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Navarro Wolff: "Hay gente que no nos va a perdonar hasta la muerte y la entendemos"

En este nuevo intento de pasar de la guerra a la paz, no sobra ejercitarnos en oír al que vivió y luchó del lado contrario al nuestro.

Por Jairo Dueñas
14 de octubre de 2015
Antonio Navarro Wolff: "Hay gente que no nos va a perdonar hasta la muerte y la entendemos"

Antonio Navarro Wolff: "Hay gente que no nos va a perdonar hasta la muerte y la entendemos"

Por: Jairo Dueñas, @jairocromos

Es con esta intención que creemos pertinente involucrarnos en las vicisitudes de un exguerrillero del M-19, que hoy es un Senador de la República. Acortando las distancias.

 

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Lo primero que me dice es que estamos en el apartamento de su exesposa, Marcela, y que se encuentra allí porque están asumiendo juntos el duelo por la pérdida de Gabriel, su hijo. 

Un perro negro, Bernés de la montaña de ocho meses, con la frente y el hocico blancos, nos olfatea, mientras nos acomodamos en el comedor. 

La prótesis en su pierna izquierda amputada nos recuerda que una iniciativa  de paz sin verdadera convicción en el año 85, resultó inocua para aplacar los odios y los rencores. Sin embargo, cinco años después,  junto con Carlos Pizarro, hizo realidad que por primera vez una guerrilla, el M-19, firmara la paz en América Latina. 

Hace 25 años que vive el día a día rodeado de escoltas, empezó con 15 como candidato presidencial de un movimiento armado recién desmovilizado, y ya va en 6 como Senador de la República. 

Aunque ya han pasado dos décadas y media desde que la insurgencia que lideraba entregó sus armas, admite que en cuestiones de perdón todavía falta mucho por saldar. 

Su vida resulta un buen espejo para mirarnos y mirar al otro, al que piensa distinto a nosotros, frente a esta nueva tentativa de acabar la guerra en Colombia. Charla sin trincheras.

 

Una postal inolvidable a sus nueve años.

De esa época me acuerdo de una explosión de unos camiones con dinamita que estaban en la estación del ferrocarril en Cali.  Fue enorme, me despertó a las tres y media de la mañana, y yo estaba a 5 kilómetros de distancia. Y me acuerdo que había unos calabozos del SIC, el Servicio de Inteligencia Colombiano, que quedaban en la mitad del camino entre la estación y mi casa en un barrio que se llamaba El Peñón.

¿El SIC era el antiguo DAS?

...Exacto, el antepasado del DAS.  Y mi papá que era liberal, hablaba barbaridades de lo que pasaba ahí, de lo que hacían los del SIC en la época de la violencia. Por ahí pasábamos. Antes de eso me acuerdo de caminar por una calle llena de cenizas del volcán Galeras, tendría yo seis años, porque alcancé a estudiar kínder y primero de primaria en Pasto. De ahí la familia se fue para Cali.

¿Por qué salieron de Pasto?

Mi papá se puso a sembrar cebada y se quebró. Era dueño de una agencia de Coltejer y le iba muy bien porque se vendían muchísimas telas, sobre todo para el Ecuador. Pero cogió la plata de la agencia y la metió en una siembra de cebada, a la que le dio una plaga. Se acabó el cebadal y tuvo que irse a vivir a Cali huyendo de las deudas.

Nació en Pasto un 9 de julio del 48.

O sea, cumplí 67 años ya. ¡Qué barbaridad!

¿Hijo entre cuántos?

Mayor de siete. Cinco nacimos en Pasto, la penúltima de mis hermanas en Cali y la última en Medellín.

 

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“Soy el mayor de siete, era el ejemplo de mis papás para mis hermanos y ellos no me querían mucho por eso”.  

 

¡En Medellín! 

Sí, porque en esa quiebra estábamos tan vaciados que tuvimos que irnos a vivir a la casa de mi abuelo materno en Medellín, porque mi mamá era paisa. Allá estudio tercero de primaria y después mi papá ya como que levantó cabeza, y otra vez nos volvimos para Cali. Consiguió otra agencia de Coltejer, pero ya no como dueño, sino como gerente. Ahí ya vivimos 23 años más, en los que estudié primaria, bachillerato y universidad.

