¿Existe la mala suerte en el amor?

Crecimos con la idea de “vivieron felices para siempre”, por eso, cuando este final sacado de la ficción no se materializa, solemos creer que el destino es injusto con nosotros. ¿El fracaso de las relaciones es cuestión de mala fortuna? o ¿depende de otros factores?

Por Diana Franco Ortega/ @dianafortega

22 de noviembre de 2018

Getty.

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"Si sus sentimientos son los mismos que en abril, dígalo de una vez. Una palabra suya me silenciará para siempre. Si sus sentimientos hubiesen cambiado, tendría que decirle que me ha hechizado en cuerpo y alma, y la amo, la amo, la amo…”, le confesó Mr. Darcy a Elizabeth. La mujer, sin saber qué decir, le tomó los dedos, los besó y le dijo: “Tus manos están frías”. 

Justo en ese momento te escuché gritar “¡Ay no, me muero!” y vi cómo intentabas retener las lágrimas para evitar mis burlas. Era una película más en la que lloraste. Sin embargo, sabía que no llorabas por la empalagosa escena. Realmente estabas entusada y sentías envidia de esa mujer. Yo atiné a abrazarte, porque, después de todo, ¿quién no ha sufrido de amor? Es un clásico por el que, irremediablemente, todos pasamos en reiteradas ocasiones. “Diana, ¿por qué tengo tanta mala suerte en el amor? Ya me cansé de dar con tantos tipos que me hacen daño”, dijiste.  Intentando ponerle un poco de humor a la desgracia, agregaste: “¡Quiero uno como Mr. Darcy!”, y soltaste una carcajada.

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Yo, que no cuento con habilidad para consolar, me reí contigo. Por no ser aguafiestas, evité recordarte que Mr. Darcy es Matthew Macfadyen y que la historia de amor que deseabas vivir, por la que habías estado en vilo, durante las 2 horas y 15 minutos que dura Orgullo y Prejuicio, era fruto de la imaginación de la novelista Jane Austen. Todo es una mentira muy bien escrita, pero te entiendí y me quedé a tu lado intentando encontrar una respuesta a esa pregunta que, estoy segura, es también la de muchas otras personas que perciben sus vidas como una acumulación  de decepciones amorosas. “La mala suerte en el amor no existe”, te dije, aunque no lo crea.
 
El mal de las profecías autocumplidas

“¿Existe la mala suerte en el amor?”, le pregunto a Isabel Cristina Cárdenas Niño, especialista en Psicología Clínica y del Desarrollo. “Ni la una ni la otra, lo que existe es una serie de mecanismos psicológicos, inconscientes, que nos hace sentirnos atraídos por un determinado tipo de personas —y a la vez, atraer determinado tipo de personas—, con las que intentamos formar una relación. En el caso de la mal llamada 'suerte en el amor', ocurre que tenemos unos mecanismos inadecuados que nos llevan a relaciones que no son funcionales”, me explica.  Uno de esos mecanismos es el de las llamadas 'Profecías autocumplidas'. Son el conjunto de clichés que tenemos sobre nosotros mismos y sobre los demás, que sirven de base para tomar decisiones. 

Una de las creencias más difíciles de enfrentar es la que dicta que “es imposible vivir sin amor”, que nosotras la tomamos como una sentencia inapelable. Es una profecía peligrosa que nos lleva a querer tener una pareja a como dé lugar, como si estar solas fuera un lugar en el que nunca queremos estar. “Con tal de sentirse querida, la persona se termina autoanulando. A su consideración, hay que sacrificarse por amor, porque el amor debe doler, se sufre. Cuando esto se lleva al extremo, lo único que se logra es que la pareja la perciba como una persona pasiva, sin iniciativa, y termine aprovechándose, o rompiendo la relación”.  

