
Pepón murió el pasado 23 de mayo, pero sus apodos y su combinación entre la música, la política y el dibujo perdurarán en sus trazos, que más que caricaturas, parecían notas sobre un pentagrama. Algo así, diría Pepón, como una ranchera dibujada.
Por Daniel Steven Támara
Unas de las cosas que más le sobraron a José María López en vida fueron los apodos. La primera caricatura que publicó López fue con el alias de Bolonio. Según él, utilizó ese sobrenombre no porque se considerara necio o ignorante, sino porque le gustaban unos dulcecitos, a los que, por aquel entonces, les llamaban botones. Y que por aquella adicción azucarera, sus amigos le empezaron a llamar botones o bolonio o bolón. Y que, aunque utilizó este apodo en su primera caricatura, no fue el primero que tuvo en su vida.
Cuando era chico y vivía en su natal Popayán, su papá fundó uno de los periódicos más representativos de la capital del Cauca: La Razón. Allí se formaron muchas de las pasiones del pequeño López, como la política, y también, sus primeros apodos. A su papá le decían Toronjo y a él y a sus hermanos les decían Toronjitos. Un sobrenombre que no le molestaba a la familia. Como tampoco le molestó a López su apodo de Bolón.
Más tarde, y por pura casualidad, cambiaría su firma en las caricaturas. Bolonio o Botones o Bolón desapareció y empezó a salir un tal Pepón. Sí, y el mismo José María lo aceptó, fue un cambio trascendental. No por lo que significaba tener una carrera como caricaturista y cambiar su alias y su firma, sino porque pasaría de un sobrenombre cuyo significado, en resumidas palabras, era tonto a uno que, a grandes rasgos, sonaba a avispado. A radical.
¿Cómo llegó ese cambio y por qué se dio? López contaba que todo sucedió en España. Estaba en Madrid haciendo un curso de dibujo y sus compañeros, para variar, le tenían algunos apodos. Algunos le decían Pepe, otros, Pepino, y algunos más, pepo. Hasta que uno de ellos le empezó a decir Pepón y le cantaba una canción de un zapatero. Y López vio ahí la oportunidad de cambiar su alias en las caricaturas. Y lo hizo.
Pero los apodos no fueron lo único que le sobró a Pepón. Los talentos, por ejemplo, también le salían por los poros. Era caricaturista, por supuesto, pero también cantaba. Y tocaba acordeón, piano, guitarra. Y sabía unir el dibujo con la música y el color: el tango con un negro y unos punticos rojos; el pasodoble con un amarillo decorado con rojo y verde; la cumbia con un mundo de hondas multicolores sobre un fondo negro. Y también componía, al medio día y en la noche. Y fue político, y embajador, y armaba gabinetes ideales y utópicos -tal y como lo registró la revista Cromos el 27 de enero de 1969-: “El padre García-Herreros, en finanzas; J. Mario Arbeláez, en defensa; y Guillermo León Valencia, en educación. Soñador”.
Pepón hizo muchas cosas y también de él surgieron muchos epítetos. Siguió algunos de los pasos de su padre, que también hizo de todo: fue político y periodista, y compositor y cantante. Se burló de la realidad nacional, pero admitió que aunque la caricatura es humor, su origen se da “en la frustración y en la amargura”. Como cantante, dijo, era un serenatero frustrado. Nunca se consideró un buen dibujante, pero aceptó que su estilo mejoraba en cada caricatura que hacía.