
Clara Rojas cuenta cómo es tener un hijo en la selva
En el rostro de Clara Rojas no parece haber signos de su secuestro. Estuvo atrapada en la selva durante seis años, pero no se le nota. Sentada en una sala del hotel La Fontana, de Bogotá, aguarda con calma a que termine la ronda de entrevistas para poder viajar ese mismo día a París a presentar Cautiva, el libro en el que narra su periplo infame en poder de las Farc entre febrero de 2002 y enero de 2008. Pero su imagen no es la de una víctima, sino la de una ejecutiva a punto de iniciar una junta. Será porque, como ella misma dice, la huella de su cautiverio no está en la superficie sino metida muy profundamente en el fondo de su alma.
Valdría la pena agregar que va a ser una huella imposible de borrar. Porque no está sólo clavada en el corazón sino que se pasea por los patios y los salones de un colegio, jugando y escuchando cuentos, cumpliendo los requisitos de un alumno cualquiera que aspira a completar en junio el curso de prekínder. Porque las secuelas de su cautiverio no se limitan a una cicatriz en el vientre, a la desazón de haber perdido la libertad ni a la humillación de haber sido tratada como un animal. A diferencia de los otros cautivos que hoy están libres, Clara Rojas se trajo de la selva un hijo. Así que los sentimientos que afloran sobre su secuestro son a la vez ingratos y nobles, tan contradictorios que ni siquiera el libro que acaba de lanzar ha exorcizado por completo. Y es razonable: las Farc la condenaron a seis años de tristeza infinita, pero la selva le devolvió la mayor de sus alegrías. Como ella misma lo describió en el libro, fue la vida en medio de la muerte.
Sigue a Cromos en WhatsAppLe puso Emmanuel (que quiere decir "Dios con nosotros") como el mesías que profetizó Isaías. Y como el Jesús de las Escrituras, nació en un pesebre, acompañado de marranos y gallinas, pero quizás en condiciones mucho peores que las de José y María. Si el milagro en el caso de Jesús fue la concepción de María, en el de Clara fue la supervivencia. Para el alumbramiento no contó sino con la anestesia y la colaboración de un enfermero que se encargó de practicarle la cesárea. Y luego duró cinco días sin poder siquiera moverse, hinchada y cundida en fiebre y aguantando con su hijo en una hamaca contigua los embates de la lluvia, del frío, de los insectos, de la selva...
CROMOS: Usted ya advirtió que lo de la concepción de Emmanuel es un asunto privado que sólo tiene reservado a su hijo. ¿Ya pensó en lo que le va a contestar cuando le pregunte?
CLARA ROJAS: Contestaré en la medida en que él vaya descubriendo y preguntando, pero he pensado incluso que de pronto jamás lo haga. Él vive una realidad muy parecida a la de muchos otros hogares. Desde chiquito ha entendido que su mamá es también su papá. Hace poco tuvimos en el colegio una reunión de padres de familia. Él sabía que debían asistir los hijos con sus padres. Entonces en un momento me miró y me dijo: acuérdate de que tú eres mamá y papá.
¿Cómo salió adelante Emmanuel en circunstancias tan adversas?
Fue tremendo. Piense que estaba metida en un cambuche de piso de barro techado con hojas de palma pero descubierto a los lados. A dos metros, la selva tupida. Tocaba traer el agua en balde. No había recursos. Pero en esas circunstancias, cuando no hay recursos, aparecen. Hecha uno mano de lo que hay. En mi caso fue usar las sábanas para hacer pañales, por ejemplo, aunque lo que más me preocupaba era mantener el lugar limpio. Imagínese, si a uno lo acaban los zancudos y las hormigas, ¡cómo será a un niño recién nacido! Tenía todos los inconvenientes pero uno termina acostumbrándose.
¿Cómo lo cuidaba por la noche?
La noche era lo más difícil. Cuando el sol iba cayendo, me aseguraba de tener todo lo necesario en un lugar específico a la distancia del brazo. Así, sin ver, sabía en qué sitio estaba el tetero, la toalla, el agua... En ocasiones tuve linterna, pero se le acabaron pronto las pilas. En general, uno aprende a ver como los gatos en la oscuridad.
¿Cómo reaccionaron los guerrilleros ante el nacimiento de Emmanuel?
Sorprendentemente muchos de ellos estuvieron muy activos. Cada uno se encargaba de una cosa, donaban sábanas, toallas. Como el problema era el frío, ayudaron a forrar el cambuche con la lona de los sacos de maíz. Así aguantamos como cinco días, pero después vieron que era imposible continuar en esas condiciones y me trasladaron a un galpón del campamento construido en madera. Un mes más tarde me devolvieron al lugar del campamento donde estaban los demás secuestrados.
¿Por qué dice que, después de la solidaridad inicial, los otros secuestrados reaccionaron tan agresivamente?
Era natural. Piense que estamos secuestrados y que, además, estamos hacinados. Vivimos una presión constante por el sobrevuelo de helicópteros del Ejército y hay un miedo permanente de que se produzca un intento de rescate que termine con nuestras vidas. ¡Y para completar aparece una mujer con un bebé...!
