?Mi agresor fue un niño abandonado y se convirtió en un misógino, un drogadicto, un monstruo?. / Fotos: Camilo Ponce de León
El principio de esta historia lo hemos oído mil veces. El citófono que le anuncia a Natalia la llegada de un supuesto exnovio. El desconocido de capucha. El ácido en la cara, los brazos, el abdomen, la cadera, las piernas. El dolor (violento, abrasador, profundo). La impotencia. La frontera con la muerte. Las cirugías cada tres días. Los tortuosos despertares después de la anestesia. Los injertos. Volver a aprender (a parpadear, a caminar, a vivir). Las ganas de venganza. El deseo de morir. Una quemadura tan extensa que se expandió a toda una familia. Una madre con el corazón roto (y, literalmente, detenido por la angustia). Una ley con su nombre. Un victimario preso.
¿Y después? Luego vino la vida. Pero de eso supimos poco. La salida de su burbuja de médicos, terapeutas y enfermeras. La angustia de enfrentar el mundo exterior. Volver a reconocerse en el espejo; a aceptarse. Estar dispuesta a seguir, a pesar de todo. Soportar 36 cirugías (y el sufrimiento que acompañó cada una de ellas). Sacar ganas y fuerzas y valor para huir de la cama. Aguantar los baños, las curaciones, las terapias, las máscaras, las licras. Recibir el cariño del planeta. Agarrarse de la fe en el universo para reinventarse, quererse, retomar las riendas. Encontrar nuevas razones para existir y, finalmente, salir de la crisálida.
La vida de Natalia Ponce de León es la historia de un triunfo. De un renacimiento tan poderoso que ese ataque, pensado para borrarla, reducirla y amordazarla, en realidad la hizo más fuerte, más visible, más brillante. De la oscuridad detrás de los móviles de Jonathan Vega, su agresor, surgió luz para el planeta.
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¿Hubo un momento en el que dijo: “Tengo que perdonar para salir adelante”?
Fue un proceso de varios años, de mucha ayuda psiquiátrica, de mucho amor, de mucho apoyo del mundo. Se despertó un movimiento muy grande, no solo en Colombia. Yo recibí mensajes desde Japón, China, Inglaterra, Europa, en general. Tuve muchísima rabia. Tenía muchas ganas de venganza, a como diera lugar. Yo solo pensaba en cómo derretir a ese tipo. Pero no me iba a dejar vencer. Sí, estaba quemada, vuelta mierda, pero necesitaba entender toda esta historia. ¿Quién era ese man? Yo no sabía muy bien quién me había hecho daño ese día. Tenía mucha incertidumbre, mucho dolor, mucha confusión. Estuve en un hueco muy negro, muy profundo, muy oscuro. Pero al empezar a ver las cirugías, al entender que no me iba a morir, todo fue cambiando. Aunque estuve supergrave mucho tiempo. Y la vi negra muchas veces. Me acuerdo que un día llegaron el CTI y la Fiscalía, y creo que me llevaron dos fotos. No lo tengo tan claro, porque, en ese momento, yo no podía ni ver, no tenía párpados, solo veía borroso… Me preguntaron si conocía a Jonathan y a otro man que yo tenía en Facebook. Ahí empezó toda la investigación, y que cogieran a Jonathan me dio un poco de tranquilidad. Por lo menos sabían quién era. Pero el Hospital Simón Bolívar es muy despedidor, muy duro. No solo por lo que estaba sufriendo yo, sino porque compartía el dolor de otras personas. Pero mi familia me contaba todo lo que pasaba afuera, de ese amor… Aunque en todo eso mi madre estuvo superenferma: ella pasó como cuatro días en cuidados intensivos, después del ataque. Cuando salió, ella me leía todas las cartas que llegaban. Todo eso me empezó a llenar el alma de fuerza y de ganas. Me acuerdo cuando dejé el Simón Bolívar. La terapeuta me dijo que iba a ser un camino muy largo, unos procesos muy intensos y que tenía que ser muy juiciosa. Mi mamá, entonces, me encapsuló en su casa y ahí empecé a entender el proceso que vendría: que le toca ir a los masajes, a las terapias, a las cirugías… Entonces uno tiene que empezar a investigar dónde se hace qué y cómo. Ahí se puso a andar mi constancia. Siempre he sido constante. Dije: “Bueno, por más doloroso que sea, tengo que pararme todos los días”. Iba todos los días a terapia, dos o tres horas. Tuve muchas cirugías, muchísimas. Fue superintenso.
