y teníamos enfrente esos rascacielos en medio de la niebla. Un decorado para una historia de ciencia fi cción. Yo pensaba que en cualquier momento iban a comenzar a salir vampiros de todas partes”. Al día siguiente. Otro cuarto, otro techo. Martina abrió su computador y comenzó a escribir una novela. Escribe hace años, pero hasta entonces siempre lo había hecho a mano.

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También hay un computador en el cuarto de un apartamento en la Rue des Martyrs de París que es, su casa por tres noches. El apartamento pertenece a la Cinefoundation del Festival de Cannes y funciona como una residencia para artistas. Martina acaba de llegar de ese evento. Pasó por la alfombra roja como parte del elenco de Biutiful, de Alejandro González Iñárritu, y como esta vez no era la protagonista, pudo tirarse en la playa y botar a un lado los zapatos de tacón. No era la primera vez que las grandes marcas se peleaban por vestirla y a Martina le gusta ese juego de escoger la ropa y los accesorios que le van a prestar.

“Un poco como ser una princesa”, dice y se ríe de las carteritas de Dolce & Gabbana “bonitas claro, pero donde no cabe ni siquiera el famoso Blackberry”.

Como el teléfono no cabía, terminó siendo imposible de localizar. “Mejor así. Ni siquiera tendría celular si pudiera. Como no podían encontrarme, vi películas”. En términos de cintas no hubo nada para ella como el Festival de Rotterdam este año. “Cuatro por día.

Esa es la segunda gran cosa que me han permitido los festivales. La primera son los viajes. Gracias a los festivales he podido visitar sitios donde nunca habría llegado de otra manera. Por eso no me quejo. No podría. Y de todas maneras es parte del trabajo porque película que no viaja no se ve”.

La primera vez que visitó París fue en el “viaje de nieve”, una excursión escolar del Liceo Francés de Bogotá, cuyo objetivo principal no necesita explicación pero que incluye un paseo en rebaño por la capital.

Cuando su curso pasó por la Place du Tertre en Montmartre, uno de los pintores callejeros, se acercó a la profesora para pedirle permiso para dibujarla. Ya viajaba y ya la veían, como iba a pasar después con sus películas. Pero al principio fue la tele.

¿Uno siempre termina perdiendo esas batallas contra la tecnología?

No creo. Tal vez me compré un iPod pero nunca abriría una cuenta en Facebook. ¿Viste el kindle, el libro digital? He pensado en eso. Adoro los libros, pero por ejemplo, el otro día me moría por comprarme la segunda novela de Nick Cave y no lo hice porque no puedo seguir llenando de libros la casa de mi hermano”. “No vivo en ninguna parte”, confiesa.

Desde los 19 años su casa es una maleta (“o varias”, aclara). Fue a esa edad cuando luego de su primer papel en serio en la telenovela colombiana La guerra de las rosas decidió continuar en Londres los estudios de actuación que había iniciado en Estudio XXI de Bogotá. Allí decidió comerse la ciudad. Todos los conciertos. Todas las fi estas. Todos los museos.

“Pasé allí casi un año. Regresar a Colombia para trabajar en la televisión no fue fácil porque sentía que me alejaba de lo que quería, que era hacer cine. No podía imaginarme que sería en Colombia donde rodaría mi primera película y que lo haría bajo la dirección de Sergio Cabrera. Yo había visto La Estrategia del Caracol, para mí esa era la referencia en el cine colombiano.

Trabajar con él era un sueño, pero uno de esos sueños que no se te pasan por la cabeza”. Martina hizo algo más de televisión luego de su debut en el cine. Después vino Satanás, otra adaptación de un best-seller colombiano. Entre el 2009 y el 2010, rodó cinco largometrajes y consiguió llegar al último año de fi losofía en la Universidad de Paris I, La Sorbona.

“Decidí estudiar fi losofía para escribir. Esa es la explicación a mi elección. Hubiera podido estudiar literatura, pero fi nalmente la literatura es algo entre el autor y el lector. La filosofía en cambio requiere otro acercamiento. Yo quería comprender los mecanismos del pensamiento y las ideas. Me decían que cómo me iba a meter a algo tan difícil, pero la fi losofía no es más difícil que otras ciencias. Aunque tampoco es más fácil que otras ciencias”.

De regreso de Cannes, pasó su examen sobre Schopenhauer. Antes llevaba los libros con ella para estudiar. Luego los apuntes en su computador. Ahora se ha ido convenciendo de que para pasar los exámenes sólo le queda el trasnocho. Y eso a pesar de su deseo imposible de irse a dormir antes de la medianoche.


