Publicidad

Que todo el mundo te cante…

La salsa llegó a Cali y adquirió otra dimensión. Esta es la historia de un estilo cargado de sabor, ingenio y frenesí.

Por Redacción Cromos
29 de septiembre de 2017
Que todo el mundo te cante…

 

Por: Daniela García Sterling  y Juan Carlos Piedrahíta B.

 

Sigue a Cromos en WhatsApp

Tito Puente dijo alguna vez que la única salsa que conocía era la de los espaguetis. Esa afirmación, emitida en ese entonces por un hijo de Nueva York, fue un elogio para los cubanos, que siempre han considerado que la salsa es el mismo son, su son, dotado de un vestido un poco menos ideológico. No se llegó a establecer nunca si el timbalero mayor se retractó de su comentario, pero lo que sí está muy claro es que él no tuvo la oportunidad de ver o de escuchar las múltiples aristas que adquirió el género al jugar de local en el terreno de la capital vallecaucana.

 

La salsa en Cali no es un invento. Tampoco una moda o una circunstancia pasajera. Este ritmo gestado en Nueva York –el único escenario geográfico en el que se podían encontrar todas las manifestaciones artísticas del espectro latino en su momento– es la mejor excusa para comunicarse en las esquinas caleñas. A partir de sus golpes de tambor y de sus repiques de campana se construyeron los cimientos de los barrios que en la actualidad forman parte de su historia contemporánea.

 

La conquista

 

La salsa llegó a Colombia a través de la industria discográfica, de la radiodifusión, del cine y, por supuesto, de la necesidad de fortalecer la industria de la música en vivo y en directo. Los acetatos salseros –elepés de 78 revoluciones por minuto– surcaron el océano y llegaron hasta el Puerto de Buenaventura para luego doblegar la cordillera de los Andes, protegidos por rollos enteros de papel kraft. El color café de estos pliegos debía mimetizarse con productos de lujo, como el whisky; con elementos exóticos, como telas orientales, y con objetos de primera necesidad, como medicamentos costosos y algunas piezas mecánicas utilizadas para fomentar la construcción en la denominada Sultana del Valle. El ejercicio se hizo, y con muy buen ritmo, hasta que Cali fue un campo fértil para el desarrollo de esta manifestación afrocaribeña. 

 

Foto64109

Richie y Bobby: su presentación en la Feria de Cali marcó un antes y un después para la salsa en Colombia. Desde ese momento, el género se convirtió en un estilo de vida. 

Foto: Christian Escobar Mora.

 

Lo clave siempre ha sido entender que el entorno vallecaucano comparte características con plazas como Cuba y San Juan de Puerto Rico. La presencia de la comunidad afro, las urbes en vía de desarrollo, las migraciones constantes y el crecimiento de la población en estado de vulnerabilidad son aspectos que pueden insinuar la hermandad entre las tres ciudades. El sociólogo Alejandro Ulloa plantea que el barrio marginal fue el toque definitivo que impulsó la apropiación de la salsa en la capital del Valle del Cauca:  “Es este barrio, precisamente, el escenario que habría de concebir, alimentar y desarrollar la salsa. Aquí arranca la cosa”. El experto sostiene, además, que ese proletariado –que servía como mano de obra para las grandes industrias asentadas en Cali y en Yumbo, desde 1940– buscaba elementos de cohesión para enfrentar el desafío de progresar. A falta de ritmos genuinos, las personas marginadas adoptaron los aires antillanos como propios.

 

Previamente al boom –mucho antes de que la salsa fuera reconocida y acogida por todas las clases sociales en Cali–, el género se movió con libertad por cada esquina de la denominada ‘sucursal del cielo’. En una conversación con el periodista César Miguel Rondón, César Mora –actor y músico colombiano de la orquesta María Canela– aseguró que “en esa época, la salsa no tenía el estatus de ahora; casi todos pensaban que era una música marginal, una música lumpen, de putas y de ladrones…”. Para ese entonces, el género ni siquiera era acogido para amenizar las fiestas en los clubes; eran las orquestas de gran formato, como la de Lucho Bermúdez y Pacho Galán, las que dominaban ampliamente la escena nocturna en el Valle del Cauca.

 

El boom

 

En 1968, Richie Ray y Bobby Cruz aterrizaron en Cali, por primera vez. Después de esa feria, la ciudad jamás volvió a ser la misma. A partir de ese instante, la salsa dejó de ser música de negros y mulatos para transformarse en un bien colectivo. La escena la narra Andrés Caicedo en las páginas de Qué viva la música, y la ratifica el periodista Luis Guillermo Restrepo al describir el impacto de la llegada del pianista y del sonero a la capital vallecaucana. “Andrés Caicedo cuenta nuestra rebelión en una frase que se convirtió en un aviso funerario: ‘¡Abajo el sonido paisa! Porque no se trata de Sufrir me tocó a mí en esta vida, sino de Agúzate, que te están velando’”.

 

Así, Cali se constituyó en un mercado relevante para el espectáculo salsero y para el comercio de trabajos discográficos dedicados en exclusiva a la exploración del género afroantillano. Prueba de ello es que durante 1986 se presentaron bajo su cielo unas 30 agrupaciones internacionales, muchas provenientes de Nueva York y Puerto Rico. En 1992 había más de 35 conjuntos de salsa gestados en la ciudad azucarera, por lo que Cali fue epicentro, no solo del consumo y la recepción, sino de la creación y la producción en el espectro nacional. Artistas como Jairo Varela, el Grupo Niche, Yuri Buenaventura y Guayacán Orquesta, entre tantos otros, son la prueba de la inspiración constante y sonante que propicia la urbe. 