¿Cómo ve hoy a su victimario?Ese también fue un proceso. Yo estuve en psiquiatría y eso me ayudó un montón. A mí, los ángeles me protegieron mucho. Que no me haya quemado la cabeza, porque me quemó toda la cara, fue trabajo de los ángeles. De lo contrario estaría calva ahorita. Y la ayuda psiquiátrica también fue clave. Estuve varios años en tratamiento para controlar la ansiedad, la rabia, la ira, el odio… El libro que saqué me ayudó un montón a hacer una catarsis, me permitió entender de dónde venía Jonathan, quién era su familia, por qué tenía esa alma tan oscura, tan dañada. En ese momento entendí que hay muchos como él y se forman desde el embarazo. Un embarazo traumático crea un ser humano con traumas para toda la vida. Su mamá quedó embarazada a los 14 años y tuvo un embarazo tenaz. Fue un niño abandonado y se convirtió en un misógino, en un fracasado, en un drogadicto empedernido… Maltrataba a su abuela, su padre murió, tiene un hermano que lo odia. Se creó un monstruo. Por eso, yo les digo a los padres: “Si va a ser padre, sea responsable, porque usted no sabe el daño que puede causarle al mundo”. La vida de Jonathan es opuesta a la mía. Si yo hubiera nacido en medio de un esquema familiar como el de él, seguramente seguiría postrada en una cama o me habría cortado las venas. Ahí empecé a entender todo. No justifico a Jonathan Vega, pero pasó y él ya está pagando su karma. No podía seguir odiándolo, porque no me iban a pegar los injertos, porque no me iba a recuperar, porque no me iba a parar de la cama. Necesitaba concentrarme en mí y no desgastarme pensando en cómo le iba a hacer daño a Jonathan. Empecé a leer, a meditar… La música me ayudó un montón. La compañía. Darme cuenta de que no estaba sola, de que estaba viva, de que podía ver y caminar… Sabía que iba a ser un proceso muy largo, y sigue siendo un proceso, porque esto es para toda la vida. Pero al soltar todo ese odio, al agarrarme a mi fuerza mental, al amor propio, a la constancia, a las ganas de vivir y a las ganas de no déjame vencer, todo fue cambiando. También lo hablamos con mi familia. Cancelamos a Jonathan Vega. Decidimos que cuando hablábamos del personaje le decíamos Jonathan, porque no lo bajábamos de “hijueputa” y “lo voy a matar” y “yo no perdono”… Empezó un proceso familiar. Todos tuvimos que cambiar el chip, porque a todos nos quemaron. Así que trabajamos para sacar a Jonathan de nuestras vidas. Con el juicio, al ver que mi piel renacía y todo ese proceso de transformación tan bonito que he vivido, Jonathan quedó en el pasado. Y no cumplió su cometido, al contrario, me hizo muchísimo más grande. Yo no puedo decir que fue bueno que me pasara esto, pero lo que me quedó ha sido espectacular. Tuve un renacer muy lindo. Me he convertido en una persona victoriosa, ejemplo para la humanidad y para la medicina, porque en mí se han probado muchísimas cosas, aquí vinieron médicos del mundo entero. A Jonathan ya no le cargo rabia. Lo tengo bloqueado, no existe. Es solo un referente para mí, para mostrarle a la sociedad que como él hay muchos, y eso se puede prevenir con educación, con amor, con hogares sanos, con padres responsables. Tenemos que acabar con todos esos estereotipos y esos roles que nos han impuesto. La mujer, que se empodere y salga adelante, porque nadie lo va a hacer por nosotras. Estas reflexiones las hago ahora, pero al principio quería ir a la cárcel. Tenía muchas preguntas que hacerle a Jonathan. ¿Por qué me quemó?, ¿Qué le pasó por la cabeza?, ¿Yo qué le hice? Pero ya, en este punto, solo me queda darle las gracias, porque me hizo muy grande. El daño que me causó se convirtió en luz para el mundo. Y después de tantos porqué, entendí el para qué. La vida es muy sabia, uno tiene que estar con los ojos abiertos y entender que las cosas pasan para algo.