¿Su papá dejó de intentar ser agricultor?

No, después volvió a ser agricultor y  volvió a perder la plata. Él era bueno para vender telas, pero le gustaba la agricultura. Entonces, ganaba plata vendiendo telas y la perdía en la agricultura. (Sonríe).

¿Aún viven sus papás?

Ya fallecieron. Mi papá murió hace unos ocho años, mi mamá hace como tres. Ambos murieron en Tolima y están enterrados en Ibagué, porque mi papá era tolimense.

 

“Corría los 400 metros planos”

¿Cuando era pequeño, sus papás se ufanaban de alguna habilidad suya?

Sí, yo era el más juicioso.

¿El más juicioso? 

Sí. No me podía dormir sin haber hecho las tareas. Era el ejemplo de buen estudiante para mis hermanos. No me querían mucho por eso. Nunca perdí una materia en toda mi vida, jamás supe lo que era un exámen de habilitación, lo que ahora llaman remedial. Era un nerd.

Poco social, poca rumba, poca calle.

Sí, en Pasto había hecho primero en Las Franciscanas, un colegio de monjas. En Medellín hice un año en un colegio que se llamaba El Sufragio, era también de unos padres de algún tipo de comunidad religiosa. Y después me volví para Cali y terminé mi primaria en el colegio San Luis Gonzaga.  Cuando terminé, mi papá dijo: “lo voy a meter en un colegio para hombres”. Entonces, para la secundaria me metió en un colegio público, Santa Librada, “Santa Pedrada” le dicen.  Era el mejor de Cali en ese momento, en los que hice mis seis años de bachillerato.

¿Y seguía siendo nerd?

Conseguí la medalla General Santander al mejor bachiller en 1966. En el colegio me metí en cosas ya adicionales a la academia. Teníamos una asociación cultural que se llamaba ABAOACU, que hoy todavía no sé qué quiere decir.

¿Y esa asociación qué hacía?

La semana cultural de Cali organizada por nosotros, los estudiantes y profesores de Santa Librada. Lo más popular, sin embargo, no era el teatro ni los conciertos, era la declamación. Eran multitudes oyendo declamar a todos estos muchachos estudiantes del colegio.  

Y usted, ¿alguna vez se animó a declamar?

No, yo no. Yo era el tesorero, porque era el único que no tomaba trago.

¿Le gustaba el deporte?

Fui atleta de la Selección de la Universidad del Valle. A los veinte años corría los 400 metros planos en 51,5. Si fuera mujer sería un tiempo  muy bueno. Los hombres bajan de 48 segundos».

¿Y qué pasó con el deporte?

Bueno, después hice un montón de deporte en las montañas, ¿no?  (Muestra sus dientes en una carcajada).

Estudió y se graduó en ingeniería sanitaria en la Universidad del Valle.

Sí, pero antes viene uno de esos períodos en que mi papá volvió a perder plata con la agricultura, cuando yo estaba terminando la universidad. Ellos se fueron entonces para Bucaramanga y yo me quedé en Cali en las residencias estudiantiles, todo organizado. Pero a los ocho días me había salido de ahí, conseguí un apartamento con mis ingresos, porque el profesor me escogió de monitor de hidráulica y me pagaba 500 pesos mensuales. Eso era plata. Mi apartamento quedaba en un barrio popular cerca del sur, en una loma. Alguna vez habían matado a alguien ahí y era conocida popularmente como La calle del muerto. 

 

Un nerd en la calle del muerto

¿Y qué hacía un nerd en La calle del muerto?

Me conseguí un amigo que era un calavera total, hijo de una viuda, de una señora que era amante de alguien muy rico en Cali y entonces el señor le regalaba a la señora una casa por año, y ya tenía como 20 casas.

¿Una casa por año?

¡Una casa por año! Yo me hice amigo del hijo de la señora, al que le correspondían 10  casas. Él cobraba los diez arriendos y nos ibamos a parrandear hasta que se gastaba toda la plata. Ahí fue cuando aprendí a bailar, porque nos íbamos tres, cuatro días seguidos. Pero claro, como me iba a parrandear, pagaba el arriendo y me quedaba sin plata, entonces me adoptó a la hora del almuerzo un carnicero que era vecino. El carnicero era de la Anapo y cuando vino el fraude electoral el 19 de abril de 1970 a Rojas Pinilla, el señor sacó una escopeta, un revólver y una pistola. A mí me dio la escopeta y nos alzamos en armas esa noche.