 

“Por eso, el Piper Pimienta (Edulfamid Molina Díaz), el poeta Jairo Varela, que nos acaba de dejar, Alexis Lozano y Nino Caicedo, sin que se enojen los que faltan, hicieron que todos los grandes de Cuba, Puerto Rico y Nueva York miraran asombrados hacia Cali, hicieran un alto en el camino y se vinieran gustosos a beber de la nueva fuente de la salsa”, comentó en el 2013 el experimentado reportero Antonio José Caballero.

 

Se creó, entonces, lejos de Nueva York, una salsa con historias y con cadencias del Pacífico colombiano. Las canciones del Grupo Niche, de Guayacán Orquesta, de Alfredito Linares, de La Misma Gente, de Wilson Saoko ‘Manyoma’, de Piper Pimienta y tantos otros fueron determinantes en la apropiación de este género en la ciudad. El escritor, periodista y poeta Medardo Arias lo describe de la siguiente manera: “Las frecuentes alusiones al Chocó, al mercado del puerto, al pargo rojo, a las formas, usos y costumbres del litoral encajaron en el gusto de una comunidad que ya para entonces era multiétnica y pluricultural”. 
 

Tanto para los latinos afincados en Nueva York, como para los cubanos y puertorriqueños resultaba sorpresivo llegar a Cali y encontrarse allí con “la ciudad de la memoria musical”, tal y como la describió en su momento la musicóloga canadiense Lise Waxer.

 

Otro factor esencial para que se diera el arraigo de la música cubana y de la salsa en Cali fue la industria cultural, específicamente, la radio en los años 40, el disco y el cine. En el ámbito radial, Mike Collazos, director y programador musical, fue uno de los impulsores de la salsa desde la década de los 60. Con sus programas, el género se fue apoderando de los espacios rumberos, aunque la aparición en la televisión tardó tres lustros más.

 

Un baile delirante

 

090329_Deliriosobrantes-IP (765)

Delirio: nació en Cali en el 2006, para reivindicar la cultura popular caleña y contribuir a crear un modelo de industria cultural.

Foto: Inaldo Pérez.

 

La salsa, muy pronto, se convirtió en la excusa perfecta para todo. Por medio de actividades conocidas como ‘Empanadas bailables’ (que se realizaban en los barrios), se lograban pavimentar calles y se hacían mejoras urbanísticas, como lo narra el discómano Richard Yori, en una entrevista realizada en junio del 2014. “Los famosos ‘agualulos’ se empezaron a dar a finales de los 60,  y estaban dedicados a los caleños dispuestos para el goce y a quienes querían ceder ante el placer de bailar. De aquí surgen las verbenas de la cuadra y del barrio”.

 

La relación de Cali con la salsa se estrechó aún más cuando los habitantes de esta ciudad empezaron a formar su propio baile, para el que aceleraron los elepés clásicos del género. Ni Richie Ray ni Ismael Rivera lograron acomodarse a la velocidad a la que se movían y se mueven los pies en estas latitudes. Los caleños se adaptaron y transformaron los discos tradicionales de 33  a 45 revoluciones. Un baile de pies y no tanto de caderas ni cintura empezó a determinar el swing de esta población del occidente colombiano.

 

“De la noche a la mañana –nadie sabe cuándo ni dónde– un disparate extraordinario pisó el acelerador de la rumba. El bailador, ese que cada noche escribía sobre la pista un credo, reclamaba la velocidad. Y para obtenerla decidió que los discos de 33 revoluciones se podían poner a girar a 45”, recuerda el periodista Ossiel Villada.

 

Esta fiebre motivó a la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali a pensar en una iniciativa que potenciara la capacidad turística de la ‘Sucursal del Cielo’. Por eso se creó Baila en Cali, un evento que busca seducir extranjeros interesados en entender cómo es el mundo de la salsa en Colombia y cómo se ve en movimiento sobre las baldosas. 

 

El baile acelerado en Cali, que muestra a las parejas como si tuvieran premura hasta para respirar, ayudó a construir las leyendas de Amparo Arrebato, Jimmy Bugalú, Watusi y María, Antonio Catacolí, Carlos ‘El Resorte’ Paz, Hilda y Benigno, Félix ‘Veintemillas’ y muchas otras estrellas de la danza. Estos artistas modificaron la forma de apropiarse de la salsa sobre el escenario: el género arrancó desde abajo, en los pies, y fue subiendo hasta que les invadió el corazón y la cabeza.

 

En Cali se unen la música, el baile, el frenetismo y el espectáculo. En esa atmósfera propicia se crean propuestas como Delirio, la revista musical que se encarga de darles vitrina a miles de jóvenes con talento artístico. La materia prima de este show es inagotable. Muchas escuelas de salsa, diestras en pulir las capacidades de niños y niñas desde que dejan de gatear, asumen la tarea de nutrir este espectáculo que, año tras año, en cada nuevo montaje, tiene la intención de experimentar. El último viernes de cada mes, la salsa es protagonista en la ciudad, con actos que incluyen fuego, agua, circo, acrobacia y efectos especiales.

 

La salsa se le declaró a Cali con la frase “que todo el mundo te cante” y la ciudad regresó esas atenciones inventándose, con su ingenio característico, una forma frenética de disfrutarla. Más que un baile, lo que se esboza en la capital del Valle del Cauca es un ejercicio acrobático que reta a la lógica y al tiempo mismo. Sin duda, hoy Tito Puente aplaudiría con su instrumento esta manifestación de vida y de estética. Con ella, tal vez, el timbalero mayor dejaría a un lado los espaguetis para quedarse, definitivamente, con la salsa.

 

 

Por Redacción Cromos

Sigue a Cromos en WhatsApp
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.