En una entrevista para Cromos, hace un par de años, decía que quería olvidar el dolor, y ahora cuenta que ya no lo recuerda. ¿Cómo ha sido esa experiencia con el sufrimiento?
Sé que viví mucho dolor. Cuando me sacaron los injertos de la pierna fue tenaz, porque queda en carne viva, entonces se siente como si estuviera en llamas. Las despertadas de la anestesia general eran terribles. En una de esas cirugías grandes perdí la movilidad de una mano porque estuve muchas horas en la misma posición y se me bloqueó un nervio. Duré seis meses sin poder mover la mano, en terapia, con férula. En cuidados intensivos, una vez me desentubé, porque estaba muy incómoda. Yo pedía mucha morfina, cada vez que salía de cirugía. Pero cuando pienso en esos momentos ya no siento el dolor. Ya no me duele nada, aunque ahora entro a cirugía otra vez. La ventaja es que ya no son cirugías tan densas, son más que todo de reconstrucción celular, de quitar manchas. Yo ya soy así, como me ven. No me van a poner silicona en la boca, y las cicatrices del cuerpo me quedaron como están. Es que con los injertos no podía comer, no podía hablar, no podía moverme. Fueron momentos largos y oscuros. Uno de los párpados me lo tuvieron que hacer tres veces. Pero fui muy juiciosa y por eso me pegaron los injertos. Luego empecé a contactarme con más personas que habían vivido lo que me había pasado a mí. Conocí la historia de Katie Pyper y ella me inspiró mucho. Vi que usaba una máscara transparente, entonces empecé a buscarla. Yo quería todo lo que ella tenía, porque estaba muy bien y fue muy quemada también. Y así llegaron muchas oportunidades. Apenas salí tuve trabajo, el Ministerio del Interior me contactó para hacer una investigación. Empecé a pedir cifras de ataques en la Fiscalía, en Medicina Legal… De ahí surge el proyecto de ley. Ahí empecé a despertar del dolor.
¿Cómo vivió ese momento en el que se quitó la máscara en público?
Se hizo el evento en el que Santos nos entregaría la ley. En ese momento, yo ya me había liberado un poco de la máscara, pero esa vez salí por primera vez sin ella en los medios y fue porque iba en un calor infernal en el carro. La máscara la llevaba mi prima en la cartera y la idea era que me la diera cuando me bajara del carro, pero yo me bajé y había muchos medios. Ya en ese punto me armé de fuerza y leí mi discurso. Fue liberador. No era una idea premeditada, pero era un día importante y era un símbolo perfecto, así yo tuviera que seguir usando la máscara por salud.
¿De qué manera la cambió Jonathan Vega?Mi esencia es la misma. Pero mi vida cogió otro rumbo. Antes me veía administrando la empresa de mi mamá. Era divina, me caían todos los tipos del mundo, era de estar con mucha gente y callejerísima. Ahora me he vuelto más casera, me gozo mi espacio. Ahora no estoy detrás de las cámaras sino frente a ellas. Ahora me dedico a lo social. Ahora soy una activista, una voz, una figura pública. Soy famosa y a veces la fama no es tan chévere. Pero en este caso es lindo porque ayudo a generar inspiración. La gente llora cuando me ve y yo les tengo que decir que todo va a estar bien. Espiritualmente crecí muchísimo, pero siempre he sido segura de mí misma. Tengo un temperamento fuerte y soy muy sincera… Llevo mi pasado con amor, porque tuve una infancia muy linda. Tengo amigos que están y sé que van a estar siempre. No es que haya arrancado desde cero. Pero hay que decir que yo no soy perfecta. Yo lloro, yo puteo. Soy carne y hueso. Pero sí tengo una misión y trato de equilibrar lo terrenal, lo espiritual, lo económico… Porque también soy ambiciosa. Quiero tener mis cosas. Quiero vivir cómoda. No he sido multimillonaria, como dice todo el mundo. Vengo de una familia común y corriente, trabajadora. Y yo he sido muy trabajadora, toda mi vida, por eso he viajado tanto, por eso he tenido lo que yo quiero. Espero poder viajar y quedarme en los mejores hoteles y comer en los mejores restaurantes. Me gusta la vida buena. Ahora, hasta viajo en primera, que nunca lo había hecho antes, porque me hacen invitaciones de muy lejos y son viajes muy pesados.