¿Y qué hizo con esa escopeta?

Claro, yo de muchacho con una escopeta toda la noche andando por Cali, al lado de los insubordinados. Al otro día, el General Rojas habló en la radio y dijo: “le pido a todos los de la Anapo que aceptemos el resultado electoral”.  Entonces, el carnicero dijo nos jodimos, guardó las armas, se metió a la casa y se acabó todo.  Eso fue en una noche, pero a mí me quedó ahí dando vueltas. Todo influyó después, cuando ya me metí a la toma de la decanatura del edificio de ingeniería.

¿Esa toma fue su primera protesta?

Los ingenieros no nos metíamos, eso era para la guachafita de sociales y licenciaturas, sin embargo, en el 72, fue ingeniería la que lideró las protestas estudiantiles y yo era Presidente del Consejo Estudiantil de Ingenierías.  Me acuerdo que nos tomamos el edificio  y la secretaria general me dijo: “bueno, yo le entrego esta oficina, pero usted me firma, porque aquí en estos archivadores están las calificaciones de todos los estudiantes. Usted me firma”.  Y le dije: “un momentico, ya vengo”. Y me fui a una ferretería y compré cuatro candados Yale y se los puse a los cuatro archivadores, y estampé mi firma. Después me puse a pensar, estos (los estudiantes) son capaces de traer ganzúas y abrir esos candados, entonces, me voy a venir a vivir aquí. ¡Y viví tres meses ahí!

¿Al lado de los archivadores?

Me acostaba en la oficina del decano, en una colchoneta. Empecé a leer a Estanislao Zuleta, además de leer marxismo, que era lo que se leía en esa época. Y ahí empezó la formación mía. Empecé a darme cuenta de que más allá de la ingeniería, había un mundo y yo no tenía ni idea de él. A los tres meses vino el Ejército y nos sacó a bayoneta cargada y recuperó el control de la universidad.

¿Y entregó intactos los archivadores con las calificaciones?

Sin ninguna alteración y entonces me llamaron y me dijeron: “vea, no lo echamos porque usted tiene muy buenas calificaciones. Le vamos a dar chance de que presente los exámenes que le faltan y se vaya de aquí”, porque sacaron a 40 alumnos y profesores. Presenté los exámenes que me faltaban y me fui ya graduado como ingeniero. Al grado decidí ir con sandalias, blue jean y una camisa toda boleta, verde de flores. Mis compañeros con saco y corbata se tomaban dos fotos, una con Navarro y otra sin Navarro. 

 

Guerrillas a la carta 

¿¡Cómo terminó de profesor de la U. donde lo echaron!?

Cuando yo me gradué, me dieron una beca los de la fundación Rockefeller para programas de desarrollo rural. Entonces, al poco tiempo, los de la Universidad que me habían dicho que no me querían ver, me llamaron. Fortran IV es un lenguaje de programación para ingeniería que yo había aprendido y que casi nadie sabía.  Me dijeron: “usted es de los poquitos, en esta ciudad, que sabe eso y necesitamos profesores”. Acepté, pero inicialmente me seguía pagando Rockefeller. Luego me vinculé de tiempo completo como profesor en ingeniería y ya empecé a dictar otras materias. Eso era 73, 74, algo así. 

Vísperas de su entrada a la insurgencia.

Yo había quedado con la cosa del fraude electoral, la rebelión con el carnicero, y empezamos a reunir un grupo de los antiguos estudiantes, y nos veíamos cada ocho días, para conversar. Decíamos: “hombre, nos vamos a tener que meter a una guerrilla, aquí no respetan la voluntad popular. ¿Pero dónde nos metemos? ¿Las FARC? Ah, pro soviéticos, ¡eso no!  No hablamos ruso. ¿El EPL? Pro chinos, si no hablamos ruso menos chino.  ¿El ELN? Habían matado al padre Camilo Torres hacía poco, entonces no. Y estábamos en esas cuando empiezan los avisos: Ya viene M-19. Me había estado buscando un muchacho con el cuento de que iban a organizar una guerrilla nueva, y yo: “¡Ah!, ustedes son unos habla paja, qué va”, cuando ¡pum! sacaron la espada de Bolívar, el brazo armado del pueblo anapista, y yo: “¡Uy, estos son!”. 

