
Barbería
Basta con salir a caminar un rato para ver que las ciudades colombianas se están llenando de locales que, con postes de espirales blancos, rojos y azules anuncian su quehacer. No se trata de peluquerías, ni de salones de belleza, sino de auténticas barberías, de esas de antaño que se dedican, principalmente, a arrelarles el pelo y la barba a los hombres.
Gio Moreno, socio fundador y barbero de Cut Club, una de las más reconocidas de Bogotá, explica que la barbería nace en el antiguo imperio romano, donde solo los adinerados tenían acceso a alguien que les arreglara la barba y el pelo. La cosa fue evolucionando con el tiempo y entre los años 30 y los 50 todos los hombres elegantes visitaban a un barbero en busca de un corte discreto y una buena afeitada.
“Más allá de la época de los 60 cogió fuerza la moda femenina, la parte de la barbería se mezcló con la peluquería, y aparecen los estilistas. Ahí se comienza a perder el oficio –comenta Moreno–. Diría que la ola se retomó hace más o menos unos tres años, en Londres, y poco a poco se fue extendiendo por el mundo”.
Lo anterior, como fruto de otra tendencia masculina que se posicionó un poco antes: “Alguien decidió dejarse la barba larga, se creó la necesidad y una cosa llevó a la otra”. Pero la parte estética no fue la única razón. Según el barbero, no son pocos los nostálgicos que querían rescatar ese espacio, caracterizado por ser un punto de encuentro rico en tertulias y pasatiempos.
Es que, a diferencia de la barbería americana, que es muy urbana, la europea, que es la que personas como Gio están rescatando, se caracteriza por una decoración propia de los años cincuenta, con madera y cuero en el mobiliario y cortes clásicos, generalmente desvanecidos. Además, esta recibe a los clientes con una copa de licor, rock and roll, juegos de cartas, de video, dardos y una buena conversación.
“Me encanta el cine y hay una frase de Medianoche en París que dice que todo tiempo pasado fue mejor. Eso se aplica a Cut Club”, comenta Moreno, quien explica que, como en épocas de antaño, los barberos deben ser unos caballeros en todo el sentido de la palabra. “No se trata de cortar el pelo y ya, tenemos que dar un buen ejemplo y lo básico es saludar, despedirse, estar siempre pulcro, tener un excelente vocabulario y temas fluidos para conversar”, explica.
También importan la pasión por el oficio y, más que el conocimiento, el talento, pues para los barberos todavía no existen escuelas en el país. “Lo que hacemos es compartir conocimientos, dedicamos tiempo a enseñarnos unos a otros”, comenta Felipe Ochoa, uno de los trabajadores de la barbería.
Así, la labor trasciende la acción de pasar máquina y tijera y se convierte en un ritual que requiere atención. Primero, los clientes reciben sugerencias de parte de sus barberos. Después llega la crema exfoliante, la toalla caliente, el masajeador de ojos y luego sí pasan las cuchillas. El proceso termina con la aplicación de aceites, unguentos, bálsamos o ceras, dependiendo del tipo y estilo de cabello y barba.
En ese proceso se encuentra el encanto de estos lugares a los que cada vez llega más clientela. Cut Club, por ejemplo, recibe entre 40 y 50 personas de todas las edades. “Los hombres mayores son los más felices porque dicen que les recuerda a su juventud”, cuenta Ochoa. Los precios, claro, son más elevados que los de una peluquería normal, pero, solo por la experiencia, vale la pena. Además, varias ofrecen membresías para descuentos en servicios y productos.
Para el futuro, Moreno y sus barberos planean abrir su propia academia, “con todas las de la ley, ante el Ministerio de Educación”, para preservar este arte. Mientras eso sucede, y si le preocupa su imagen, recuerde que la barba necesita hidratación tres veces al día y que un corte pierde forma luego de un mes.
Foto: Juan Zarama