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Moonlight

A pesar de las repetidas luchas de las minorías en busca de inclusión, tolerancia y paz, el mundo sigue siendo un territorio hostil.

Por Natalia Roldán Rueda

26 de febrero de 2017

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Dirección: Barry Jenkins

 

Guion: Barry: Jenkins

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Actores: Trevante Rhodes, André Holland, Janelle Monáe, Ashton Sanders, Jharrel Jerome, Naomie Harris, Mahershala Ali.

 

Número de nominaciones: 8 (Mejor película, Mejor director, Mejor actor de reparto, Mejor actriz de reparto, Mejor guion adaptado, Mejor banda sonora, Mejor fotografía, Mejor montaje.)

 

 

Uno lo sabe, pero lo olvida. Olvida la dureza de una sociedad excluyente, intolerante e injusta. Olvida los desafíos de ser homosexual en un mundo retrógrado. Olvida el agobiante poder de las drogas. Olvida la fuerza arrolladora del matoneo. Olvida que ser negro, incluso después de tantas luchas, aún pesa y limita. Olvida que hay papás negligentes e hijos cuya escuela es la calle. Olvida que el narcotráfico es a la vez negocio y perdición. Por eso Luz de luna es clave y necesaria: nos lo recuerda todo para que no volvamos a olvidar.

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Chiron es pequeño, vulnerable e inseguro. Lleva solo unos cuantos años en el mundo y ya sabe que vivir es sufrir. Solo su estatura es suficiente para que los matones de su colegio se sientan en autoridad de agredirlo, pero, aparte de eso, hay otro inconveniente que ronda su cabeza y la de los otros niños del curso: podría ser homosexual. Y decimos “podría”, porque hasta ahora empieza a entender que sentirse atraído por un hombre es posible, y porque nadie sabe realmente si es gay cuando lo atrapa esa corazonada. Además, siempre será más fácil ignorarlo que dar el paso inmenso de aceptarlo y salir del clóset. Sobre todo en medio de una comunidad negra, dura y pobre.

 

La película acompaña a Chiron en el difícil tránsito de la infancia a la adultez. Un proceso  en el que el espectador se ve obligado a ingresar a un mundo sofocante, en el que los minutos de oxígeno son demasiado escasos para alcanzar a saborear momentos de paz. El peso de la vida de ese niño pequeño y desgarbado se traslada al público, y solo por eso la película ya es valiosa: despierta en todos empatía.

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La historia se detiene en tres momentos de la vida de Chiron y eso nos permite conocer su camino por el mundo y la manera en que la dureza de la vida lo transforma hasta quedar casi irreconocible. A medida que avanza la película, el público, que ahorra el aire que tiene en los pulmones, se pregunta si ese niño frágil será capaz de definir su identidad para sobrevivir, por eso es difícil despegar los ojos de la pantalla a pesar de ser una historia lenta y silenciosa –con una banda sonora puesta estratégicamente y con maestría–. La expectativa lo mantiene a uno alerta. Y la esperanza. Así como los momentos de tensión que el guionista y director Barry Jenkins supo distribuir sabiamente a lo largo de la producción, como gotas de agua en el desierto.

 

Por ser tres momentos de la vida del protagonista, los fragmentos que no conocemos dejan algunos vacíos que extrañamos como espectadores. Personajes de los que empezamos a enamorarnos desaparecen de repente, situaciones críticas quedan en su punto más álgido, historias que despiertan curiosidad nunca se desarrollan. Pero frente al resultado final, eso es lo de menos. Con la llegada de los créditos, después de esas dos horas en el cine, no queda la desazón de esos vacíos, sino la importancia de no volver a olvidar. Nunca.

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Por Natalia Roldán Rueda

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