¿Cómo entra en contacto con el M-19?

En ese momento, ya tenía casa, carro y beca. Llevaba un año en la Universidad y, con la Rockefeller otros dos. Es más, una fundación canadiense que se llamaba IDRC  International Development Research Center, me había enganchado como consultor internacional. Empecé a buscar al muchacho que me había estado diciendo de la guerrilla hasta que lo encontré.

Su primera reunión con el M-19, ¿En dónde fue?

Me hicieron venir a Bogotá. Aquí había unas cafeterías muy conocidas que se llamaban “Monte blanco”. Me citaron en una de esas.  Esto fue en marzo del 74.  Entonces me senté y nada. Eso entraba y salía gente, pero no llegaba nadie a mi mesa. Después descubrí que entre los que entraban y salían estaban los del M-19 de aquí de Bogotá, que me observaban como si yo fuera un espía, porque no era común que un señor que trabaja con los gringos se metiera a la insurgencia. Vinieron fue a hacerme inteligencia.  A eso, me trajeron aquí. (Sonríe).

 

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“¿Qué cómo era mi puntería? Yo no veía muy bien, soy miope, y qué gafas iba uno a tener por allá en el monte en condiciones precarias. La guerrilla de ahora es otra cosa”.  

 

¿Cuál fue su primera misión?

Me dijeron: “la primera misión que usted tiene en su vida, como trabaja con los gringos, es infiltrarse en la CIA”. 

¿Y cómo pensaba infiltrarse?

Yo trabajaba en el edificio de Medicina Social, que era donde estaban las fundaciones internacionales,  y había unos tipos haciendo unas encuestas de salud, y por algún motivo me llegó la encuesta a mis manos, y vi que preguntaban: ¿dónde queda Washington? ¿Dónde queda Moscú? ¿Dónde queda Pekín? Con unas preguntas de estas a unos campesinos, en una encuesta de salud, concluí: “¡estos son de la CIA!”. Entonces me ofrecí a ayudarles gratis en el procesamiento de la información. Después me dicen, me imaginé: “vea ¿por qué no se mete a la CIA?”.(Suelta la carcajada). Al año los gringos se fueron y de la CIA nada. 

¿Qué hizo entonces?

Apenas terminó eso, me salió una beca para irme a estudiar a Inglaterra, en un pueblo que se llama Loughborough. Allá hice una especialización en Ingeniería del Ambiente.  Cuando volví me nombraron decano de Ingeniería Sanitaria.

 ¿Y qué pasó con su conexión con el M-19?

Terminé al mando de un grupo de 150 personas en una columna urbana, de las dos que había en Cali, repartíamos leche en los barrios pobres y, al mismo tiempo, era profesor y decano. De lunes a viernes decano y los fines de semana del M-19.

 

Abriendo un túnel en La Picota

¿Hasta cuándo sigue con su doble vida?

Hasta que el M-19 hizo el robo de armas en el Cantón Norte aquí en Bogotá y empezó una persecución grandísima. En ese momento pasé a la clandestinidad. Me preguntaron si quería integrarme a un grupo urbano o a uno rural y, como yo había sido atleta en la universidad, decidí irme para la rural. 

¿En qué año fue eso?

En 1979 me fui para el Cauca, a Tierradentro, y ahí fue mi primera experiencia rural.  Estuve un año largo, después me fui al Caquetá. Allá se organizó el Frente Sur.

¿Cuánto tiempo estuvo con el Frente Sur?

Estuve como jefe del Frente Sur todo el año 80, hasta que salimos a una reunión por aquí en Tocaima, y la policía estaba siguiendo a la gente que me iba a llevar al sitio. Total, nos bajamos del carro y nos encendieron a tiros. Dos días después me cogieron cerca a Girardot, me trajeron a Bogotá, me tuvieron 21 días en la Escuela de Caballería, con el tratamiento correspondiente de esas épocas de Julio César Turbay y el Estatuto de Seguridad. Uno de los días más felices de mi vida fue cuando me llevaron a La Picota.