¿Qué sueños tiene?
Tengo ganas de un novio. Llevo cuatro años sola, que han sido importantes y necesarios, pero ahora tengo ganas de conocer a alguien. Yo había sido muy noviera, toda mi vida, siempre andaba con un bobo al lado. Creía que uno no podía vivir sin un novio. Han sido cuatro años de tener el corazón cerrado, pero ahora quiero un man con el que pueda tener un hogar. También está el sueño de construir un centro de rehabilitación para quemados, para ayudar a muchos niños, porque la población víctima de ataques con ácido no es tan grande como la de los niños quemados. Se queman con líquido hirviente, fuego, pólvora. Además me quiero ir a hacer una maestría en derechos humanos. Pero la fundación va a seguir, estamos sin recursos, pero somos una fundación sólida y sé que, con la gala que haremos el 5 de diciembre para recoger fondos nos va a ir bien.
¿Qué le apasiona en este momento de su vida?
Ahora estoy como en un trance. Siento que estoy cerrando un ciclo y voy a empezar otro. Ando a mil por hora, con mil pensamientos, sueños… Ahora lo que me motiva es dejar la fundación andando. Le estoy metiendo toda mi ansiedad y toda mi energía a la gala. Toda.
Después de haber pasado por el infierno, ¿a que le tiene miedo?
La verdad no le tengo miedo a muchas cosas. Le tengo miedo a que me dé un herpes zoster, otra vez, una culebrilla. No quisiera pasar por un dolor como ese otra vez. Yo creo que le tengo miedo a un dolor físico muy profundo. Porque el dolor espiritual tal vez lo puedo controlar un poco más. El dolor físico, a veces, es inevitable, por más de que te tomes un analgésico. Y le tengo miedo a los vivos. A los malandros.
¿Cómo ha avanzado la ley que lleva su nombre?
A la ley hay que hacerle un estudio, porque no está funcionando. Se siguen dando ataques con ácido. Falta muchísima capacitación en lo relacionado con la justicia y la salud. Falta capacitar a la sociedad. En normativa estamos en un punto espectacular, Colombia se lleva a muchos países en leyes en todos los campos, ¿pero en dónde están esas leyes? ¡Impleméntenlas! Es que sacar una ley es muy fácil, pero haga que funcione para que genere un cambio. Siguen poniendo denuncias y no pasa nada. Los abogados y la Defensoría del Pueblo no actúan. Yo veo que el trabajo en equipo del Estado es nulo. Nadie se comunica con nadie, no trabajan en unión. Y en la polarización en la que estamos, menos. Necesitamos que haya respeto por los derechos humanos. Pero no vamos a llegar a ningún lado por la maldita corrupción y la maldita cocaína. La cocaína trae muchísimo daño a Colombia. Y de esa maldita coca también llegan muchas quemadas con ácido sulfúrico, porque es uno de los productos que usan para producir la cocaína, entonces hay muchas sobrevivientes que vienen de las filas de las Farc, de esos laboratorios.
