Mi maestro de quinto grado decía que todas las personas tenían que cumplir tres cosas para que su vida estuviera completa: escribir un libro, sembrar un árbol y tener un hijo.
Un día sembré en mi jardín un arbolito de limón que todavía da fruto, años después escribí un libro, pero hasta hoy no he tenido hijos. ¿Acaso esto implica que mi vida está incompleta? ¡No creo!
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Recuerdo que una vez un señor me dijo: “Hasta que seas madre, no entenderás lo que es ser mujer”. Me he dado cuenta del valor que se les adjudica a las mujeres por la capacidad para engendrar vida y cuánto definen nuestra feminidad basada en la idea de ser madres. Entonces, ¿qué sucede con las mujeres que, como yo, deciden no tener hijos y quieren invertir sus capacidades y talentos en otras cosas?
Inmediatamente se generan dos sentimientos dañinos. El primero es culpabilidad, porque los demás pueden pensar que no te gustan los niños, algo falso, pues a mí me fascinan los chiquillos y adoro estar a su alrededor. El segundo sentimiento negativo que surge es el temor a llegar sola a la vejez y no tener a nadie que se encargue de ti cuando sea necesario.
Sin embargo, el número de amistades que tienes en este momento, que te quieren y se ocupan de ti, será el mismo que te rodeará cuando tengas 88 años. Tener un hijo no es lo que determina estar sola o acompañada, más bien el trato que le das a la gente que te rodea hoy es la cosecha que recogerás en el futuro.
Indudablemente los hijos son una gran bendición, pero si tú y tu pareja optan por no tenerlos, no te asustes ni sientas culpabilidad. Conozco mujeres que se sienten solas aunque tienen muchos niños, y otras que los tuvieron sólo para complacer a sus esposos o familiares, y eso no ha garantizado su felicidad. Hoy le diría a mi profesor que la vida es una oportunidad para hacer tres cosas: perseguir tus sueños, entregar a otros tus talentos y disfrutar diariamente el regalo de tu maravillosa existencia.
Foto: iStock.
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