¿Cuánto duró preso?

Me hicieron consejo verbal de guerra, estuve ahí dos años, me condenaron a nueve años y medio de prisión por rebelión con jurisdicción y mando.  Levantaron el Estado de Sitio en el gobierno de Turbay, la pena máxima para  esa rebelión eran seis meses. Yo tenía año y medio de más, libertad por pena cumplida. Salí de La Picota y me volví para el monte. 

¿En La Picota a quién conoció?

Conocí a todo el mundo, a Pizarro, a Fayad. Estuvimos ahí presos como 150. Entre todos estábamos haciendo un túnel en La Picota.

¿Como en las películas?

Un túnel desde un segundo piso, por una columna que era hueca, y bueno, al final nos sacaron cuando llevábamos sacando tierra cerca de  año y diez meses. Imagínese usted lo que es romper la base de una columna de 90 centímetros.  Le poníamos al cincel pedazos de cuero de zapato y con cada golpe salía una cosita como una uña, porque si le dábamos muy duro se oía el martilleo... La paciencia del preso. 

¿Cómo conseguían las herramientas?

En las cárceles se consigue de todo. Teníamos cinceles, martillos, mazos, era como el túnel de "El Chapo", teníamos electricidad.  Uniendo tarros de aceite, de aceite de cocina, que comprábamos, los íbamos pegando  y con un ventilador teníamos ventilación. Teníamos el túnel perfecto para escaparnos, pero vinieron unos asesores de Pinochet, y le dijeron al Ejército: “ustedes tienen esos tipos ahí, algo tienen que estar haciendo. Ustedes no saben qué, pero algo tienen que estar haciendo, muévanlos”. Primero nos iban a llevar a la isla Gorgona, pero al final nos llevaron a otra parte de la misma Picota y ahí se nos fregó el túnel. 

 

“Mi primer tiroteo”

¿Cuántos años en la militancia?

Fueron 16.

¿Tenía buena puntería?

Bueno, usted sabe que yo uso gafas, soy miope, pero allá no llevaba gafas, entonces no veía muy bien.

¿Y por qué no llevaba las gafas al monte?

Pues porque teníamos unas condiciones muy precarias.  Ahora la guerrilla es otra cosa en términos de bienestar; nosotros no teníamos nada, éramos la pobreza en pasta y qué gafas iba uno a tener por allá.

No lo veo muy ducho en la maniobra militar. ¿Me equivoco?

No, a mí me tocó en la rural fundar, fundar y fundar.

¿Y eso qué quiere decir?

Fundar era empezar con un grupo pequeño, una zona nueva y empezar de ceros. En el Cauca, empezamos siete, seis blancos y un indígena, y terminamos como 80.  En el Caquetá, empezamos 35 y terminamos 1.500. En la Cordillera Occidental, éramos 75 con tres fusiles y dos armas más, y había que aguantar ahí hasta que llegaran las armas del exterior, hasta que llegó la gente de Pizarro, terminamos como unos 350 o 400.

¿Qué necesitaba para cumplir su trabajo?

Sobre todo firmeza para mantener la gente. Mire, está claro en todo manual de contrainsurgencia que una fuerza nueva en una zona es cuando es más vulnerable. A mí me tocó tres veces estar en esa situación.

¿Y en lo militar?  

Por ahí me tocaron unos tiroteos, sobre todo en el Caquetá. La primera vez le íbamos a hacer una emboscada al Ejército, por allá en Río Pescado y, cuando llegamos al sitio de la emboscada, a las cinco de la mañana, había llegado el Ejército antes.  Entonces la emboscada nos la hicieron ellos a nosotros, y nos cogieron a bala. Afortunadamente estaba oscuro, o si no nos matan. Al final no pasó nada, porque los que estaban más atrás les dispararon, de abajo hacia arriba, a una mata de guadua y les cayó encima a los soldados. Entonces, ellos se retiraron y nosotros también. Ese fue mi primer tiroteo.

¿Y qué sensación tuvo?

Se oyen los tiros pegando en el suelo, como cuando cae granizo. Primero queda uno como si le pegaran un palazo en la cabeza. Queda uno paralizado. Yo estaba sentado porque si no salgo corriendo. Me tocaron poquitos tiroteos. Por ahí unos cinco.