Los clichés tienen origen en la cultura y nos los inculcan desde la infancia. A las mujeres, cuya crianza gira en torno a la necesidad de amar y ser amadas, de cuidar y ser cuidadas, nos pega la peor parte. La mayor de todas es la de la existencia del amor de la vida, del famosísimo 'príncipe azul': “La mayor parte de las personas —señala Cárdenas— pasan la vida anhelando el amor ideal con un final feliz, como el de los cuentos de princesas y las películas románticas. Están a la espera de este mesías; cuando no llega, se quedan con la idea de que tienen mala suerte en el amor”.

Pero, para poder conquistar a nuestro príncipe azul, tenemos que estar a la altura, ¿verdad? Y aquí entra en juego otra profecía: debemos ser interesantes o, dicho de otro modo, hacernos las difíciles. ¿Cuántas veces no nos quemamos los pelos pensando en cómo tendríamos que actuar para que ese chico nos viera como la mujer más fascinante del planeta? El guion que debemos ejecutar sin enredarnos, por su supuesto, depende de la personalidad del sujeto en cuestión. Tenemos que complicar las cosas, dar a cuenta gotas, esperar a que él nos escriba, hablar de fútbol, aunque no nos gusten los deportes, renunciar a nuestra esencia extrovertida y, mi favorita, hacernos desear. “Muchas veces nos hacemos las interesantes porque, si nos mostramos tal y como somos, no vamos a resultar atractivos o no nos van a querer. Con esa premisa comenzamos a representar un personaje que guste y tenga aprobación”. ¿Qué ocurre cuando llega el momento de improvisar? Actuar un papel diferente a lo que somos, además de agotador, hará que nos perdamos en un juego donde la ficción y la realidad se confunden.

Apegos, ¿la respuesta está en la niñez?

“Muchas llegan a mi consultorio preguntándose por qué sus relaciones no funcionan, sus parejas las abandonan, les son infieles, y resulta que eso no tiene nada que ver con la mala suerte, sino con las experiencias de la infancia y los tipos de apego que desarrollaron”, explica Chiquinquirá Blandón, psicóloga experta en salud emocional y terapia de pareja. 

La teoría del apego infantil, estudiada por John Bowlby, describe cómo los bebés, desde que nacen, establecen una relación afectiva con la persona más importante, que generalmente es la madre, fuente de alimento, calor y cuidado. Con los años, ese vínculo influirá en la manera en el que el adulto interactúa con los demás, incluso a la hora de elegir una pareja. 

A grandes rasgos, existen dos tipos de apegos: los seguros y los inseguros. En los primeros, el niño percibe a la madre (o al cuidador) como una base segura; sabe que puede alejarse y salir a explorar el mundo que lo rodea. Una vez se siente en peligro, puede regresar y encontrar la protección y el bienestar que necesita. “Cuando esto sucede, el futuro adulto desarrollará un Yo estructurado, con una autoestima alta, capaz de empoderarse de sus necesidades y metas en una relación”, señala Blandón.  

Por otro lado, los apegos inseguros surgen cuando el menor no ha encontrado en su cuidador una figura protectora. En casos donde las necesidades están insatisfechas, el niño crece con un Yo sin estructura, lleno de vacíos que, más tarde, en su adultez, intentará compensar: “Si esta persona se encuentra con una pareja que es narcisista, maltratadora o posesiva, luchará para lograr lo que no logró en su infancia: ser vista por ese que no la ve, admirada por ese que no la admira. Se queda enganchada, tratando de resolver cómo ser amada”.

Dentro de los apegos inseguros, se encuentra el evitativo, donde el pequeño, ante la ausencia o falta de constancia del cuidador, aprende a calmarse por su cuenta. Cuando crece, se convierte en un adulto que no se involucra mucho emocionalmente, para evitar sufrir. Asume posiciones defensivas y distantes. “Un individuo seguro se muestra consciente de que, aunque los sentimientos románticos existen, estos pueden cambiar con el tiempo. Trabaja con su pareja para mantenerlos a flote. Las personas evitativas, por el contrario, creen que el amor romántico no existe, que nadie se enamora realmente, están convencidos de que basta con centrarse en ellos. Por lo general, tienen relaciones de pareja que duran poco o son superficiales”.

