
Decía el autor del Kamasutra, el escritor indio Vatsiaiana, al final del libro que lo inmortalizó: “este texto no se debe usar meramente como instrumento para satisfacer los deseos. Una persona conocedora de los verdaderos principios de este conocimiento, que preserva su dharma (virtud o mérito religioso), su artha (riqueza material) y su kama (placer sexual) y que tiene cuidado con las costumbres de las personas, seguramente obtendrá el control sobre sus sentidos. Es decir, un hombre inteligente y conocedor que cuide tanto dharma como artha y kama, que no se vuelva esclavo de sus pasiones, obtendrá el éxito en todo lo que quiera hacer”.
Bien lo decía el autor del compendio de poses que muchos queremos imitar, el que cuide sus creencias, su riqueza y su placer sexual podrá ir tras el éxito. Esa es precisamente la enseñanza del Kamasutra. Aunque solo conocemos un capítulo, el de las posiciones sexuales, este apartado se ha convertido en un referente para muchos que buscan creatividad a la hora de tener sexo.
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Ilustración: Jean Pablo Zapata.
Las mujeres por lo general queremos cambiar. Cambiar de ropa, cambiar de casa, cambiar de plan a última hora y cambiar de pose, sobre todo esta última. Nada más desmotivador que pensar en el próximo polvo y divisar nuestra cara otra vez contra la almohada, y nosotras con el mismo anhelo de querer pasarnos al mesón de la cocina, a la ducha, a la ventana de la sala… De hecho, una de las causas que llevan a muchas mujeres a sentir ausencia del deseo sexual es precisamente ese, la monotonía en el sexo y, por supuesto, en las posiciones.
Siempre me generó mucha curiosidad este libro porque pensaba que estaba diseñado para esos amantes que tienen sexo todos los días, que, palabras más o menos, era útil solo para actrices porno que conocen todos los secretos amatorios, no para los mortales convencionales como yo.
Hasta que un día tipié en el buscador la palabra, Kamasutra, abrí uno de los tantos archivos que puede arrojar esta búsqueda (14 millones en Google) y anoté las poses que se me hicieron más atractivas y que no me implicaban tener las habilidades de una contorsionista del Circo del Sol.
En cuanto llegó mi siguiente encuentro sexual empezamos como siempre lo hacíamos y después solo fue cuestión de seguir mis indicaciones. “La pierna va acá, no te muevas, déjame a mí”. Bien, ¡ya estábamos haciendo algo nuevo!
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En uno de los templos de Khajuraho, India, se aprecian las esculturas alusivas al Kamasutra. Algunos dicen que su fin era protegerse de los malos espíritus.
Con una sola variación en la posición (cruzar las piernas, inclinar el tronco, agacharse, sentarse sobre un escalón…) se puede experimentar una sensación diferente, que puede gustarnos o quizá la vamos a evitar en el futuro, pero por lo menos ya la conocemos y habremos dejado por un momento la monotonía que resulta tan aburrida.
Aquí les comparto una pequeña explicación de tres de mis poses preferidas, las que me han llevado a verdaderos encuentros de placer.
La niñera:
Acordemos de entrada que el 69 nunca va a pasar de moda, pero yo prefiero la niñera. Es aquella en la que el hombre está acostado boca arriba en la cama y la mujer se arrodilla poniendo una pierna a cada lado de la cabeza del hombre. La vagina queda completamente libre sobre la boca de la pareja y tú puedes o moverte a tu ritmo, dedicarte a observar o inclinarte un poco hacía atrás y masajearle el pene o los testículos a tu pareja. Estar arriba, disfrutando la vista puede resultar muy estimulante.
El trono del rey:
El mejor lugar para pasar un buen rato. La mujer está sentada sobre el hombre, con las piernas en una posición de 90 grados. La delicia de esta pose está en la libertad que tienen los hombres para tocar cualquier parte del cuerpo. Disfruten de las manos de sus chicos abriéndose paso en medio de sus nalgas, al tiempo que ustedes suben y bajan.
Triángulo:
Lo confieso: ¡es mi favorita! No tiene nada de exuberante pero permite “follarme a mi novio”. Él se pone sobre la cama, boca arriba con las piernas flexionadas, es decir apoyando los pies también en la cama. Yo me pongo sobre él con las piernas estiradas (o abiertas, como les genere más placer) y empiezo a hacer círculos con mi cadera. Lentamente descubro cuál es el punto que más me estimula e intensifico el movimiento sobre él. El placer que genera en mi pareja la rudeza y la propiedad con la que lo embisto hace maravillas.
Foto: iStock.