 

Antonio Navarro Wolff

 

Un intento de paz fallido 

¿Cómo asumieron la iniciativa de paz del presidente Belisario Betancur?

Desde el principio teníamos claro que eso no iba para ninguna parte, el Gobierno también lo tenía claro, pero tampoco las terminaba, ni nosotros porque nos iba muy bien. En las ciudades llenábamos las plazas públicas, nosotros éramos popularísimos.  Entonces, el ambiente se fue deteriorando hasta que  en mayo del 85 me explotó una granada.

¿Ese es otro hito en su vida? 

Sí, por la amputación de mi pierna izquierda. Además me entró una esquirla por aquí en el cuello que me puso a hablar así, como dicen en Pasto que Navarro habla claritico, pero no se le entiende nada. (Sonríe). Hay dos nervios, hipogloso izquierdo y derecho; la esquirla cortó el izquierdo, entonces sobre el lado izquierdo de la lengua yo no tengo control. Era buen orador. Por ahí he oído grabaciones de esa época y hablaba bastante bien.

¿Cómo recuerda el atentado?

A los diez meses de las negociaciones, que no eran negociaciones, en Cali estábamos desayunando en una cafetería cuando entró un tipo y tiró una granada desde la puerta y estalló al lado mío.  Me hizo un hueco en el pie izquierdo, que le cabía un puño y me dejó 136 esquirlas en todo el cuerpo. Al final me llevaron a México donde me amputaron la pierna y ahí ya me quedé en el exterior porque ya sin pierna no podía venirme acá al monte. 

¿Hubo posibilidad de salvarle la pierna?

Estaba muy desbaratada. Había un pedazo como de unos diez centímetros de la rodilla hacia abajo que no había hueso y sin embargo había tobillo, tenía sensibilidad en la planta, pero no en la parte superior.  Entonces me amputaron. A veces camino bien, otras veces, como ahora, tengo que usar muletas. Es un sube y baja.

¿Este ataque usted lo veía venir?

Esto venía porque venía.  Pero vea, de los cinco de la comandancia del M-19, cuatro están muertos, mi mérito es haber sobrevivido, no más. 

Después de lo sucedido, ¿le resultó difícil estar en paz?

No. Le voy a contar una anécdota: yo era Senador en el período anterior y fue un sargento del ejército a mi oficina. Eso fue como en el año 2003 o 2004, y me dijo: “yo participé en el atentado contra usted”, y me contó detalles.  Y le dije: “bueno, sargento, ¿usted por qué viene a contarme eso?”, a lo que me responde: “porque me faltaron seis meses para ganarme la pensión, a los 14 años y medio me dieron de baja en el Ejército y estoy aguantando hambre, mientras quienes me dieron la orden están ahí gozando de la buena vida, yo estoy resentido, yo le sirvo de testigo para que vayamos en juicio en contra”. Le dije: “muchísimas gracias, sargento, pero no le voy a ayudar en su desquite porque yo ya pasé la página”. 

¿Lo volvió a ver?

A las pocas semanas, el sargento ese se metió en una sucursal en un banco aquí en Bogotá y con una granada hizo un montón de denuncias.  

 

“El perdón no se puede decretar”

Usted perdonó, ¿pero cree que a usted ya lo han perdonado por su guerra en el M-19?

Yo no tengo una reflexión muy elaborada sobre ese tema, pero lo que sí puedo decirle es que perdonar para la mayor parte de la gente que es víctima directa es distinto que para aquellos que son familiares de una víctima. A ellos les queda más difícil perdonar.  

En eso usted tiene razón porque, por ejemplo, mi suegra no lo perdona porque el M-19 mató a su hermano. 

¿El qué fue?

El estuvo secuestrado y fue ejecutado por su carcelero, era presidente de una petrolera.

Sí, yo estaba en Cali en esa época.  Eso fue aquí en Bogotá, ¿cierto? Qué vaina, doloroso.

¿Es consciente de que su militancia sembró mucho dolor y rencor?

