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Reconstruir la esperanza

Linda Guerrero ha dedicado 27 años de su vida a luchar por las personas víctimas de quemaduras. La gestora del primer banco de piel del país está detrás de la reconstrucción de los rostros de las mujeres atacadas con ácido en Bogotá.?

Por El Espectador
23 de agosto de 2012
Reconstruir la esperanza

Reconstruir la esperanza

En sus manos no solo guarda  el poder de reconstruir rostros, brazos, piernas y  torsos desfigurados por una vela descuidada que se volvió incendio, por el estallido generado por un encendedor accionado en medio de un escape de gas o por la maldad de un esposo, un exnovio, un vecino o un desconocido que un día cualquiera quiso amedrentar a alguna de sus pacientes lanzándole ácido en el rostro y cuerpo.?

Entre los dedos, Linda Guerrero conserva el legado y la evolución de la cirugía plástica reconstructiva en Colombia. Desde hace 27 años está dedicada a la medicina y hace 16, cansada de ver cómo el sistema de salud solo atendía la primera etapa de recuperación de los pacientes quemados, Linda Guerrero decidió actuar. No consideraba justo que al cruzar la puerta del hospital, los pacientes quedaran desprotegidos para afrontar la carga psicológica y las dificultades sociales que trae el acoplarse a un nuevo cuerpo o a un nuevo rostro.  ?

A punta de esfuerzos, convencimiento y terquedad, la doctora Guerrero abrió en Bogotá la Fundación del Quemado, que se convertiría en pionera en tratamientos médicos y cirugías reconstructivas  y en el acompañamiento psicológico de las víctimas de quemaduras. ?

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En 1997 viajaría a Alemania a capacitarse para  abrir el primer banco de piel del país. Con él vino la posibilidad de que más personas quemadas tuvieran procesos curativos exitosos aprovechando  la piel de los cuerpos donados, “cincuenta colombianos pueden beneficiarse de un solo cuerpo”, dice, y recuerda cómo en otra época almacenaba los frascos con tejidos en las neveras en el Hospital Simón Bolívar o hasta en su casa. “Un día encontré un letrero de mis hijas: ‘Mami, no queremos más piel en la nevera…’, de todas maneras ellas sabían que esa piel significaba una posibilidad para alguien”. ?

Desde que a Armero se lo llevó el volcán Nevado del Ruíz y los mutilados del pueblo tolimense llegaron a las camillas en el Hospital Simón Bolívar en Bogotá, la recién graduada doctora Guerrero se comprometió de por vida con el dolor de los otros. “No concibo un cirujano que no tenga sentido social, que no escuche a sus pacientes, que no los acompañe, que caigan en lo que se han convertido hoy los médicos: en unos prestadores de servicios”. ?

En la Fundación, seis cirujanas y un grupo de especialistas acogen anualmente, junto a la doctora Guerrero, las historias y los deseos de quienes suelen llegar con la dignidad y la autoestima destrozadas. Además de cirujana es confidente, amiga y aliada de las mujeres atacadas que luchan contra la violencia. Linda quiere creer que hacer visibles los casos de ataques con ácido en el país pueda servir para generar conciencia y rechazo ante esta barbaridad. “Con las historias que ha conocido el país este año y los 16 ataques registrados, hemos logrado que se reabran procesos y se endurezcan las penas a los victimarios, pero la solución va más allá, la mujer no puede seguir siendo violentada de esta manera”.?

Aún se estremece cuando recuerda cómo hace 15 años llegó Gina a la Fundación, era la primera mujer desfigurada con ácido que atendían. “La miré y me pregunté cómo alguien puede hacerle esto a una persona. Muchas sólo piensan en suicidarse”. Después de haber sido sometida a 27 cirugías, Gina hoy es un caso exitoso de reconstrucción.?

A los 62 años, Linda Guerrero siente sus esfuerzos recompensados, sigue disfrutando de ver la evolución de sus pacientes y trata de salir bien librada de la extenuante lucha por  encontrar  financiación. No baja la guardia, si es necesario organiza conciertos, bingos o rifas. “Lo importante es seguir entregándoles una esperanza de vida”. ?

Pero todos los miércoles, aparece el único motivo que desprende a la doctora Guerrero del consultorio y  la oficina.  A las dos de la tarde llega a su casa y sus manos se abren para abrazar a Leticia, Úrusla, Amalia y Esteban, sus cuatro nietos que no superan los cinco años, “ésta es la felicidad completa”.

Por El Espectador

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