Eso empeoraba la situación...
Mire, cuando hay tanta tensión, la gente empieza a experimentar una ansiedad permanente. Unos fuman y lo hacen en demasía, otros comen y lo hacen en demasía, otros ni siquiera comen, otros hablan mucho y otros ni siquiera pronuncian palabra. Son extremos. Hay gente que duerme y otra que no duerme, hay gente que ronca y no deja dormir, hay gente que fuma y no deja respirar... Las circunstancias hacen que todos sean más sensibles, sobre todo cuando todos tenemos que compartir un espacio tan reducido (Clara Rojas cuenta en el libro que a los policías y soldados secuestrados les tocaba turnarse para poder caminar). Todos estamos desesperados y yo, particularmente, estaba de una sensibilidad tremenda, como lo puede comprender cualquier madre.
¿Podríamos decir que estas circunstancias tan extremas hacen aflorar lo mejor y lo peor de la condición humana?
Sí, pero yo no señalaría puntos blancos y puntos negros. Fíjese que esos períodos de insatisfacción y de disputa fueron los que me hicieron regresar del profundo letargo en el que a veces me sumía, bien porque no estaba con mi hijo, bien porque estaba derrotada. Para mí el conflicto fue importante porque me devolvió a la vida. Cuando uno pelea, eso lo hace levantar, lo hace reaccionar. "¿Cómo así que al otro le trajeron cartas y a mí no? ¿Por qué a ella la dejan bañar dos veces y a nosotros no?". Eso, aunque parezca absurdo, no es tan negativo. Gracias a esas disputas estuve más alerta con las situaciones de mi hijo.
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La situación, sin embargo, se hizo tan insostenible que los guerrilleros decidieron quitarle el bebé a Clara para evitar más rencillas entre los secuestrados. Un mes más tarde, tras una huelga de hambre, la madre logró que al menos le dejaran ver al niño algunas horas al día. Meses más tarde, cuando el niño ya podía sentarse y había disfrutado en la selva, como regalo de Navidad, su primera paleta, Emmanuel fue separado definitivamente de su madre en enero de 2005 hasta su liberación, con el pretexto de curarlo de una leishmaniasis.
Pasaron tres años entre la separación de Emmanuel y el reencuentro. Y sin embargo en el libro no se nota el tiempo. Uno no sabe si han pasado tres días, tres meses o tres años. ¿Así se siente el tiempo en la selva?
Yo, particularmente, conté minuto tras minuto y sentía angustia existencial por estar perdiendo un tiempo tan valioso. Pero lo tenaz es que los días pasaban y eran el mismo, el domingo como el lunes y el jueves como el sábado. Cuando emprendíamos esas largas caminatas, los días pasaban como si no hubiéramos avanzado. Y cuando nos quedábamos quietos en un campamento, el tiempo también se quedaba quieto, estático. El tiempo pasaba muy lento, pero al salir supe que había transcurrido mucho más aprisa de lo que habría querido. Cuando vi a mi hijo, ya no era un bebé. Lo dejé bebecito, apenas se sentaba; cuando me lo devolvieron ya iba al baño solo. Era como si el tiempo no hubiera transcurrido día por día, sino que hubiera dado un salto. Él mismo me lo dijo cuando lo fui a recoger y lo llamé ‘mi bebé': "Ya no soy un bebé, soy un niño".
¿Cuando quedó embarazada pensó que había alguna posibilidad de liberación?
Sí, pensé que me podían liberar, pero pronto me di cuenta de que no lo harían. Ya lo había solicitado antes, a Joaquín Gómez, que fue el que nos mantuvo detenidas a Íngrid y a mí en los primeros meses de cautiverio. En un momento dado estábamos hablando con cordialidad sobre los hijos y él hablaba sobre el suyo. Entonces yo le pregunté: ‘¿Usted no ha pensado en liberarnos?'. Contestó con un no tan rotundo, que salí corriendo y me puse a llorar.
¿Pero no era un poco ingenuo pensar que le contestara que sí?
Sí, de pronto, pero ¿por qué no iba a preguntárselo? Si yo pensaba que no debía estar secuestrada, ¿por qué no iba a luchar por mi libertad? Yo no desaproveché ninguna oportunidad para exigir mi libertad. Y fíjese, fui la primera a la que liberaron.
En seis años de cautiverio, ¿no planearon terminar con esa lenta agonía? ¿No pensaron en rebelarse en grupo y morir si era preciso?
No, porque todo el mundo reacciona de maneras distintas. Unos no dicen nada porque piensan que no tiene sentido. Otros se echan a morir pero no invitan a los demás a morirse. A mí siempre me pareció que era mejor vivir y siempre alimenté la esperanza. Será por mi educación religiosa. La religión me brindó los elementos para soportar la soledad del secuestro y a esperar lo mejor para mi hijo. Eso fue lo que nos salvó.
Emmanuel está chiquito pero ¿ya hace preguntas?
Sí, claro. Es muy inteligente, A veces pregunta, ¿Mami, por qué todo el mundo me conoce?