Son las once y media y frente al número 6 de la Avenida Marceau, a dos pasos del Arco del Triunfo, se acumulan las personas que esperan estar entre los ciento y pico de privilegiados que podrán pasar una noche de rumba en Le Baron. En otra época el local fue un prostíbulo de lujo y en su interior se conserva la decoración de cabaret que lo hizo famoso, pero ahora los visitantes incluyen a Björk y Sofi a Coppola cuando están de paso por la ciudad. Si uno no es lindo o famoso o no se viste bien no tiene muchas posibilidades de entrar. Es miércoles. O casi jueves. Martina puede ser la única

casi graduada de fi losofía en la Sorbona que baila esa noche en Le Baron. Una cerveza vale 12 euros. Una botella de champaña, 250. Hasta las cinco de la mañana, una hora en la que en esta época del año ya está clarísimo, ponen música de Serge Gainsbourg y Brigitte Bardot.

Al día siguiente habla de Charlotte Gainsbourg, la heredera que mejor recogió los genes del padre. Dice que el disco que grabó con Jarvis Coker le gusta todavía más que el que grabó con Beck y que lloró con Anticristo, la película donde su adorada Charlotte fue dirigida por su aún más idolotrado LarsVon Trier. Que de la cinta podrán decir lo que quieran,  pero cuando la vio ella lloró de belleza pura.

¿Y cuál fue la última película en la que lloraste?

No sé. ¿Rabia?

Para su tercer largometraje, el director español Sebastián Cordero decidió adaptar una novela del escritor argentino Sergio Bizzio acerca del Madrid de los latinos indocumentados y elegir como protagonistas a Yon González y Martina García. Poco tiempo después de su salida, la cinta recibió el premio especial del jurado en el Festival de Tokio. Siguen llegando las invitaciones. Martina seguirá viajando.

“Las condiciones del rodaje fueron duras porque trabajábamos en jornadas largas y hacía mucho frío y todo eso se sumaba al ambiente claustrofóbico de la historia. Y sin embargo lo disfruté. Creo que los actores tenemos mucho de masoquistas”.

“Rosa”, tu personaje en la cinta es una muchacha colombiana que trabaja en una casa de ricos en Madrid. ¿Cómo manejaste las diferencias entre el mundo de quienes vienen a Europa a estudiar y quienes lo hacen para trabajar, muchas veces ilegalmente?

Yo he corrido con la suerte de ser una ‘inmigrante de primera clase’ y por eso le debo todo el respeto a las personas que han pasado en la vida real por las situaciones que estoy representando. Esa es parte de la responsabilidad que implica realizar un papel realista y ese respeto es parte del juego del actor. Me gusta que en francés existe el mismo verbo, jouer, para ‘jugar’ y ‘actuar’. Jugar es lo que hacemos, pero es un juego en serio”.

Del juego de Martina en Rabia hablan las revistas y  periódicos franceses que se extienden sobre el escritorio. Las reseñas han sido favorables y no dejan de buscarla para intentar una entrevista. No ha rodado desde diciembre, pero sigue enfrente de las cámaras.

En París la invitaron a ver una vez más su película, le hizo gracia ver el afi che en el multiplex del Forum des Halles, justo al lado del de la segunda parte de Sex and the City. Luego estuvo caminando. Pasando los puentes pensó en la poeta Alejandra Pizarnik, su otra adorada. Llegó a casa, puso un disco de The Smiths, que descubrió tarde en la vida, a los 28, es decir, hace poco.

Luego dice que le gustaría irse a una playa como durante el rodaje de Amar a Morir en el que no supo en semanas nada de lo que pasaba en el resto del mundo. Dice que el día de muertos vio gente bailando sobre las tumbas y se enamoró de México. Que se enamora de todos los lugares donde ha estado y de todas las ideas. Ha estado leyendo La Cábala y por eso lleva un lacito rojo atado alrededor de la muñeca izquierda.

Antes estuvo leyendo libros sobre el budismo. Martina camina hasta el balcón. Le encantan los mosaicos del edificio de enfrente. Dice que es una lástima que esté tan oscuro. Que ha querido una foto así.Sin ninguna producción, ni maquillaje. Como cuando sale corriendo a la calle para tomar el metro, presentar un examen, dar una entrevista y tratar de volver al libro de Cioran que se le quedó sin terminar.

Por Ricardo Abdahllahl / París

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