Sí, claro.  Obviamente, toda guerra produce sus efectos, que son parte de la brutalidad de la guerra.  Lo que pasa es que es una tradición que había en este país. Eso no lo inventamos nosotros, aquí cuando no se podían resolver problemas políticos por mecanismos institucionales, se alzaban en armas. El Partido Liberal se alzó en armas contra los conservadores a lo largo de la historia un montón de veces. Pero con el tiempo uno descubre que eso no sirve.

Sin embargo, los destrozos de la guerra ahí quedan.

Ahora yo soy el último de los del M-19 que tuvo nivel de mando, entonces en nombre del M-19 tengo que pedirle perdón a la gente afectada, así no hubiera participado directamente en muchas de las cosas por diversas circunstancias de la vida.

¿Usted cree que todavía se necesita pedir perdón?

Sí, se necesita. Aunque también he entendido que uno pide y no importa si no se lo dan, al fin y al cabo la facultad de perdonar es individual. Eso no se puede decretar. Hay gente que, como su pariente, no nos va a perdonar hasta la muerte y la entendemos. Hay algunos compañeros nuestros que tienen una actitud igual, que dicen: “no perdono al que mató a mi hermano”. A veces se cree que las víctimas de un conflicto son de un solo lado, pero no, son de todos los lados. 

¿Hay algún hecho con el que ustedes se dan cuenta de que su lucha era inútil?

Los resultados de la toma del Palacio de Justicia. El día de la toma, yo estaba almorzando en un hotel en La Habana, Hotel Riviera, convaleciente de mi pierna. Entonces un mesero me dijo: “tú eres colombiano, ¿cierto? En tu país se armó un lío tremendo”. Me fui a la televisión de mi habitación y ahí me enteré.  Los efectos de la toma del Palacio para el M-19 fueron tremendamente duros, porque después de lo sucedido se volvió muy impopular.  Yo creo que Pizarro se dio cuenta de que no tenía posibilidad alguna de funcionar y tomó la decisión de hacer otro intento de negociación cuando nadie quería. 

 

La guerra desde el otro lado

Pensando, desde sus propios zapatos, ¿cuál fue la clave para pasar de la guerrilla a la política? 

La decisión de paz. La comprensión de que la rebelión iba a agravar problemas, no a resolverlos.  Algo que también influyó en la decisión de paz de Pizarro y del M-19 fue la generalización de los cultivos ilícitos y el hecho de que la guerrilla iba a terminar metida en eso. Era inevitable,  plata fácil.  

Y la clave en su caso para lograr afianzarse en la política.

Yo era el segundo en el mando del M-19, cuando mataron a Pizarro quedé de primero.  Entonces, fui candidato presidencial por herencia en 1990, digámoslo así, en un momento en que el país estaba muy a favor de la paz.  Esto me permitió posicionarme de entrada. Después, lo que he hecho es tener responsabilidades y hacerlas bien.  Fui Ministro de Salud, lo hice bien, fui Constituyente, lo hice bien, fui Alcalde, lo hice bien, luego fui Representante a la Cámara por Bogotá, lo hice bien, después fui Senador y bien. La clave ha sido hacer las cosas bien. 

Y su deserción como Secretario de Gobierno de Bogotá, ¿qué pasó?

Bueno, lo que pasa es que yo venía muy cansado de la Gobernación, fue muy difícil, sin plata, enfrentado a un montón de guerrilleros, a un montón de bacrim, la quiebra de una de las pirámides. Terminé cansado y llegué aquí y esto era otra cosa de mucha intensidad. Por eso, a los tres meses dije: “yo también tengo derechos humanos”. (Sonríe).

Como gobernador de Nariño le tocó la guerra desde el otro lado.

Me enfrenté a una bacrim con 200 tipos armados y a un frente de las FARC, que era el Mariscal Sucre, que me querían matar.  ¿Por qué? Porque yo dije: “soy un gobernador civil, yo salí de la guerra y no me voy a meter en más guerras, pero si matan civiles, yo sí me meto”.  La bacrim mató a cinco personas dos días antes de mi posesión, entonces terminé enfrentándola. Se desarticuló totalmente, gracias a la Policía.  Y luego los de las FARC mataron a unos maestros y después a unos indígenas Awa, nos enfrentamos a ellos con el Ejército. Siempre se les afectó, en parte por muy buena suerte. Los tipos me pusieron dos carros bomba que desactivó la Policía, pero el comandante de eso, un tipo al que le decían “Villavo”, pisó una mina de las de él y se mató. Ahí me quité esa culebra. 

