No hay nada más rico que llegar a la casa y trabarse un poquito para quitarse el estrés y los micos de la espalda. Es todo un ritual preparar un porro: trillar los moñitos en el grinder (moler las maticas que se fuman), ponerlos en un papelito y pegarlo, hacer el filtrico con algún pedacito de cartón que esté por ahí suelto, prenderlo y fumar: ¡ah, la gloria! A veces, toser y tomar agüita. Intentar dejar el humo en los pulmones la mayor cantidad de tiempo posible para que trabe más rico. Y que empiece la risa, que los dolores se transformen en cosquilleo y que la vida se vea más despacio.
A veces se activa la pensadera y uno puede ensimismarse o utilizarla para hacer trabajos creativos. ¿Y qué tal como es de rico tener sexo trabada? Me transporta hasta Júpiter. El porro también sirve para estrechar vínculos, para hablar con la amiga despechada y la que está con la ansiedad alborotada porque la persona con la que salió la dejó en visto. Pero no solo sirve para hablar del corazón, en esos espacios también hablamos de lo que nos oprime, nos gusta y nos alegra.
Se dice que se prohíbe porque es mala para la salud. Sin embargo, les ayuda a las personas con dolores crónicos y enfermedades terminales. A mí me ha servido mucho para mi ansiedad e insomnio. Claro, consumirla en exceso puede matar más neuronas de la cuenta y empeorar problemas en el sistema nervioso. Pero todo, en general, es malo en exceso. El alcohol tiene las mismas contraindicaciones, pero ese sí no es ilegal. Se dice que vuelve a la gente violenta, pero nunca he visto una pelea a golpes de marihuaneros (de borrachos sí, muchas). Supuestamente se prohíbe su venta porque produce adicción, pero, evidentemente, la idea de meter gente a la cárcel solo ha servido para apresar a los más pobres y no para reducir su consumo.
Hay una expresión que utilizan las mujeres trans del barrio Santa Fe, en Bogotá, para describir este ritual en grupo: tomar el té. Siempre me ha fascinado ese humor tan inteligente detrás de la reapropiación del término, porque me remonta a un montón de señoras encopetadas que se reúnen en un club privado. Me gusta esa descripción porque transgrede su significado de clase. La marihuana es vista como algo que no se hace en las buenas familias y al equipararla con una conducta burguesa pone el dedo en la llaga: el prohibicionismo de la droga es un asunto de buenas costumbres. Pero no nos da la gana de ser educadas y queremos que nos dejen trabar tranquilas.