Brad Pitt, War Machine
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Género: Parodia
Guión: David Michôd
Reparto: Brad Pitt, Tilda Swinton
Un general con cuatro estrellas brilla distinto. Sobre todo en el cielo plateado de Afganistán, por el que han llegado muchos a participar en una guerra incesante. War Machine es la historia de uno de ellos. Del que puede ser el último, aquel que seguramente quedará en los libros de historia. No cualquiera es enviado por las fuerzas armadas de los Estados Unidos a cerrar un conflicto de trece años. En ese tiempo, un bebé ya se hace adolescente, una persona que tuvo 43 años está cerca de la tercera edad y el escritor Stephen King publicó quince novelas.
El general en cuestión se llama Glen McMahon. Tarea difícil compactar su historia en poco más de dos horas. Tiene su narrador, que es omnisciente hasta que figura. Al verlo se atan varios cabos sueltos. No es para menos: es el que ve la guerra con ojos de periodista crítico. Desde el comienzo, sus descripciones en tercera persona le dan fuerza a un guion que arranca bien, trota a ritmo constante en el camino y concluye por lo alto. No más por los diálogos vale la pena seguir de cerca la misión de McMahon, el optimista. Ver su pelo que combina con el uniforme militar, sus sesiones de trote al arrancar la mañana, su mano en forma de garra de oso.
"Fui muy respetuoso de las tropas. Las veo como víctimas de los destrozos que provocan los altos niveles del Gobierno", dijo el director Michôd.
Puede perturbar la actuación exagerada de Brad Pitt (es una parodia); puede que aflore la posición antiamericana del espectador; puede que cuando detenga la película para ir al baño, alguien sospeche que es larga y por ahí es mejor dedicarse a una peli más corta. Sin embargo, cualquier asomo de descontento queda reducido frente a los diálogos desopilantes. El filme es de los que se ve y se lee. Las conversaciones se perciben como disparos. La acción es mínima, el anquilosamiento no.
War Machine no es humor puro. Está concebida desde la distancia de un conflicto que empezó en el 2001. De ahí que de la injusticia y la fealdad se puedan sacar tajadas de sátira. Su humor es inteligente y contradictorio. Sus balas también. Las cuatro estrellas de MacMahon son la paradoja del país poderoso que juega a la guerra en tierra ajena. Así sus hijos paguen muy caro los platos rotos. La desorientación de sus personajes es contagiosa. Cualquiera de nosotros podría ser ellos o el pastor afgano que sufre su invasión y que, mudo, contempla su perdición.
El look de Brad Pitt evoca al actor Lee Marvin, conocido por trabajar en el clásico Los doce del patíbulo (1967).
Pensar en War Machine es pensar en el general McMahon y en sus lobistas. En la estrategia de pacificar un país atomizado, en la realidad de la OTAN y las directrices de los superiores de saco y corbata, sentados en Washington. Algo percibió McMahon en un soldado que, tras recibir instrucciones, le manifiestó su frustración. Su queja es la misma de la mayoría de jóvenes estadounidenses que van a la guerra. El desarraigo y el agotamiento en una tierra que no es de ellos, en donde la comunicación es difícil, es una inyección de impotencia.
McMahon no es pedante y, si el espectador sospecha de su altivez, al final siente piedad. Las cuatro estrellas en realidad podrían ser cinco, una o dos. En Afganistán ninguna brilla. La invasión hubiera podido ser a Vietnam, Corea, Irak. Para todos los terrenos cabe una sola reflexión. La misma por la que vale la pena ver esta película.
Fotos: cortesía.