¿Y si escarbamos en el archivo de los recuerdos más tempranos y nos  damos  cuenta de que, posiblemente, sufrimos de apego inseguro? Para Cárdenas, si bien esto tiene una influencia en la manera en que configuramos las relaciones, no tiene por qué definirnos por completo: “Cuando llegamos al punto de plantearnos ¿qué pasa con nosotros? ¿Por qué no logramos encontrar pareja? Es momento de revisar estos factores o, en casos más complejos, buscar ayuda psicológica”. Blandón considera que es fundamental reconocer el tipo de apego antes de hacernos responsables de sus consecuencias: “Si yo salgo con mi pareja y algunos amigos a un bar y, en vez de disfrutar de su compañía, estoy fijándome todo el tiempo a quién mira, con quién baila o habla, y comienzo a creer de manera obsesiva que esa persona no me presta la suficiente atención, debo reconocer ese tipo de pensamientos como una señal de que algo se está activando en mí. Es importante acoger esos sentimientos, asumirlos, expresarlos e intentar trabajar en ellos”. 

El rollo de la inteligencia emocional

Cuando estaba entusada, un amigo me dijo: “Hay que tener inteligencia emocional. No sufrás por esas vainas”. Esa noche, en medio de un llanto desproporcionado, pensé: “¡como si el sentimiento de decepción se pudiera apagar con un interruptor!”. Y en todo caso, ¿qué significa tener inteligencia emocional? ¿Es barrer los sentimientos y echarlos debajo del tapete, para disimular la mugre? 

Justo para los días en los que estaba escribiendo este artículo —con las entrevistas desgrabadas y una que otra revelación que comenzaba a gestarse— el chico con el que estoy saliendo y yo tuvimos una pelea. Sin entrar en detalles, reaccioné acorde a mi naturaleza dramática. Resolví la situación acabando las cosas por WhatsApp. Lo bloqueé mientras comenzaba a planear mi nueva vida, sola, completamente empoderada. Al otro día, tuve mucha ansiedad y mi nuevo yo se vino abajo. El diagnóstico era obvio. 

“La inteligencia emocional -explica Cárdenas- es la capacidad de comprender mis sentimientos y los del otro, y saberlos manejar en modo positivo y propositivo para que haya crecimiento”. Parece una cosa muy complicada y, en efecto, lo es, para algunos más que para otros. “Aprendimos culturalmente a ignorar las emociones. No entendemos cómo funcionan y eso hace que no sepamos autorregularnos ni reaccionar. Y, si no lo reconocemos en nosotros, ¿cómo lo vamos a reconocer en los demás?”. 

Cárdenas sostiene que existen cinco claves de la inteligencia emocional para que una relación funcione bien: autoconciencia, autocontrol, automotivación, empatía y habilidades sociales. Con dos de cinco, puedo decir que no pasé el examen.

Al final, ¿existe una estrategia para tener éxito en el amor?

Blandón considera que la única estrategia es ser uno mismo. Para lograrlo se debe emprender una tarea del autoconocimiento. “Solo con un retrato honesto sobre quiénes somos, podremos ser capaces de expresar nuestras necesidades y entablar una comunicación profunda con el otro. Pero, además, por añadidura, entenderemos que tener una relación no es el centro de la vida ni lo que va a determinar nuestra felicidad”. Para ilustrarlo, ella pone el ejemplo de una torta dividida en ocho pedazos “La situación sentimental es solo una porción de la torta. Pero existen otras siete partes que debemos considerar: la vida social, laboral, familiar y espiritual, la relación con la comunidad, el autocuidado y los hobbies”. Cuando enfocamos nuestras energías en alimentar cada uno de esos aspectos, nos convertimos en personas sanas que vamos a resultar más atractivas para los demás. Casi un efecto de bola de nieve positivo que nos demuestra que la mala suerte en el amor no es más que un complejo que reside solo en cada uno de nosotros.

Por Diana Franco Ortega/ @dianafortega

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