
Ilustración: Kathiuska
Escalofriante, revelador y muy penoso. Estos son los primeros adjetivos que brotan cuando pienso en los párrafos que habría escrito en una bitácora mi tía Gloria, como administradora del hogar. La imagino como el famoso informe de Tina Basler, la protagonista de Diario de un ama de casa desquiciada, aunque menos sofisticado, quizás escueto y cruel, yendo al grano, con descripciones contundentes, capaces de ofrecer un panorama de lo que vivió puertas adentro en su casa de tres pisos.
Pienso en mi tía Gloria porque es la única mujer de mi familia que sigue siendo ama de casa. La puedo ver reflejada en las palabras de Tina, quien le habla a su informe, lo consciente, le confiesa la opresión que vive en su apartamento en Manhattan, le da el valor que toda persona, sea ama de casa o no, debería dar a sus memorias: “Creo que no solo será un buen lugar para desahogarme: tal vez me ayude a ver las cosas con más claridad. Si mi propósito es contar las cosas objetivamente, tal y como suceden, quizá, cuando lo vuelva a leer más tarde, sea capaz de detectar algún patrón, algo que explique cómo he llegado a esta situación. Si decido continuar, el gran problema será encontrar un escondrijo seguro, más seguro que el cajón de la ropa interior o la caja donde guardo los bolsos en el ropero”.
Supongamos que mi tía escribió un diario. Y una tarde, revisando los libros de la biblioteca de su sala, lo encuentro entre dos tomos enormes, puestos estratégicamente por ella para reducir las posibilidades de dar con la libreta secreta. Sin abrirla, intuyo frases duras, cargadas de acción, resignación, impotencia y favores al dios que supuestamente no la desampara de noche ni de día.
Llego predispuesto a sus páginas, calculo que sus párrafos son de todo, menos alegres. Es la primera vez que tengo consciencia de lo siguiente: ser ama de casa es un rol que nadie en el mundo debería desempeñar, porque replicarían una situación similar a la de la hermana de mi madre o a la de otra mujer (la tía de mi novia), que, a pesar de haber estudiado, quedó reducida a planchar la ropa, a picar la carne para que quede desmechada como les gusta a los suyos, y a cruzar los dedos para no recibir un regaño de su esposo cuando le pida dinero para una cajetilla de cigarrillos.
¿Los hombres, a todas las amas de casa, las cortamos con la misma tijera? No sé sí soy machista, lo que sí sé es que fui formado con los valores del patriarcado, en el que mi madre, además de trabajar como profesora, fue todera conmigo y con mi hermano, que poco y nada ayudábamos a limpiar y a cocinar en el apartamento. ¿Dedicarse a las tareas del hogar es reducir a la mujer? Trato de ser sensato y la respuesta es “No”, porque en alguna parte debe haber mujeres (y hombres) cuyos diarios no sean escalofriantes, penosos ni desquiciados.
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“Una tarde estaba ayudando a mamá a lavar los platos, ella los lavaba y yo los secaba. Por la ventana veía la pared del cuartel de bomberos y otras cocinas donde otras mujeres frotaban cacerolas o pelaban verduras. Cada día, el almuerzo, la comida; cada día, lavar platos; esas horas infinitamente repetidas y que no llevan a ninguna parte: ¿viviría yo así?”, se cuestionó la filósofa Simone de Beauvoir en Memorias de una joven formal. “No, me dije mientras ordenaba en la alacena una pila de platos; la vida mía conducirá a alguna parte. Felizmente, no estaba condenada a un destino de ama de casa. Mi padre no era feminista, admiraba la sabiduría de las novelas de Colette Yver, donde la abogada, la doctora, terminan por sacrificar su carrera a la armonía del hogar; pero necesidad es ley: 'Ustedes, hijitas, no se casarán', repetía a menudo. 'No tienen dote, tendrán que trabajar'".
Patricia Mendoza dejó su trabajo hace tres meses por criar a su hijo de un año. Es comunicadora y a sus treinta y tres años es otro de los ejemplos cercanos de mujeres que dejaron el horario, los jefes y las obligaciones por consagrarse a la casa. Antes de entrevistar a mi amiga, de antemano sabía que su caso no era como el de mi tía Gloria ni el de Tina Basler. En febrero renunció a la empresa para cuidar a su bebé.
¿En qué momento se te ocurrió ser ama de casa?
Tomé la decisión cuando me sentí agobiada por el trabajo y por el niño, sentía mi cabeza muy ocupada, quería concentrarme más en él y la oficina no lo me permitía. Ahí decidí que quería estar con mi hijo David por un tiempo.
¿Te dio miedo de dar este paso?
Pensé que me podía aburrir en casa, pero mantengo un trabajo como profesora de universidad, de lunes a miércoles en las mañanas. Reconozco que me daba miedo estar sin trabajar. Las clases me ayudan.
¿Qué extrañas del trabajo?
Me dolió dejar el ambiente de oficina, a mis compañeros, la rutina, que siempre me gustó. Antes de decidirme, pensé que el mundo laboral me iba a cobrar el hecho de parar.
¿Pensaste con tu novio en dejar al niño con una niñera o con los abuelos?
No queríamos dejarlo con nadie, la única opción era que yo lo cuidara, mi suegra me ayuda solo cuando doy las clases en la universidad.
¿Qué habría sucedido si él te hubiera dicho que no estaba de acuerdo con tu renuncia?