¿Qué satisfacciones y que frustraciones le ha dado la fundación?Los casos de éxito han sido muy satisfactorios. Ver sobrevivientes que se han empoderado, que se han dado cuenta de que la vida vale y de que solo depende de ellas. Mujeres que dejaron de ser víctimas y escogieron salir adelante. Muchas ya están trabajando. Otras están estudiando. Pero hay muy pocos casos de éxito en relación con penas para los agresores. Los puedo contar con una mano. Me genera mucha impotencia el papel del Estado, que aún no hace nada. Se ponen las denuncias pero no hacen las investigaciones. El sistema de salud sigue haciendo daño porque no sabe cómo actuar ante los ataques. Las EPS no responden, hasta que no se mete una tutela o las llama la superintendencia de salud. Porque si la fundación no está detrás, ellos no cumplen con lo que exige la ley. No se sabe quién es el fiscal del caso, quién está defendiendo a la mujer, por qué llegó al hospital y no la atendieron… Las mandan a la casa porque no están aseguradas o les cobran los copagos, cuando la ley dice que todo tiene que ser gratis, ininterrumpido e inmediato. Siguen vendiendo los químicos, no hay control. También ha sido estimulante el hecho de que las sobrevivientes nos hayamos unido. Antes había muchos odios. Cuando pasó lo mío, algunas empezaron a preguntar por qué a mí sí me habían escuchado, reclamaron porque la ley llevaba mi nombre cuando ellas llevaban años trabajando por este tema… Yo les digo: “Es que a mí también me quemaron como a ustedes y a mi familia también, el dolor no tiene estrato. El dolor que tuvo su mamá lo tiene la mía”. Pero ahora nos hemos unido.
¿Por qué la ley no incluye una remuneración económica o una pensión para aquellas víctimas que quedan con una discapacidad o una deformación muy grave?
Hay un proyecto ahora que tiene ese propósito, pero no va a pasar. La gente se autoquema para pedir la plata. Para quedar con una pensión el resto de la vida. Pero tal vez se les podría ayudar con un mínimo, con un mercado. Por que la situación es muy difícil para algunos. Y peor ahora que también están prendiendo a las mujeres con gasolina.
¿A la fundación también llegan hombres?
Sí, pero ellos no se quieren unir a esta causa. Los he tratado de invitar de todas las maneras. Y eso que las cifras de ataques están divididas, más o menos en 60% mujeres y 40% hombres. Yo creo que los hombres son más orgullosos que las mujeres. Y también tiene que ver con que el ataque de los hombres suele surgir en riñas entre ellos, en robos. A nosotras nos queman por ser mujeres.
¿Para usted qué es lo más importante para los sobrevivientes después de un ataque?
Lo más importante es la inclusión laboral. Uno jodido, con cinco hijos, lleno de rabia y, aparte de eso, sin trabajo para un mercado… Por eso, en nuestros procesos es superimportante la educación y el trabajo. Con el Sena tenemos una alianza, somos muy unidos. También trabajamos con Rescafé y con Crepes & Waffles, hay chicas que ellos han empleado. Pero claro, antes que nada, hay que empoderar el alma para salir a buscar la vida. Eso tiene que ver con la ley de la atracción. La mente positiva trae cosas positivas. Y ese el impulso que nosotros damos. “¿Usted qué quiere?”. “Quiero ser panadera”. “¡Listo! ¿Qué tiene para ser panadera?”. “No, es que mi cuñada me debe plata”. “Si va a depender de su cuñada, está jodido. Entre a un curso de seis meses de panadería y empiece a vender domicilios. Le ayudamos con los contactos. Después miramos cómo nos conseguimos el horno”. Y también es clave la justicia. Imagínate uno en la calle con el victimario amenazándolo. En Neiva hay una mujer a la que ya quemaron por tercera vez. Puso la denuncia en el 2017 y la acaban de quemar otra vez.
¿Qué es la belleza para usted ahora?
Yo soy supervanidosa. Y me siento superlinda. Gracias a Dios tengo una cara armónica. Estoy quemada, tengo muchas cicatrices, pero las facciones están en su puesto. Hay unas deformaciones tenaces. Me veo al espejo y veo una belleza diferente. La verdadera belleza viene muy de adentro. Ves caras muy lindas y cuerpos muy vacíos. La verdadera belleza es estar bien con uno mismo.