
Turismo nacional, todos ganan
“Vendemos experiencias trascendentales, únicas por nuestra negrura, nuestra cultura. Territorios a donde solo llegan los espíritus que están listos”, dice Josefina Klinger. “Queremos recuperar los legados que dejaron nuestros ancestros. Abrir las puertas de nuestras fincas para mostrar esas tradiciones a quienes quieren conocer el campo”, señala Amparo Morales.
Estas dos mujeres son líderes en sus comunidades, una en Nuquí, Chocó, y la otra en La Requilina en Usme, al extremo sur de la capital colombiana; dos lugares donde tienen como principio hacer uso sostenible de los recursos naturales, recuperar las enseñanzas de sus antepasados para mostrarlos a los visitantes y conservar sus territorios, para que de esa manera puedan obtener beneficios sociales, ambientales y económicos.
El turismo nacional creció 12,7% en la última década. Es el tercer generador de divisas del país.
“Una vez dejan la desconfianza, los visitantes descubren que la vida les tiene preparado un regalo porque nuestros territorios son el mejor cómplice y porque el turismo comunitario es de calidad. Pero además de recibir esos buenos servicios, saben que los dineros que ingresan son para mejorar la vida de la población”, explica Josefina.
Esta hija de chocoana y caucano de origen alemán salió en todos los periódicos a comienzos de 2015 al obtener el Premio Mujer Cafam, gracias al trabajo silencioso y constante que realiza desde 2006 en Mano Cambiada, un proyecto de turismo basado en la conservación de la identidad ancestral y el patrimonio natural de Nuquí, el bello lugar empotrado ntre la selva y el mar.
Quienes viven allí protegen su riqueza cultural y ambiental para mostrarla a quienes llegan, y lograr recursos económicos para mejorar su territorio y sus condiciones de vida. Algo similar sucede con la Ruta Agroturística La Requilina. Campesinos de 12 fincas se capacitaron con la Fundación Universitaria Cafam (Unicafam) en temas tan variados como conservación y buenas prácticas en la preparación de alimentos, diseño de producto y mercadeo, entre otros. Un proceso que comenzaron en 2010 con la Universidad Nacional y el Instituto Distrital de Turismo (IDT) y han ido perfeccionando con Cotelco Bogotá y Unicafam para ofrecer un turismo de alta calidad. Muestran especialmente a colegios y turistas extranjeros cómo esquilar una oveja, cómo cultivar quinua, mora, maíz o cebolla o cómo hacer artesanías.
Generar 300.000 nuevos empleos y captar us$6.000 millones en divisas es la meta del gobierno para el sector a 2018.
“Tenemos charlas pedagógicas sobre el cuidado del medioambiente y recorridos por las distintas fincas para ver la especialidad de cada una”, cuenta Amparo. La suya está dedicada a la pesca, pero con los impactos de la sequía, ahora está dedicada al cultivo de mora o maíz. Los estragos del clima constituyen uno de los cuellos de botella que deben sortear campesinos, afrocolombianos, indígenas y otras poblaciones que han optado por el turismo comunitario (rural o urbano). Otro, y muy grande, es el abandono histórico que han tenido del Estado, como señalan Josefina y Amparo.
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