Mi pareja me apoyó. Sabe que lo mejor para David es que esté a su lado en esta etapa. Nos beneficia a todos, aunque nos ha tocado ajustarnos económicamente.
¿Has tenido algún amague de arrepentimiento?
Llevo tres meses y me ha costado menos de lo que pensaba. Quiero volver a un trabajo de tiempo completo, de pronto cuando David cumpla dos años. Antes de tener a mi hijo, la prioridad era el trabajo. Ahora no, una resignifica el trabajo, ahora mi prioridad es que mi bebé sea feliz.
¿Estarías dispuesta a ser ama de casa si no enseñaras en la universidad?
Si no tuviera el trabajo en la universidad, no habría tomado esta decisión, no me creo capaz de estar todo el tiempo en casa. Las clases son una chimba, es rico hacer algo por lo que me pagan, es una manera de cultivar mi individualidad, me dedico tiempo para mí, me habría deprimido si no siguiera trabajando.
¿Qué piensas de las amas de casa que no producen dinero?
Existen mujeres a las que les gusta cocinar, a las que les gusta hacer manualidades, respeto a las que se quedan en casa cuidando a los hijos y punto. Hay que hacer lo que a la mamá la haga feliz, porque si no el niño no va a estar contento. Cuando mi novio y yo necesitemos más plata, me buscaré un trabajo. Si a él lo ascienden y se gana el doble de lo que gana ahora, no me gustaría volver a una oficina, seguiría haciendo cosas por gusto. Si la parte económica está resuelta, podría estar contenta cuidando a David, teniendo mis trabajos a medio tiempo.
¿Las mujeres deberían recibir un salario por ser amas de casa, pagado por la misma pareja?
Supongamos que, además del salario, el hombre aporta la comida y la vivienda, entonces las mujeres, si recibimos un salario de parte de él, también tendríamos que correr con los gastos. Considero que sería bueno que el hombre se preocupe por las prestaciones sociales de la mujer que permanece en la casa. A mí, la universidad me paga salud y pensión, pero cuando eso no pase, voy a necesitar que mi pareja me ayude.
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La entrenadora financiera Lina Palacio, manifestó en Cromos lo siguiente: “Si mi esposo es el que va a trabajar y yo me voy a quedar en la casa, debo decirle a él: ‘Esposo mío, así como tú dispones de una partida presupuestal familiar para tus hijos, debes partirla para mí. Tú entiendes que de tu salario o de los ingresos de tu empresa deberías pagarme mi pensión y mi salud, porque somos una pareja y tú estás tomando la decisión de soportar a tu familia, lo cual me incluye. Así como tú estás proyectándote para soportar a los hijos hasta la universidad, para pagarles las vacaciones, para comprarles ropa, conmigo pasa exactamente lo mismo’. Esta es una charla superdura de tener. Es posible que el hombre se sienta raro, pero es algo que se debe dejar claro, como socios de la sociedad conyugal en la que están. No hay que sentirse culpable, así como él no debe sentirse ofendido. Puede que el hombre diga,‘no estoy listo para esto’, entonces yo puedo decir ‘listo, entonces yo tampoco estoy lista para quedarme en la casa’. Creo que ahora se están tomando este tipo de decisiones a la ligera”.
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Cito textualmente a Palacio y le pregunto a Patricia si está de acuerdo con ella.
No estoy de acuerdo con que mi pareja me pague un salario, no quiero que me paguen por cuidar a mi propio hijo. Lo hago porque soy su mamá. Si le pidiera un salario, él no me lo podría pagar porque no le alcanza. No creo que el marido tenga que pagar, más bien creería que se pueden hacer unos ajustes en los gatos de la familia y garantizar que la mujer tenga plata para sus necesidades personales.
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La anterior pregunta también se la formulo a Catalina Ruiz Navarro, autora de Las mujeres que luchan se encuentran, un manual de feminismo latinoamericano que, con una narración ágil y profunda, revive el legado de algunas de las mujeres americanas más influyentes de la historia. “Lo ideal sería que las amas o los amos de casa lo sean por elección, y que su trabajo sea reconocido, no como un trabajo más, sino como el trabajo más importante, que es cuidar de la vida humana. Muy pocas mujeres tienen el privilegio de ser amas de casa por elección, sin una relación desigual de poder y explotación de su trabajo”.
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El portal Finanzas Personales calculó cuánto debería ganar al mes una ama de casa en Colombia. En una tabla, el periodista Juan Carlos Rivera sumó el precio de los cuidados del bebé ($2'016.000), más la limpieza de la casa ($360.000), más la preparación de la comida ($1'072.000). Según sus cálculos, una mujer que administra y ejecuta las tareas del hogar debería ganar $3'448.000 al mes, cifra que a simple vista parece muy difícil de obtener, pues son contados los hombres que tiene la capacidad de pagar lo justo, y pocos los hombres capaces de reconocer que ser ama de casa es un trabajo como cualquiera.
Si mi tía Gloria hubiera recibido un salario, ¿qué habría escrito en el diario? ¿Su bitácora tendría menos culpables? Lo que voy a decir es pura especulación: si ella supiera lo que es el reconocimiento económico, tal vez se habría animado a estudiar una carrera, habría conquistado más los espacios de la ciudad en vez de los rincones empolvados de la casa y habría sido una mujer más feliz.