 

Un consejo para las Farc

¿Un consejo de un exguerrillero?

Primero, que cualquier consejo que les dé ellos van a hacer exactamente lo contrario, porque a nosotros nunca nos han querido, pero les digo que demostrar fuerza en una negociación es una equivocación, lo que tienen que hacer es ganarse el apoyo de los ciudadanos.

¿Usted si cree que Colombia esté preparada para la paz?

Sí, siempre todo el mundo está preparado para la paz. Claro, no estamos preparados para el posconflicto, eso sí, sobre todo el Estado, pero para la paz, sí. El posconflicto requiere algo que nosotros llamamos PIET (Presencia Integral del Estado en el Territorio). ¿En cuál territorio? En 281 municipios donde ha habido o hay cultivos ilícitos, minería ilegal y grupos armados.

¿Dígame algo que le atraiga de la política?

El servicio público que es una cosa muy deteriorada de la política, pero para eso es la política, para servir a la sociedad.

¿Y algo que repudie?

La corrupción. El aprovechamiento de lo público en beneficio privado. Una cosa que le hace falta a la política son partidos organizados. Porque termina siendo una relación individual entre elegido y elector, que se vuelve una relación de negocios sin principios.  

¿Las grandes satisfacciones en su vida?

¿De los momentos felices de mi vida?  Haber llegado a La Picota, haber usado una prótesis por primera vez,  haber firmado la paz  y haber firmado la Constitución colombiana del 91. Digamos que esta última es el resultado más importante de mi vida.

 

Decisiones para toda la vida

¿Al entrar al M-19, me figuro que tuvo que alejarse de su familia?

Sí, claro. Toda la vida, esa es una de las cosas duras. Esas son las decisiones que se toman en un momento de la vida.  Para toda la vida, claro. 

Con dos matrimonios encima, ¿cuál es su estado civil actual?

Separado.

¿Qué es lo más difícil del matrimonio?

Que es muy largo. La convivencia es difícil, cuando se vuelve tan larga.

¿Qué tenemos para guardar en el cajón del amor?

Pues, los hijos y el dolor...

...El dolor del hijo que decidió irse.

Brutal.

Lo natural es que uno se muera siempre primero.

Pues claro, si es que uno termina la guerra es para volver a la ley natural de la vida donde los hijos entierran a sus papás y no donde los papás entierran a los hijos... Y yo no pude evitar que fuera así.

¿Otra gran división de su vida podría ser esa? ¿Antes y después del año en que perdió a Gabriel?

Sí, pues el dolor no me ha pasado, es brutal, es bárbaro, no puedo dejar de pensar en ese muchacho. Es imposible no sentirse culpable, claro. 

De todo lo que ha hecho en la vida ¿qué revaluaría?

No dejaría de hacer nada de lo que hice, ni siquiera alzarme en armas, vea, a estas alturas van a decir, este tipo tiene alma de guerrillero, ¿no? Lo único que revisaría sería el tema de abandonar a la familia. Mi primer hijo Camilo, hoy de treinta y pico de años, lo conocí de unos 3 o 4 años cuando me metieron a La Picota, y después lo volví a ver cuando me hicieron el atentado, o sea, es muy lejano.

¿Y hoy en día con Camilo cómo se lleva? ¿Son extraños?

Sí, pero por lo menos nos hablamos, con frecuencia, pero sí siento que me hizo falta y que yo le hice falta.

Ha sido papá en tres ocasiones, ¿se considera un buen papá?

Trato de pensar que sí. 

 

***

Va retrasado a una reunión, la entrevista se ha extendido más de la cuenta, los escoltas lo esperan, se despide a las carreras. Al tiempo que él sale su exesposa entra en escena, estamos en su casa, nos mira —al fotógrafo y a mí— como los extraños que somos. Pienso en Gabriel, su hijo recién fallecido, y me sale un “lo siento” incómodo. Ella solo atina a decir: “Pareciera que él solo tuvo papá, pero yo soy la mamá”.

 

Antonio Navarro Wolff

 

Fotos: David Schwarz - Archivo

Por Jairo Dueñas

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